Nuestro archivo, que por momentos se asemeja al caos, a veces sorprende con la reaparición de recortes y apuntes que estaban casi perdidos. Esta vez, para nuestro asombro, fueron los apuntes de un largo intercambio de ideas que mantuvimos –en cuatro jornadas- con Julio César “Gali” Moreno, quien fue uno de los periodistas y filósofos más sólidos de nuestra entrañable Córdoba de la Nueva Andalucía.
La conversación –que sucedió a mediados de septiembre del año 2000- tuvo diversas derivas. Los chismes de la política menuda ocuparon su espacio. Ya preocupaba, hace casi 20 años, el vacío de ideas en los partidos políticos y la escasa o nula formación de una pretendida casta dirigencial cuya notoria incapacidad se refleja por estos días. Se les ve desnudos frente a los gigantescos problemas que golpean y agobian a los argentinos. Tienen la convicción del mercachifle y la prestancia de los habitantes de Lilliput.
La excusa central del encuentro fue acercarnos a la profunda relación que lo unía a Norberto Bobbio, el eximio pensador turinés, al que retornamos con alguna periodicidad en busca de una palabra sensata, en tiempos en que todos parecen dedicados a sembrar vientos y tempestades.
Mucho más cuando el descreimiento es generalizado y la política olvidó que era (¿o es?) “el arte de la convivencia entre los hombres, mientras que la antipolítica es el recurso de la guerra: Bellum omnium contra omnes (guerra de todos contra todos)”, como decía Hobbes.
Pero también Hobbes decía: Pax est quarenda (la paz es una búsqueda). “Lo que quiere decir que la política es la búsqueda de la solución de los conflictos”, anota Bobbio.
Moreno, en la ocasión, insistió en que al maestro turinés –más allá de su condición de filósofo del derecho- debíamos considerarlo un fino y delicado analista político. Con una comprensión de las variables políticas, económicas y culturales distinta del resto de la cátedra. Hecho que le permitía anticipar los giros inesperados de la historia.
Por ello su vida estuvo comprometida con la defensa de la libertad, la denuncia de la decadencia del poder del Estado frente a la globalización financiera y el creciente desinterés de los jóvenes por la política.
Cuando indagué sobre el tenor de sus conversaciones con Bobbio, la respuesta fue mucho más simple de lo que imaginé: “(Hablamos) De nuestros disensos y de algunos acuerdos. De miradas desesperanzadas de una realidad que cada día es más compleja. De la locura como hombres que sobrepoblamos el planeta sabiendo que esa será la matriz de los mayores conflictos, de las mayores tragedias”.
Guardé silencio. Necesitaba reacomodarme. Pedir y esperar otra ronda de café debía dar tiempo suficiente para desbrozar el camino. De mucho sirvió el chascarrillo de un amigo que, al acercarse, observó nuestras armas amartilladas: un grabador, una pila de cassettes, mis libretones y los clásicos “bolígrafos de perder”.
El “sigan, sigan…” del visitante sonó como la campana de largada del balotaje. ¿Cómo retornar al tema principal? No era difícil, si eran las mismas cosas que preocupan al hombre desde el principio de los tiempos: su supervivencia en un ambiente hostil. La eterna batalla por el dominio de las llanuras fértiles y las fuentes de provisión de agua…
Se había colado en ese breve tiempo de la visita la participación activa del “Gali” en Pasado y Presente, compartiendo ese enorme espacio de militancia y tareas –quizás el más importante de la historia de Córdoba- con José María “Pancho” Aricó, Oscar del Barco, Aníbal Arcondo, Héctor N. “Toto” Schmucler, Carlos Assadourian y una “banda” en la que sobresalían nombres de la talla León Rozitchner, Noé Jitrik, Juan Carlos Portantiero, entre muchos otros. La experiencia editorial de los “pasadopresentistas” produjo un fuerte enfrentamiento con la ortodoxia comunista y la radicalización del discurso político en un tiempo pleno de ebullición con fortísima repercusión en las distintas vertientes del marxismo internacional.
Y, por cierto, mi agradecimiento por su enorme apoyo, cuando como delegado gremial del personal de la Biblioteca Mayor –junto al incansable Antonio Heredia- nos opusimos al plan de vaciamiento de la más importante librería de nuestra querida Universidad Nacional de Córdoba, que fue clausurada con una excusa falaz. Pretexto que debía servir para transferir su enorme rica y enorme hemeroteca a una utópica Biblioteca de la Humanidad que se crearía en París bajo el auspicio de la Fundación Antorchas, organización de triste memoria.
Bobbio, en tanto, esperaba. Estábamos a su vera. Moreno nos dirá que Bobbio, sobre el final de su parábola se transformó en un pesimista existencial con una visión pesimista de la historia. Pero, aun desencantado, una voz que grita, que predica en el desierto. Insistiendo en la necesidad de forjar un equilibro entre el Estado y el mercado, entre la libertad de los antiguos (la de los ciudadanos dentro del Estado) y la libertad de los modernos (de los individuos dentro del mercado), según la distinción de Benjamín Constant, contenida en su conferencia titulada De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos, pronunciada en el Ateneo Real de París en 1819.
Pero esa distinción, al igual que la de izquierda-derecha, a su juicio ha perdido vigencia frente a las transformaciones de la economía y la política. “Frente a la globalización -dijo Bobbio- el Estado pierde su autoridad y es absorbido por el gran mercado globalizado, y parecería que la política va a ser cada vez más dependiente de las relaciones económicas y financieras internacionales, al menos que la soberanía de los Estados sea sustituida por una autoridad supraestatal”.
Fue así como “el Gali”, con paciencia y una enorme vocación docente, ofreció nuevas herramientas para el análisis político que, aplicadas en nuestros campos de actuación, sembraron desconcierto entre los que priorizan el negocio y la rosca a la discusión de las ideas. Paradigma que presidió la campaña política de Raúl Alfonsín; conceptos que algunos de sus correligionarios, de matriz cuasi fascista, no entendían ni entienden pese al tiempo transcurrido. Cuestión que tampoco les sirvió de justificativo cuando, en manada, irrumpieron en los cuarteles celebrando el alzamiento carapintada.
El debate se enriquece frente a quienes vuelven a repetir, aludiendo nuevas realidades surgidas del avance de la ciencia y la tecnología o de las redes sociales, que las nociones de izquierda y derecha estarían superadas o que la izquierda viviría inmersa en la nostalgia. Omiten cuidadosamente decir que el tan mentado fin de las ideologías tiene un trasfondo autoritario y/o mesiánico de origen teocrático y que su interés es cancelar el debate de las ideas y suprimir la puja de intereses que dinamizan las estructuras sociales.
Norberto Bobbio, “el filósofo de la democracia”, es definido por Michelangelo Bovero como un constructor incansable de modelos conceptuales para la comprensión y la valoración de la realidad humana.
“Si utilizo una metáfora diría que su trabajo consiste en forjar lentes claros, de transparencia cristalina, para observar el mundo histórico y para orientarse en su complejidad. El objetivo principal y esencial es disipar equívocos y despejar confusiones.
Al reflexionar sobre la forma en la que procede el razonamiento de Bobbio, Ricardo Guastani ha hablado de ‘arte de la distinción’. Característica original del método bobbiano es la elaboración de esquemas conceptuales estructurados a partir de una lógica binaria: el pensamiento se desarrolla por dicotomías, parejas de términos recíprocamente excluyentes, que son articuladas y ramificadas hasta formar una red capaz de abarcar el universo de los problemas morales, jurídicos y políticos –o sea, el objeto de la filosofía practica-”, detalló.