Por Juraima Almeida*
El candidato de la ultraderecha Jair Bolsonaro obtuvo el 46% de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil, mientras que Fernando Haddad,delfín del exmandatario Lula da Silva, alcanzó el 29% de los sufragios. El 28 de octubre se celebrará una segunda vuelta para definir quién será el próximo presidente.
La diferencia entre ambos fue grande este domingo. La posibilidad de un crecimiento de los votos de Haddad, es que se vuelquen hacia su candidatura los de Ciro Gómez (del Partido Democrático Trabalhista, tercero, con 13% de los votos) y de otros candidatos de centro y de izquierda, con magros logros en la primera vuelta. La gran duda es qué decidirá hacer el Partido de la Social Democracia Brasileña (PMDB) del expresidente Fernando Henrique Cardoso.
Tras votar, Bolsonaro sostuvo que “No haré ninguna negociación partidaria. A mí ya me apoyan más de 260 diputados del bloque ruralista, gran parte del bloque evangélico y de la bancada de la seguridad (policías y militares). En mis cuentas, tenemos aproximadamente 350 diputados que van a estar con nosotros y, en su mayor parte (sic), ellos son honestos”.
Quien resulte electo dirigirá un país sumido en una crisis económica y política, aún conmovido por el enorme escándalo de corrupción, con más de 13 millones de brasileños no encuentran trabajo. “Hay un fuerte deseo de cambio”, opinó André Portela, profesor de Economía de la Fundación Getulio Vargas, “Bolsonaro se ha aprovechado de eso y se ha presentado como agente del cambio, pero no queda claro si realmente lo será”, añadió.
Los fenómenos más relevantes en la encuesta de Ibope del primero de octubre, a una semana de las elecciones, ya mostraban la interrupción del crecimiento de Fernando Haddad y la resilencia de Jair Bolsonaro, que impidió su estancamiento, en medio de un fraccionamiento de la derecha, tanto en la elección presidencial como en las regionales.
Para el establishment, lo esencial es impedir de cualquier manera el retorno del PT al gobierno central, a los de los estados y al Congreso. El terrorismo antipetista, propagado por los medios monopólicos con el liderazgo de las redes Globo y Record, las iglesias neopentecostales, las redes sociales, el poder judicial, han sido eficaces.
Si hay algo que unificaba a la mayor porción de los sectores populares de la sociedad brasileña es el liderazgo de Lula, pero Lula no era candidato a presidente. Los que llevan las camisas negras, operadores con poder real, “los mercados”, los empresarios de la minería y el agronegocio, las industriales de la fe y una parte considerable del oligopolio mediático pusieron todo su capital disponible para que gane Bolsonaro.
Lawrence Rosenthal, director del Centro Berkeley de la Universidad de California, afirmó que “estamos viendo el ascenso de un emprendimiento populista internacional de carácter autoritario”, del cual Bolsonaro sería expresión en Brasil. Su candidatura no es tan preocupante como el engendro que representa y los millones de votantes de Bolsonaro no son fascistas, ni se trata en su totalidad de personas de intolerancia extrema, militante, hacia mujeres, pobres, moradores de favelas, personas LGBT, agricultores, pueblos indígenas o sindicalistas.
Como opción electoral, Bolsonaro navegó sobre una ola que es mucho mayor que el candidato, que viene de muy atrás y que cobró impulso con un conjunto de conflictos sociales y malestar que van más allá de –y no serán resueltos por– una elección presidencial, señala el sociólogo uruguayo Sebastián Valdomir.
El bolsonarimo es resultado de una planificación cuidadosa, de escritorio, realizada por una serie de think tanks con asesoramiento externo, en la cual aquellos que verdaderamente llevan las camisas negras, actores con poder real, abrieron compuertas a la violencia política, mediática y judicial. Lo cierto es que esos sectores no vieron recortado su poder durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT).
La candidatura de Bolsonaro se basó en los apoyos de las iglesias evangélicas y las fuerzas de seguridad. Cuenta con el apoyo oficial de la Iglesia Universal del Reino de Dios y su multimedio Record. Una semana antes de las elecciones, el dueño del grupo Record, el obispo Edir Macedo, ordenó a sus pastores predicar contra el feminismo, el aborto y la educación sexual en las escuelas. Lo cierto es que la penetración territorial de las iglesias neoprotestantes es superior a la de cualquier partido, con militancia confesional y con el activismo de las policías provinciales, organizadas en y encuadradas detrás de Bolsonaro, quien reivindicó la impunidad de los policías de gatillo fácil especialmente en Río de Janeiro, estado intervenido militarmente por el gobierno de facto.
Tras el golpe policial-judicial-empresarial-mediático-parlamentario, con apoyo militar, Brasil camina hacia una dictadura votada. Los medios hegemónicos y las mentiras (fake news) en las redes sociales dispararon en los últimos tres días de la campaña prepararon un crecimiento de la candidatura del ultraderechista en las encuestas, unido al salto de casi cuatro puntos de la Bolsa de Valores de San Pablo.
Se espera que los sectores “civilizados” del PSDB, con Fernando Henrique Cardoso al frente, apoyen a Haddad en la segunda vuelta. El resto, ya abandonó a Geraldo Alckim, el candidato del establishment para apoyar a Bolsonaro, lo que demuestra que para ellos el proyecto económico neoliberal y depredador, aún con dictadura, es más importante que la democracia. En la segunda vuelta, en tres semanas, no será una disputa de poder dentro del régimen democrático. Y, seguramente, la mayoría de los llamados liberales van a apoyar el fascismo, la barbarie, contra la democracia y las conquistas populares.
(*) Investigadora brasileña, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la).