Por Edmundo Aníbal Heredia (*)
Un veterano estudioso de la historia podría decirles a quienes tienen la intención de introducirse en ella que comiencen por observar los rostros de la gente con la que alternan y conviven; con dedicación y paciencia verán que sus rostros trasuntan de algún modo la historia de cada uno de ellos. Así adquirirán una primera aproximación al pasado de esa gente.
Pueden acompañar ese conocimiento con la observación de sus gestos, y hasta de su manera de andar por la vida. Luego será bueno que recorran los lugares de donde vienen sus antepasados, hasta entrar en sus casas, si es que se conservan.
Todas esas cosas son testigos mudos de su historia. Para entender estos secretos que guardan las mentes, los gestos y los lugares tendrá que recurrir a la antropología, a la psicología, a la geografía, a la filosofía. Es indispensable.
Ahora bien, el paso siguiente es más complicado y requiere aún mayor paciencia. Es ir a esos papeles que se han tornado amarillos por la acción del tiempo; ellos son los testimonios escritos que dejaron esos antepasados. Esos papeles están guardados en los archivos. Si no lo hacen siempre estarán recibiendo datos e información de segunda mano. Algunos pueden ser confiables; otros no.
El historiador veterano tiene anécdotas numerosas que pueden amenizar estas notas. Por ejemplo, la de aquel historiador estadounidense que publicó una extensa colección de los documentos existentes en el Archivo Nacional de Washington, referidos a la independencia de Hispanoamérica. Años después, un colega argentino analizó esos mismos papeles y comprobó que la transcripción hecha por el norteamericano omitía párrafos enteros, justamente aquellos que revelaban los intereses propios de Estados Unidos, contrarios a los de los hispanoamericanos, la mayoría referidos a despojos territoriales.
Obviamente, hay quienes eligen cuidadosamente los textos de historia producidos por quienes los antecedieron y se esmeran en verificar si son enteramente confiables. En ese caso, es legítimo que se apoyen en ellos para sus disquisiciones; pero deben hacerlo con cuidado, con respeto y con expreso y suficiente reconocimiento de quienes les proveyeron información fidedigna.
La experiencia indica que todos pueden escribir sobre temas históricos, incluso que se trata de uno de los ejercicios más fáciles. Lo difícil es ser originales e introducirse en la profundidad del pasado hasta desentrañarlo en sus raíces y vericuetos. Por eso la palabra investigación recurre a la etimología latina que le da el significado de “introducirse en los vestigios”.
Debe reconocerse que la historia de la conquista y colonización de América por España ha sido prolijamente estudiada desde diferentes puntos de vista, desde distintas teorías y desde variadas metodologías. Persisten instituciones calificadas que acogen esas investigaciones en América Latina y el mundo y que promueven su estudio.
De todos modos, falta mucho por hacer. Por ejemplo, hay interpretaciones muy disímiles en cuanto a la disminución de la población nativa en los primeros cincuenta años de la conquista. Que la población disminuyó sensiblemente es incontrastable, pero aún se discuten sus causas: hay quienes sostienen que se debió a las enfermedades traídas por los invasores, otros sostienen que la razón es que los indígenas fueron sometidos a trabajos forzados que no resistieron o que se debió “al desgano vital”, es decir a la falta de ganas de traer al mundo niños sometidos a los rigores de la conquista. Tantas teorías muestran que es necesario realizar estudios más prolijos.
Pero también es cierto que faltan trabajos que llamamos “de base” para llegar a conclusiones más precisas. Esos trabajos de base deben hacerse desde la consulta a los archivos, y cuando se trata de la conquista y colonización hay que recurrir, además de a los locales, a repositorios españoles -que en general están bien organizados y ordenados-. Es decir en donde hay testimonios originales, como los informes detallados que enviaron conquistadores y autoridades coloniales a las autoridades metropolitanas.
El Archivo de Indias de Sevilla es seguramente el más consultado, y es lógico que así sea. Pero hay otros en España que seguramente contienen información importante sobre la materia, que esperan ser examinados con mayor detenimiento.
Un repaso de la bibliografía existente muestra que los historiadores españoles no se destacan por su número en el tratamiento de ciertos temas espinosos para su país, y es explicable que sea así; por supuesto, hay excepciones meritorias. En cambio, muchos se han esmerado en escribir sobre los beneficios de su presencia tutelar en esta parte del mundo, lo que también es explicable.
Entre los archivos que aún esperan ser consultados con mayor atención está el de Simancas, donde se guardan documentos de la Corona de Castilla, la que se arrogó para si el derecho de conquista cuando disputaba la preeminencia con respecto a otros reinos de la Península Ibérica.
El archivo está contenido en un castillo que Isabel la Católica arrebató de manos de un noble desobediente. Otro ejemplo es el Archivo de la Marina “Álvaro de Bazán”, en Viso del Marqués, instalado en un fastuoso palacio ubicado en medio de un tranquilo y sencillo pueblo manchego, que contiene la documentación referida a la navegación y comunicación entre colonias y metrópoli, valiosa para cuestiones comerciales y en general económicas pero también para las de orden social por los desplazamientos poblacionales, emigraciones, presencia de extranjeros, tráfico de esclavos, etcétera.
Otros archivos y hemerotecas españoles guardan información igualmente valiosa y continúan esperando las visitas de los investigadores latinoamericanos.
Cabe una advertencia más, que viene de la experiencia y que no por subjetiva deja de ser importante: los archivos son el ámbito donde uno puede entrar en contacto directo con los personajes históricos, con los verdaderos protagonistas de la historia. Es un ejercicio valioso que establece interlocutores virtuales, a través de los tiempos y sin necesidad de la cibernética.
Esos protagonistas están ahí, hablándoles a los investigadores desde esos papeles ahora amarillos y, así, el investigador puede debatir y discutir con ellos de manera directa, escuchar sus razones y exponer las propias.
En el Archivo de Indias puede reprochársele al Conde de Puñoenrostro -quien fue Consejero de Indias- que así como él combatió la invasión napoleónica porque le quitó la independencia a España, debe entender también por qué los hispanoamericanos lucharon por su independencia.
En el Archivo Nacional de Colombia puede decirle a Simón Bolívar que no siga bajando, que vuelva desde Potosí porque más al sur dejará de ser el triunfador y allá en Bogotá lo están esperando para que salve la Confederación. Y en el Archivo Nacional de Chile puede advertirle a Benjamín Vicuña Mackenna que si continúa escribiendo así contra el gobierno van a meterlo preso. Con ellos y junto a otros apasionados vivos que comparten el recinto silencioso de los archivos, formarán un complejo grupo de devotos ilusos que intentan explicar los misterios de la vida humana.
Termino con una digresión, que no puedo evitar: quien no pasa pacientes jornadas consultando los papeles de un archivo como el de Sevilla se pierde de oír cada media hora los tañidos de las campanas de plata de la Giralda, algo que lo transportará aún más atrás en el pasado.
Al salir del Archivo de Simancas, cuando llega el atardecer y se es invitado gentilmente por los funcionarios a retirarse, se pierde la contemplación del regreso de los campesinos luego de sus labores en el campo, mientras descansa apoyado en un muro del puente que construyeron los romanos sobre el Pisuerga. Durante su alojamiento en el Palacio del Viso del Marqués se pierde la contemplación de la llanura manchega, y también la oportunidad de que con una pizca de imaginación hubiera podido entrever a lo lejos a un extraviado caballero montado en su flaco rocín, con su adarga al brazo, seguido por un galgo corredor.
Se pierde todo eso, que también es historia y que ayuda a descifrarla.
(*) Doctor en Historia. Miembro de Número de la Junta Provincial de Historia de Córdoba