Gaby Hinsliff
Nada hace que el corazón de un padre se retuerza tanto como la infelicidad de un hijo y su propia impotencia frente a ella. Cuando era pequeño todo era mucho más fácil.
Los niños pequeños pueden pasar de sonrientes a inconsolables en un segundo, pero vuelven milagrosamente con una siesta o una bolsa de pasas. La infelicidad de un niño mayor, sin embargo, es infinitamente más aterradora.
De repente, los adultos están fuera de esa profundidad, buscando respuestas, aterrorizados de que no haya ninguna.
Hace unos días, en medio de un emotivo debate público sobre los suicidios de adolescentes, Natasha Devon, ex promotora del gobierno en salud mental para las escuelas, señaló las principales cosas que los alumnos le dicen sobre lo que amenaza su bienestar mental. (N. de la R.: listado de Natasha Devon: 1. Ansiedad por el estudio. 2. Falta de apoyo en su comunidad. 3. Problemas en el hogar. 4. Nadie con quien hablar. 5. Falta de actividades que ayudaban a su salud mental -por ejemplo, deporte/música-. 6. Preocupaciones por el futuro.)
Es probable que el orden haya cambiado con los años (no estoy segura de que la ansiedad académica o por el estudio haya encabezado la lista en la década de 1990) pero lo otro ha sido cosa diaria de los adolescentes desde tiempos inmemoriales: problemas en el hogar o no tener con quién hablar.
Llama la atención por su ausencia, sin embargo, algo preocupa cada vez más a muchos padres: “La presión de las redes sociales para vivir una vida perfecta” se ubicó en el séptimo lugar en la lista de niños.
Esta semana, los oficiales médicos en jefe del Reino Unido emitieron una guía sobre el uso de la pantalla: déjelas de lado a la hora de las comidas para tener una conversación adecuada, y no permita que los niños lleven teléfonos móviles u otro aparato electrónico a sus habitaciones que los mantengan despiertos toda la noche. Los ministros han dado un paso igual de razonable para tratar las plataformas más grandes de publicación y su responsabilidad por el contenido que albergan.
El cambio se ha estado gestando en el gobierno desde hace un tiempo, pero una apasionada campaña de los padres de Molly Russell, de 14 años de edad (quien dijo haber visto material relacionado con la ansiedad, la depresión, la autolesión y el suicidio en las redes sociales antes de quitarse su propia vida) seguramente ha ayudado a cambiar la opinión pública.
Siempre habrá espacios online donde todo vale, pero si marcas como Instagram o Facebook quieren mantener la confianza de sus usuarios, tienen que hacerlo mejor. So far, so good.
Pero el debate sobre las redes sociales y la salud mental de los adolescentes recuerda de manera incómoda el viejo argumento de si las revistas femeninas llenas de modelos flacas estaban haciendo que las chicas jóvenes fueran anoréxicas, a lo que la respuesta es que basar una industria en mujeres jóvenes medio hambrientas está mal en todos los niveles pero los trastornos de la alimentación son infinitamente más complicados que eso.
El brillo de las revistas era sólo la expresión más visible de una cultura comercial basada en hacer que las mujeres piensen que hay algo malo en ellas. Pero incluso culpar por los trastornos alimentarios a esa cultura más amplia deja al margen del tema otras cosas que pueden estar ocurriendo en las vidas de las niñas, o de cómo ambos factores pueden interactuar con cualquier causa orgánica de una enfermedad mental.
Las niñas que están completamente felices con su cuerpo y sus vidas no suelen desarrollar trastornos de la alimentación de la noche a la mañana solo con la lectura de una revista de moda. Comprender esto no exime ni remotamente a la publicación de reconocer sus responsabilidades sociales, tanto con los lectores como con los modelos, y los cambios que algunas han hecho también son sanos. Pero ellos sólo nos han traído hasta aquí.
Las investigaciones sugieren que los niños que pasan mucho tiempo en línea son más infelices que los niños que no lo hacen, pero aún no está claro en qué medida se encuentran la causa y el efecto.
¿Son las redes sociales tan tóxicas que “bajonean” a los niños felices, o hacen que los solitarios o los que tienen problemas pasen más tiempo que otros buscando consuelo? ¿O es que la verdad está en algún otro lugar, y es más probable que los niños infelices persigan un tipo de gratificación que finalmente los haga sentir peor, como los adultos que buscan consuelo en una botella?
Si es lo último, entonces obviamente las compañías de medios sociales todavía tendrían una obligación moral con los usuarios vulnerables. Pero eso sería sólo la mitad de la foto. La otra mitad es preguntarse en primer lugar por qué tantos niños son vulnerables.
La depresión, la ansiedad y el odio a si mismo no siempre vienen empaquetados con una explicación o una causa. Mientras tanto, cualquiera que haya perdido a alguien por suicidio sabe que a veces no podemos encontrar las respuestas que anhelamos.
Las historias que reciben la mayor parte del tiempo en los medios son invariablemente las terribles, en las cuales una familia amorosa simplemente no puede entender cómo la oscuridad envolvió a su amado hijo. Pero ésas no son las únicas historias. La salud mental de los adolescentes tiene un lado más oscuro, uno por el que no se puede culpar a las gigantescas compañías tecnológicas sin rostro o a la presión de los exámenes, pero que tiene evidencia sólida.
Los niños que sufren dos o más de lo que se conoce como “experiencias adversas de la infancia” (desde la pérdida de un ser querido o la separación de los padres hasta el abandono, el abuso o un padre con adicción) tienen tres veces y media más probabilidades de tener problemas de salud mental cuando crezcan.
Los niños criados en la pobreza extrema o bajo cuidado; los que han sido testigos de violencia doméstica; los que por alguna razón se sienten ignorados o pasados por alto o que no tienen a nadie en su hogar con quien puedan hablar cómodamente, posiblemente estén más en riesgo que la mayoría.
Y a menos que sus padres puedan permitirse el lujo de buscar asistencia privada, entonces algunos pueden esperar hasta 18 meses para obtener remisiones a servicios de salud mental para adolescentes sobrecargados.
Como lo dijo Devon, les hemos enseñado a los niños que es bueno hablar sobre sus sentimientos, pero a veces eso simplemente significa que “los niños pueden decir exactamente lo que está mal pero no tienen a quién recurrir para obtener apoyo”.
Así que, por todos los medios, protejamos a los niños del contenido espantoso, enseñándoles que la autoestima no se puede encontrar en los “me gusta” de Instagram, animémoslos a que “se apaguen” y se involucren en la vida real.
Pero mientras haya niños cuya vida real sea el problema, sólo veremos la mitad de la foto.