Por Silverio E. Escudero
Aquí cerca, a la vuelta de la esquina, suceden cosas que a los editores de los diarios de mayor circulación poco importan. Insisto, no sabemos siquiera cuáles son las tensiones que mantenemos con nuestros países limítrofes, ni los diferendos entre ellos que pueden llevar a la debacle a esta porción compartida del globo terráqueo.
Nuestros gobiernos, improvisados como siempre –por la carencia de una escuela de Estado- y rayanos en la bobería, decretaron que la República Argentina carecía de hipótesis de conflictos. Y, desde entonces, observamos con atención cómo se ha disparado la carrera armamentista en nuestros alrededores.
En tanto, en la Casa Rosada no han sido capaces –desde hace años- de mantener operativas las tropas, de carácter defensivo, que permiten las actas complementarias a la rendición de las fuerzas armadas argentinas en el teatro de operaciones del Atlántico Sur. Tampoco pudieron mantener los navíos en puerto que, en forma reiterada, se han hundido sin razones aparentes y jamás explicaron las causas profundas del incendio del rompehielos Almirante Irízar.
Sin embargo, esta vez no ocuparemos el tiempo en analizar nuestras propias torpezas y barrabasadas. Otra vez hemos recurrido a nuestro antiguo y ajado atlas y su conjunto de apuntes y recortes en busca del tema de nuestro encuentro semanal.
La atención la centramos en la zona de conflictos que separa a Bolivia y Paraguay después de la resolución de la Guerra del Gran Chaco, que constituyó una dura y traumática experiencia que nadie quiere olvidar. Ello producto de nacionalismos abstrusos que, en su alocada militancia, no les importó la sangre derramada ni el hedor de la muerte en una guerra que les era ajena, la guerra que sostenían por el dominio de las cuencas petroleras Estados Unidos y Gran Bretaña.
En dichos del eximio pensador boliviano Carlos Montenegro, en cartas a Alfredo Lorenzo Palacios y Gabriel del Mazo, encontramos este párrafo coincidente: “Fuimos apenas, en la desolada llanura del Gran Chaco, la pata americana de la gran guerra que se preparaba y que, trituró, como en mi patria, la esperanza de España que deja para siempre el gobierno de los gamonales”.
¿El mundo hoy es diferente? En los bares, en las cátedras y en los mentideros se habla del derrumbe de Estados Unidos. Pero eso no está claro.
Muchos aseguran que está forjando una nueva etapa de lo que ya algunos denominan cíbercapitalismo. Es que los juegos de poder entre las potencias hegemónicas se asemejan a una partida de ajedrez en la que las celadas suman al control del centro del tablero.
La Casa Blanca trabaja con igual o mayor eficacia detrás las líneas con sus quintacolumnistas para debilitar el poder de los rusos o chinos. En todos los casos los muertos son mercenarios, soldados y expertos profesionales que, desde los comienzos de la civilización, trabajaban por la paga. Paga diferencial, por cierto, debido a las habilidades de cada combatiente y cuyas instrucciones – como en la celebérrima serie televisiva Misión Imposible- se autodestruyen “en cinco segundos”.
En la guerra que se avecina, los protagonistas y los escenarios son los mismos. Solo cambian los objetivos a conquistar y la naturaleza de los botines de guerra. Las mujeres y niños serán las primeras víctimas propiciatorias, mientras se consume el asesinato legal de millares de seres humanos.
Paraguay y Bolivia, otra vez, como en la década de los años 30 del siglo XX, ocupan un lugar destacado en la escena internacional. Forman parte –en su medida y alcance- de la carrera armamentista.
Nuestras fuentes aseguran que el hacha de la guerra ha sido desenterrada. Fuentes que han participado en una veintena de guerras y olvidaron sus misiones en la Triple Frontera. Han sido destacados para realizar un breve paseo selvático por la frontera.
La frontera caliente se extiende desde el hito tripartito que comparten Argentina, Bolivia y Paraguay (cerca del pueblo de La Esmeralda en el río Pilcomayo) en dirección norte-noreste hacia la cumbre del cerro Capitán Ustarez, allí gira hacia el este, hasta la localidad de Fortín Galpón, en el que sigue una línea al sur con el río Paraguay, donde termina en los límites triples de Bolivia, Brasil y Paraguay, usando cartografía militar de los bandos en pugna.
Los “observadores adelantados” se llevan una mayúscula sorpresas. En el lado boliviano se están construyendo tres poderosos fortines (cuarteles) y una serie interminable de casamatas y bunkers capaces de soportar el más poderoso fuego de artillería. Del otro lado, los halcones paraguayos velan armas a tiempo completo.
Tropas que continúan su tradición prusiana y le incorporaron la traición militar argelina, que llegó a la vera de los ríos Paraná y Paraguay bajo la protección del presidente Alfredo Stroessner.
La guerra fría y el surgimiento de la revolución cubana profundizaron los planes continentales de Estados Unidos. Instrumentó programas de entrenamiento en la lucha antisubversiva que, con la mirada con complacencia por el presidente paraguayo, instaló una superbase militar y un mega aeropuerto en Mariscal Estigarribia, con asentamientos de apoyo –a la vista- en Fuerte Olimpo y Pozo Colorado.
Las tensiones diplomáticas crecen. En el municipio de Estigarribia son cuatro los cordones de seguridad existentes. Un mosquito –de los que abundan en la zona- es detectado casi de inmediato.
Sólo falta un incidente de poca monta para que estalle el infierno otra vez. Como aquel que justificó la Guerra del Gran Chaco, que se produjo por el ataque de 18 soldados bolivianos por el dominio de una laguna que a la sazón estaba ocupada y utilizada por los paraguayos y que figuraba en los protocolos como Laguna Chuquisaca.
Aunque las que realmente estaban en guerra eran la Royal Dutch Shell y la Standard Oil y los muertos de sed, hambre y metralla los pusieron bolivianos y paraguayos “en nombre de la Patria”. Porque los generales de ambos bandos soñaban con estatuas erigidas en su nombre y se negaban a recibir a ninguna de las comisiones internacionales mandadas por la comunidad internacional para proponer un cese de hostilidades y una tregua para lograr la paz.
Decíamos que la guerra entre Paraguay y Bolivia está a punto, como decían nuestras abuelas. Solo falta el justificativo final. Las emisoras de frontera crecen en beligerancia. Unos y otros se acusan de episodios reales o imaginarios. Eso poco importa.
Los servicios de inteligencia trabajan zona a destajo. Las imágenes satelitales de las zonas montañosas y cordilleranas de Argentina, Chile, Bolivia, Paraguay, Perú y Ecuador están actualizadas al instante. Extraños viajeros –geólogos expertos- han comenzado a recorrer la región.
Por estos días, uno recomendado arribó a nuestra casa busca de refugio. La noche, el frío, la salamandra y numerosas copas de coñac facilitaron las confidencias. Estaba relevando los mejores caminos para acceder a yacimientos de litio.
Concluida la charla, y en solitario, sumamos y restamos. Los datos y recortes de nuestro atlas, los dichos de Evo Morales sobre Paraguay, la minería clandestina en Perú, los nacionalistas ecuatorianos desencantados del comportamiento de Rafael Correa, los nuevos intereses mineros y la reubicación estratégica de los regimientos nos hicieron pensar
¿Tendrá fecha de inicio la guerra del litio en América Latina?