domingo 24, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Irlanda y sus sueños de jardines como límites en un mundo de lobos

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Por Silverio E. Escudero

Europa ha dejado de construir Europa. El paradigma de avanzar hacia procesos de integración política y económica que le dieron origen a la Unión Europea se han incendiado –al parecer- en las hogueras que levantan los neonazis y en las que actúan, sin dar la cara, los servicios secretos rusos mientras se profundizan los justos reclamos de la sociedad europea.
El reloj de la historia, al parecer, se ha parado en forma abrupta. Contrariando las leyes universales, el tiempo ha comenzado a retroceder. Ya no le interesa al europeo medio la incorporación, como nuevos socios de la UE, de los países del este europeo que batallan en contra del resurgimiento del Gran Imperio Ruso. Crimea fue el primer gran enfrentamiento.
Parece, entonces, aguardarle a la vieja y anquilosada Europa un destino de guerra y muerte. Los nacionalismos y la ultraderecha, aupados por Vladimir Putin, se han transformado en el germen de movimientos neofascistas y neonazis que han ganado el espacio público al que se suman fanáticos religiosos que declaran a los cristianos del rito romano como sus enemigos. ¿Pretenden así vengar los excesos del fanatismo de las Cruzadas? ¿Cuándo unirán objetivos con los musulmanes?

Europa, insistimos, no sabe hacia dónde marcha. Estados Unidos, Rusia y China la tironean. Le exigen que les jure lealtad a cada uno. Por primera vez desde el final de la Segunda Guerra, Donald Trump ha puesto a los países europeos en un callejón sin salida.
El hecho de que pretenda cobrarles un canon por la instalación en territorio europeo de las bases que constituyen el escudo misilístico de Washington hacen que, en la desesperación, crean en los cantos de sirena de Moscú.
Putin muestra como aliados incondicionales a autócratas como el primer ministro húngaro, Viktor Orban, y a sus homólogos del llamado Grupo de Visegrado -que completan Polonia, Eslovaquia y República Checa- dispuesto más a enfrentar “el engreído eje franco-alemán” que escenificar, a pesar de la crisis transatlántica, foros como el G-20 o el G-8. Incluso mostrando como una nueva joya a un joven halcón conservador austriaco que preside, con relativo éxito, un gabinete integrado con representantes de la extrema derecha de su país. ¿Por qué razón la ultraderecha fue predominante en Austria?
Sebastian Kurz, el canciller austríaco, presume de sus contactos y de ser “el confidente europeo” de Trump, habida cuenta de que habrían cuchicheado en la recepción oficial por más de 45 minutos. Kurz afirmó que ese hecho sucedió porque el anfitrión estaba interesado en “su visión” sobre las elecciones europeas, Francia, Alemania y el brexit.

Más allá de estos éxitos aparentes, Kurz es considerado por voceros y dirigentes de la extrema derecha europea y por grupos neonazis un personaje tanto o más sinuoso que Marion Maréchal-Lepen –la nieta preferida de Jean-Marie-, creadora del movimiento Chalecos Amarillos, que no solo jaquea al gobierno de Emmanuel Macron sino a su tía –Marine- por ser “tibia y reformista”.
Retomemos el debate europeo. Han quedado, olvidados en el tiempo, los enormes debates que sostuvieron los más grandes estadistas de Europa Occidental. ¿Estamos, en medio de la crisis, ante el renacimiento de una nueva Europa? ¿Si decimos que renació, cuándo fueron las exequias del antiguo régimen? ¿La separación de Gran Bretaña y el resurgimiento neonazi tienen aristas comunes? ¿Es esta Europa que observamos –jugando con las agujas del reloj- la misma Europa de 1848 con los mismos dilemas ideológicos de otrora? ¿Ésos que llevaron a la Segunda Guerra Mundial que para todos los efectos deben ser considerados una continuidad de La Gran Guerra de 1914-1918?
El invierno que concluye ha sido complejo. La tensión crece en Irlanda. Católicos y protestantes han vuelto a velar armas. Nadie quiere – racionalmente- fronteras físicas ni patrullas de gendarmes a uno y otro lado de la línea divisoria: “Quedaban bellísimas las líneas de macetones con flores que nos permitían jugar a que éramos diferentes, que éramos vecinos bien llevados”, asegura en las redes sociales una decidida adolescente del Saint Patrick, quejosa de las absurdas y abstrusas decisiones que toman los políticos. Quizás influenciados por los malos aires de alfombras y ejércitos de secretarias y asesores carentes de ideas.

Irlanda, en tanto, sueña con la paz. Con que las fronteras sean un jardín. Al igual que nosotros, de la mano del cada día más inmenso Eduardo Falú cuando cantamos: “El día en que los pueblos sean libres, la política será una canción”.
En un mundo en crisis, frente a una nueva brecha que alcanza a todos en el continente, Irlanda construye su utopía. En Bruselas y el Parlamento británico la razón y la paz han dejado de ser objeto esencial de su accionar el pensamiento del hombre. Solo cuenta la variable económica.
La sumisión de la nueva clase política europea a la locura de Donald Trump agrava el cuadro de situación. “Hay que trabajar con él”, sostienen. Escudriñan el futuro tratando de asumir el control político comunitario y transformar a la vieja y anquilosada Europa en uno de los mayores arsenales del mundo, aunque sus gobernantes se juramenten como defensores de la paz.
Trump sabe que es el líder de una generación de políticos que no ha pagado el precio de la guerra. Los suma a su causa pero a la vez los mantiene divididos. Liberales, por un lado; conservadores, por el otro. Les dice que comparte sus ideales y los arma para enfrentar líderes autocráticos como Orban que integra –con la Casa Blanca- con el núcleo duro en contra del euro o el eje franco-alemán.

“Divide y vencerás” parece ser la clave. Pero a todas luces resulta beneficiado Vladimir Putin que crece como líder mundial. Alguien escribió alguna vez: “Mientras abre la espita geoestratégica en las antiguas repúblicas soviéticas bálticas, donde ha puesto en más de un serio aprieto a los mandos militares de la OTAN, y Ucrania (…) Europa se ha acostumbrado a llegar tarde a cualquier iniciativa contra el Maidan nacionalista y europeísta que Moscú se ha encargado de emprender desde el estallido de las protestas sociales, en noviembre de 2013”.
Usando cualquier arsenal; desde el diplomático, mediante la utilización de la energía como arma exterior o amenazando con los peligros geoestratégicos de la escalada armamentística -y nuclear- hasta las redes sociales, desde las que propaga fake news capaces de, por ejemplo, interceder en el resultado del referéndum sobre el brexit, en el triunfo electoral de Trump o en la irrupción en el escenario político de partidos ultranacionalistas en Europa o de movimientos secesionistas que, como el catalán, ponen en riesgo la estabilidad de determinados socios de la UE.

El tercer elemento distorsionador es China que comparte con Europa la visión multilateralista: los objetivos de París de lucha contra el cambio climático, y ciertos intentos, demasiado vanos aún, de inculcar una cierta gobernanza a la globalización como antídoto para frenar el nuevo orden instaurado por Trump. Pero que, como sus dos rivales nucleares, practica una diplomacia de doble filo. Porque al mismo tiempo que airea discrepancias con EEUU como las tensiones por el negocio 5G y la crisis de Huawei, negocia un acuerdo comercial que ponga fin a la escalada arancelaria y ha puesto punto y final al histórico aislacionismo con Rusia, con la que realiza maniobras militares conjuntas en latitudes tan conflictivas como el Báltico o el mar del Sur de China, puntos de interés estratégico para ambas potencias, que siguen un criterio común de oposición geopolítica a Trump en varios asuntos de relevancia global.

Comentarios 1

  1. Leo siempre los temas elegidos por Silverio Escudero, es realmente un lujo, un placer cada comentario, de una intelectualidad e información asombrosa. Que bueno sería tener acceso a todos los escritos por el presentado en el Periodico.

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