sábado 23, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Juan Yaser y su Diccionario Etimológico

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 Por Julio Requena (*)

En septiembre del año 2016 fue presentado en la sala Regino Maders de la Legislatura provincial la tercera edición del Diccionario Etimológico de las palabras castellanas derivadas de la lengua árabe, de Juan Yaser, quien fue profesor de Letras Modernas, poeta y escritor bilingüe siriopalestino y cordobés. Fue, asimismo, presidente de la Federación de Entidades Argentino Árabes de Córdoba (Fearab) y vicepresidente (1987/1989) de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), filial Córdoba.
Este Diccionario Etimológico constituye una obra muy importante y gravitante para la comprensión del idioma español desde su formación sígnica. La influencia de la lengua arábiga es un hecho histórico indudable para la construcción del origen de las palabras con las cuales hoy hablamos y escribimos los 577 millones de hispanoparlantes.
Leopoldo Lugones, lo mismo que Sarmiento, ya habían advertido, por ejemplo, de que la palabra “gaucho” era de origen árabe. Por tanto, el diccionario, único en su género, representa un verdadero aporte a la lengua y cultura españolas.

Córdoba de la Nueva Andalucía
Juan Yaser había nacido en Palestina en 1925 y se exilió en 1952 para vivir hasta su muerte, en 1996, en Córdoba, Argentina. En virtud de que el VIII Congreso de la Lengua Española se realiza en esta ciudad, es oportuno transcribir lo que Yaser expuso sobre la génesis de esta urbe mediterránea. Dijo: “Aprendí que el fundador Gerónimo Luis de Cabrera era de ascendencia omáyade. Pensé que si él nació en Sevilla, ¿por qué la llamó ‘Córdoba de la Nueva Andalucía’? ¿No será porque quiso reivindicar a aquella Córdoba, ‘Joya del Mundo’, que refundó y realzó a la gloria el omáyade Abderrahmán de Damasco?”. Y continúa: “Me profundicé en la historia y me acordé de la Córdoba fenicia, que es la misma, fundada por aquellos remotos ancestros cananeos navegantes por los años 600 a.C. para rememorar la ‘Qártaba’ libanesa que perdura hasta hoy en las cercanías de Biblos” (Del libro Fenicios y árabes en el génesis americano).

Yaser como profeta y exiliado
La actividad literaria de Hanna Yaser fue tan intensa como múltiple, ya que escribió en ambas lenguas -habiendo sido autodidacta en el idioma español-, prodigándose en conferencias nacionales y extranjeras y llevando siempre su voz a los foros de discusión política donde defendió su premisa “La patria no se mendiga”. Yaser había profetizado la guerra del Medio Oriente mucho antes de que ésta se produjera, y hasta último momento luchó con su palabra por la causa palestina, la que asentó en su libro Hacia el miedo. Poemas palestinos (1988), tanto como en su último poemario de 1980 publicado en su lengua de origen “Ummatum Wa Yirah” (Nación y Heridas).
Para comprender su poesía en toda su dramática intensidad debemos preguntarnos si es posible acceder a la esencialidad de su comprensión, ya que justamente lo contrario es lo habitual: la incomprensión. Yaser lo dirá así: “Es clásico el hecho de que el poeta -profeta en si– sea víctima de la incomprensión de sus contemporáneos, y quizá de algunas generaciones posteriores”. Por eso, en el caso de Yaser hay que oír la profundidad del problema sin prejuicios. Y todo en él fue problemático porque luchó contra el vacío del silencio conspirativo que obtuvo como única respuesta a sus atormentadas reflexiones. Problemáticas fueron su vida y obra de exiliado, fracturado en su conciencia por su doble identidad lingüística y telúrica.

Lo confesó así: “Aquí, Argentina, me vuelvo otra vez suelo. / Mi suelo en Palestina se ha vuelto sangre. / Aquí, quiero ser maíz y vivir eternamente”. O desear: “Quisiera visitar / de nuevo el sepulcro, / la mezquita, el convento, / las callejuelas… / ¡unirme a mí mismo!” Pero lo más grave es que él sentía que el problema de su patria de origen -esa “patria degollada”, como la llamó-, no tenía solución en lo inmediato. Escribió sobre la sordera del mundo, que oía pero no escuchaba el desangramiento de un “Apocalipsis en el Medio Oriente”. Gritó en sus poemas la injusticia y el dolor. Pero nadie lo escuchó. Lo dijo así: “Grito mi dolor de extraviado / en las dimensiones trasatlánticas”. O así: “Y grito con sangre / en la garganta y en los ojos”.
El más grande misterio del hombre es su propia sangre, habitada por desconocidos antepasados. Ese río de la sangre se vuelve mar ilimitado cuando la sangre colectiva de un pueblo va a la guerra, y entonces la guerra es un mar de sangre. Yaser lo dirá así: “La sangre palestina redimirá a la humanidad del pecado de la ignorancia y la ceguera; ignorancia de confundir al lobo con el cordero, y ceguera de ver al victimario como víctima”. Si el odio ya está instalado definitivamente entre los dos pueblos, y si el odio es el culpable de alimentarse con más odio, ¿hay entonces una salvación?
Sí, para Juan Yaser, quien encontró “El amor como fundamento de la hermandad universal”.
Pero Yaser no se engañaba y supo que esta misión redentora tardaría en llegar, o no llegaría nunca. Lo expresó así: “Te cuento, amigo contemporáneo, / que el mundo resiste al amor”. Y lo tradujo así: “Rehúso que mis palabras sean una elegía sobre Palestina, porque Palestina no morirá. No morirá Palestina porque es la patria de la resurrección, y en ella nació el amor, y el amor es superior a la muerte, al odio, al fuego”.
Pero también supo que el amor, por su poder de taumaturgo, obra milagros…
Entonces, y para ello, “hay que construir un Nuevo Orden del Amor”, ya que “el suelo, su Majestad el Suelo nos espera”.

Juicios sobre su prolífica obra
Numerosos son los juicios críticos sobre su vida y obra. Aquí sólo destacaremos que el arabista español Pedro Martínez Montavez le dedicó todo un capítulo de su obra Literatura árabe de hoy, titulándolo “Un poeta palestino de Argentina”, en el que dice de él que “se constituyó en testimonio ancestral de toda una colectividad sentida en términos esencialistas y eternizantes… en la cananeidad que el poeta considera identidad, origen y razón de ser”.
Yaser, así, se volvió un maestro documentado en la protesta social y la acusación jurídica internacional ante las potencias hegemónicas, lucha solitaria en que actuó al redactar sus alegatos. Su soledad, sin embargo, lejos de aislarlo o volverlo un resentido, se plasmó en un fresco y poético aljibe -palabra árabe que él definió en su Diccionario como “cisterna de agua; cárcel subterránea”.
Curiosamente, esta doble acepción define también el grado de soledad íntima que sobrellevó su espíritu atormentado, bebiendo en las fuentes de la poesía para limpiarse del estigma de ser un exiliado y aspirar a su soñada libertad, porque se sentía encarcelado subterráneamente junto con su pueblo. En cuanto al valor literario de su extensa obra de crítica y ensayo, fue reconocido por la Unesco, que lo nombró investigador, y trabajó en el proyecto Acalapi -“Aportación de la Cultura Árabe a la Cultura Latinoamericana a través de la Península Ibérica”-.

Epílogo atemporal
Evitar malas interpretaciones es darse cuenta de que hay otra palabra desintegradora: “extrañeza”. La extrañeza que nos inspira el otro no permite ver la projimidad, que constituye la base psicológica de la familia humana.
Extirpar entonces la extrañeza fue el ideal último de Juan Yaser, quien profetizó: “Caerán un día las fronteras, ¡todas!, / y el mundo será la patria del hombre ¡a pesar del instinto!”

(*) Licenciado en Letras Modernas

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