sábado 23, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

China y Rusia, protagonistas de una batalla que nunca fue

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 Por Silverio E. Escudero

La frontera terrestre chino-rusa que separa los territorios de la República Popular China de aquellos de la Federación de Rusia es la más larga del mundo -más de cinco mil kilómetros- y, aunque no salga en la primera plana de los medios de comunicación es uno de los puntos más “calientes” del planeta.
En ese paisaje múltiple y variado se dirimen las diferencias políticas y geopolíticas a los tiros. Mientras que en las mesas de negociaciones se discute el dibujo final de los límites que aceptará cada nación, y todos están dispuestos a violar.
Los guardias fronterizos, brazo armado y ojo alerta de sus gobiernos, fungen como la avanzada guerrera para dar cumplimiento a los planes de invasión que se atesoran en las salas de mapas de los palacios gubernamentales. Planes que se reactualizan cada vez que los contendientes modifican sus sistemas defensivo-ofensivo en toda la región, porque las hipótesis de conflicto entre ambas naciones son una constante, a partir de acuerdos y desacuerdos profundos. La tensión fue gestada al cabo de los años, olvidando los juegos de magia y sortilegio propios de la diplomacia.

La cuestión se tornó más compleja a partir de que el Ministerio de Rusia para el Desarrollo del Lejano Oriente, a instancias de Vladimir Putin, lanzó el programa “Sé propietario en tu tierra” que ofrece a los ciudadanos rusos terrenos gratuitos en las regiones más alejadas de Moscú. Más de 35.000 parcelas en 60.000 hectáreas de superficie en total ya fueron adjudicadas.
“El presidente Vladímir Putin, considera el desarrollo de esta zona como la prioridad nacional para el siglo XXI. La iniciativa para atraer a los rusos a los confines más orientales del país es la versión actualizada de la que lanzó a principios del siglo XX el primer ministro zarista Piotr Stolypin, una de las figuras históricas favoritas del líder ruso actual”, anota Pilar Bonet, en un caudaloso informe que publicó el diario madrileño El País.
La idea rusa de ocupar las zonas vacías de la frontera preocupa en Pekín. No quizás por la presión demográfica que genera, sino porque vendrá indefectiblemente una etapa de revisión de los contratos de locación de parcelas destinadas a la producción pecuaria que se encuentra en manos de migrantes chinos. Relación comercial y política que, al menos, lleva doscientos años y que ha proyectado esa economía regional de subsistencia hasta ser considerada especialmente en los análisis macroeconómicos.
El fotógrafo estonio Alexander Gronsky, por su parte, en su proyecto “Historias de frontera”, retrata la vida a ambos lados de la frontera entre China y Rusia, su gente y sus lazos culturales y económicos. Gronsky anota que desde la apertura, en 1998, de la frontera entre Manzhouli (China) y Zabaikalsk (Rusia) la región se ha convertido en el punto de mayor tráfico entre ambos países. Manzhouli es una importante puerta de entrada para los negocios y recibe 60% del comercio hacia y desde Rusia y al el resto de Europa del Este.

Rusia y China, luego de trabajosas negociaciones, firmaron en Pekín un acuerdo de límites –en 2014- que fijó definitivamente los hitos en casi la totalidad de la frontera común. Arreglo que puso fin a cuatro décadas de disputas sobre la demarcación de sus territorios.
El pacto, suscripto por los ministros de Exterior chino, Yang Jiechi, y ruso, Serguéi Lavrov, contempla la devolución por parte de Rusia de la totalidad de la isla Yinlong -conocida como Tarabarov en ruso- y de la mitad de la isla Heixiazi (Bolshoi Ussuriysky), ambas situadas en la confluencia de los ríos Heilong y Wusuli, que sirven de frontera natural entre los dos vecinos en la provincia nororiental china de Heilongjiang. La superficie de terreno recuperado por Pekín es de 174 kilómetros cuadrados, según informó el diario digital China Daily.
Pero es menester regresar al origen de todos los males para comprender la valía del acuerdo. Acerquemos nuestra lente para descubrir que el conflicto, más allá de sus antecedentes, adquirió virulencia el 2 de marzo de 1969. En la isla Damanski (para los rusos) o Zhenbao (para los chinos) en el río Ussuri según los rusos o Amur según los chinos, doscientos soldados chinos atacaron al destacamento ruso de la región y provocaron 34 muertos y varias docenas de heridos, según los rusos. Ahora la versión china: “Las tropas del revisionismo soviético” irrumpen en el territorio isleño chino y producen un número de bajas no precisadas de hombres, seguidores fieles de Mao Tsé Tung”.
Los incidentes a lo largo de la frontera China-Rusia suelen ser pan de todos los días. Nikita Kruschev informó al Secretariado General del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) que sólo en 1963 se produjeron cinco mil hechos. Dieciséis de ellos –se sabe con precisión- tuvieron lugar en la isla Demanski-Zhenbao en sólo 12 meses.
Las autoridades chinas y soviéticas habitualmente preferían disimular la gravedad de los enfrentamientos bajo acusaciones vagas y generales para no dar argumentos a la prensa capitalista para que “monten campañas de descrédito”, explicó alguna vez en Córdoba el corresponsal de la agencia Tass, devenido en notable y controvertido historiador del Partido Comunista Argentino (PCA).
Sorprendió entonces -anotan las crónicas de época- la inusitada rapidez con que desplegó sus recursos la agencia de noticias rusa para dar datos del enfrentamiento a pocas horas de producido. Era la primera vez en que aceptaban la existencia de muertos y heridos. Episodio fronterizo también sobrevalorado en Pekín que motivó gigantescas manifestaciones públicas y encendidos discursos que tuvo como respuesta una enorme agitación antichina a lo largo y ancho de la Unión Soviética.

La tensión entre las dos potencias comunistas fue de tanta magnitud que sonaron las alarmas en todos los tableros de las fuerzas norteamericanas en el Pacífico, Corea del Sur y Filipinas.
Japón y las naciones asociadas a la Organización Tratado del Atlántico Norte (OTAN) pusieron sus tropas en alerta amarilla. Se preguntaban cuándo y dónde comenzarían los bombazos.
Lo cierto es que más allá de los alertas y aprestos bélicos hubo un aprovechamiento político de la situación a uno y otro lado de la frontera que nos tiene como visitantes ocasionales.
China originó el incidente, anotaban algunos expertos, con la intención de consolidar la conducción de Mao, que poco tiempo atrás había resultado triunfante en la Revolución Cultural, con lo que obtuvo una preeminencia política absoluta. Sin embargo –decían los maoístas- había que continuar desbrozando el camino acabando con el remanente de opositores, a los que se le acusaba de tener vínculos con el “revisionismo soviético”.
En la Unión Soviética la agitación antichina adquirió caracteres espectaculares. Cientos, miles de chinos residentes en territorio soviético fueron apresados y recluidos en campos de concentración. El Soviet, en tanto, ordenó confiscar los bienes de los prisioneros y se quemaron banderas en la mayoría de las ciudades soviéticas.
Se tejió en consecuencia, alrededor del episodio, una madeja de especulaciones. Las más verosímiles sostenían que Moscú sobreactuó para reforzar sus posiciones frente a la Conferencia Mundial de Partidos Comunista y asegurar, de esa manera la unanimidad bajo su conducción. A pesar de las críticas de los poderosos partidos comunistas de Occidente -el italiano y el francés- que denunciaron los excesos cometidos cuando ahogaron en sangre a la Checoslovaquia de Alejandro Dubcek.

La movilización del ejército soviético fue una formidable puesta en escena. Tras atacar a la “camarilla de Pekín”, apuntaron hacia Alemania para justificar la matanza de Praga con la complicidad de la totalidad de los partidos comunistas del mundo y redireccionar sus ataques contra el “imperialismo norteamericano”, el “desviacionismos” de Albania y el “independentismo” de Yugoeslavia de la mano del mariscal Josip Broz, “Tito”. ¿Estaba Moscú dispuesto a pelear contra su ex aliado? Mao Tsé Tung sostiene que sí.

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