Por ahora, el gobierno chino prefiere no retirar definitivamente el proyecto de ley de extradición, a pesar de las presiones. Lo mantiene suspendido mientras espera un escenario social más propicio para tratarlo
Por Gonzalo FIore Viani
La República Popular China cuenta con dos regiones administrativas especiales: Hong Kong, ex colonia británica, y Macao, antiguamente administrada por Portugal.
Propuesto por Deng Xiaoping, quien se convirtió en líder del país luego de la muerte de Mao Zedong, el lema “un país, dos sistemas” funciona para cobijar a Hong Kong dentro de la estructura china. De esta manera, se acepta que en el mismo Estado convivan dos sistemas tanto políticos como económicos diferentes.
Después de décadas de negociaciones, finalmente se establecieron las Regiones Administrativas Especiales de Hong Kong y Macao, en 1997 y 1999, respectivamente, luego de que el Estado chino recuperó soberanía sobre ellas.
Si bien Deng Xiaoping pretendía que, eventualmente, se pudiera integrar a Taiwán a la República Popular, ese país prefiere seguir declarándose independiente, a pesar de que ni China ni la mayor parte de la comunidad internacional lo reconoce como tal.
En el caso del Tibet, donde el Dalai Lama mostró su interés al respecto, esto fue rechazado por los propios chinos, quienes consideran a la región parte del Estado desde los tiempos de la Dinastía Ming, que gobernó entre 1368 y 1644.
Las manifestaciones masivas no pararon allí sino que en los últimos días continuaron, exigiendo menos intervención del gobierno chino en Hong Kong.
El Frente Civil por los Derechos Humanos, movimiento que viene organizando las protestas, en los últimos días ha pedido que se trate esta cuestión en la próxima cumbre del G-20.
Otro de los reclamos es la liberación de los detenidos durante las manifestaciones de la semana pasada, en un número que se desconoce.
La alta comisionada de Naciones Unidas, Michelle Bachelet, se ha mostrado de acuerdo con archivar la ley de extradición.
El sistema judicial chino se encuentra fuertemente cuestionado por la comunidad internacional, en la que figura el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Ha recibido críticas por su supuesta falta de debido proceso y garantías de defensa en juicio.
El ministro de Relaciones Exteriores de China, Zhan Jun, ha dejado bien en claro que esto es una situación política interna del país, por lo cual de ninguna manera podrá ser tratada en un foro multilateral con Estados ajenos a la problemática: “Hong Kong no se tratará como un problema, no permitiremos que se produzca ese escenario, la ciudad es una región autónoma de China en la que ningún país extranjero tiene derecho de intervenir”. Por ahora, el gobierno chino prefiere no retirar definitivamente el proyecto de ley de extradición a pesar de las presiones. Lo mantiene suspendido mientras espera un escenario social más propicio para tratarlo.
En 2014, una serie de manifestaciones masivas conocidas como la “Revolución de los paraguas” se desarrolló en la región en reclamo de un sistema más “democrático”.
Actualmente, sólo es posible elegir hasta tres candidatos seleccionados por un comité que se compone de 1.200 personas, quienes son, en gran parte, partidarias del gobierno chino.
Las protestas, que duraron 79 días, comenzaron como manifestaciones estudiantiles, fueron masivas y terminaron con sus líderes condenados. Incluso fueron perdiendo apoyo popular debido a su dilatación en el tiempo y el caos que causaron en la circulación de la ciudad. Se reclamaba una reforma mediante la cual los candidatos pudieran ser elegidos mediante sufragio directo y universal.
Ese sistema electoral es completamente inédito en la milenaria historia china. La situación en Hong Kong es particularmente sensible para China ya que a las autoridades del Partido Comunista les preocupa que, a su vez, esto pueda causar un efecto contagio con Macao. Ambas regiones administrativas son importantes para China, que enfocó gran parte de su política exterior a partir de 1949 en recuperarlas de sus ocupantes coloniales.
En el contexto de la guerra comercial, no es de extrañar que Donald Trump, como ya ha dicho su secretario Mike Pompeo, saque el tema en la próxima cumbre del G20 en Kioto.
Cualquier cuestión que sirva para esmerilar – aunque sólo sea en el terreno de lo simbólico- el poder de China, le viene bien actualmente al gobierno estadounidense.
Por ahora, Trump no ha apoyado las protestas, se ha mostrado cauto, quizás consciente de que un recrudecimiento en el conflicto comercial podrá afectar la economía norteamericana de manera importante.
En el ámbito de la diplomacia, pocas acciones ofenden más al gobierno chino que la injerencia en sus asuntos internos. Ese principio es fundamental a la hora de desempeñarse en el panorama internacional: no interfirere en cuestiones internas de otros países al mismo tiempo que rechaza cualquier atisbo de intervención en sus propios asuntos domésticos.
Si algo tiene China a favor es su poder cada vez más importante, tanto económico como político. Serán pocos los Estados que se animen a cuestionar la política de un país y dos sistemas. Ya que el poder, claramente, se encuentra en uno solo.