Por Alejandra Perinetti (*)
Que la pobreza es un tema central en nuestro país no es una novedad. Hace tiempo que los índices muestran un progresivo aumento y en ese marco los más perjudicados son los niños y niñas. La infantilización de la pobreza es evidente cuando vemos que más de 50% de los niños se encuentra en esta situación.
En un contexto de crisis económica y social, la niñez está siempre más desprotegida no sólo porque las familias lo están sino también por el deterioro de las políticas públicas de protección social y por la insuficiencia de recursos disponibles para garantizar a cada niño su desarrollo integral.
El trabajo infantil es uno de los más visibles emergentes de esta situación. En nuestro país, la última y más reciente cifra habla de casi un millón y medio de niños trabajadores, en concreto 1.417.567 niños y niñas que realizan tareas encuadradas en el mundo del trabajo.
No se trata sólo de estrategias de supervivencia o colaboración familiar: se trata de estructuras productivas apoyadas en una forma delictiva, el trabajo infantil.
Trabajar profundiza la exclusión de los niños y les quita la niñez, además de deteriorar su salud de manera considerable. Además de ser un delito, les impide sostener la escolaridad y realizar actividades que son propias de sus etapas vitales: ir a la escuela, jugar, imaginar, divertirse, son reemplazados por la preocupación respecto a la cantidad de monedas que pesan en sus bolsillos y cómo esas monedas se convertirán en la posibilidad de un plato de comida o de una noche más en una cama caliente y bajo techo.
Limpiar un vidrio, intercambiar estampitas, tirar de un carro, revolver contenedores de basura, coser en un taller, levantar una cosecha, apilar ladrillos, son formas que adquiere el trabajo infantil. Pero también y más invisibilizado aún está el trabajo doméstico intensivo y el cuidado de niños más pequeños mientras los adultos salen a trabajar o a hacer changas. Un niño o niña que debe insertarse de manera temprana en el mundo del trabajo es, además, a futuro un adulto con escasas oportunidades laborales formales. Así, el ciclo de pobreza y vulneraciones se consolida de generación en generación.
No hay dicotomías, el ingreso anticipado al mundo laboral no trae nada positivo. No hay nada de meritocrático ni de aprendizaje, hay solo vulneración y violencias varias que marcan los cuerpos y trayectorias de vida de cada uno de los niños que están forzados a trabajar.
Está claro que no es un problema individual ni particular de un grupo de personas. Se trata de una situación estructural en que millones de familias quedan fuera, excluidas, marginadas de una red social contenedora. Los más vulnerables son nuevamente los niños/as y adolescentes.
La erradicación del trabajo infantil involucra, en primer lugar, al Estado pero también a la estructura productiva que es cómplice del trabajo infantil: empresarios, asociaciones sindicales, empleadores y cada uno de nosotros como testigos pasivos de esta situación. Es claro que hemos visto algunos avances en esta dirección pero fueron insuficientes e irregulares. El extremadamente frágil contexto social actual amerita una mirada protectora urgente hacia los niños/as y adolescentes más vulnerables.
* Directora Nacional de Aldeas Infantiles SOS Argentina