Por Luis Beresovsky (*)
Es curioso ver cómo al cumplirse el centenario de la Reforma Universitaria, el peronismo y fundamentalmente una de sus variantes -el kirchnerismo- se cuela en las celebraciones. Sorprende porque el peronismo nunca estuvo de acuerdo con la Reforma del año 18. Es más, siempre afirmaba que reformismo no es revolución, cuando se consideraba el movimiento creado por el general Juan Domingo Perón (militar al fin) un movimiento revolucionario y vertical.
Afirmaba Perón, y sus seguidores, que la universidad era costeada por todo el pueblo argentino -cosa que es cierta-, inclusive por los trabajadores y los más humildes, cuyos hijos no accedían a las altas casas de estudios. Por esta razón el gobierno de la universidad, que se sostiene con presupuesto del Tesoro Nacional, debía ser dirigido por el Ejecutivo nacional.
Es decir, nada de autogobierno tripartito (por entonces sólo tres claustros la conducían, luego se sumaron los no docentes).
Recuerdo en mis tiempos de estudiante los enfrentamientos entre el Movimiento Nacional Reformista (MNR, Partido Socialista) y la Franja Morada (radical), ambos reformistas con la Juventud Universitaria Peronista (JUP), por estas razones. Porque, por supuesto, al ser puestos por el Gobierno nacional el rector, éste designaba de su propio partido a los decanos, secretarios académicos, administrativos, etcétera.
La prueba más palpable está en la historia de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), donde nació la reforma.
Cuando se produce el golpe de Estado, el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), que integraba Perón, en el cual ocupó tres cargos simultáneos: vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión -plataforma para su armado electoral- la UNC fue intervenida por Lisardo Novillo Saravia, quien duró dos años en el cargo.
En 1945 le sucedió como “comisionado” Luis M. Allende, quien duró pocos meses. No mucho más permaneció en el rectorado el doctor León S. Morra (cuyo hijo ocupó el mismo cargo durante la última dictadura militar). El psiquiatra estuvo apenas unos días de 1946.
Luego llegó como interventor Felipe S. Pérez, quien estuvo poco más de un año en funciones. Horacio Valdez (también interventor) se sentó entre agosto de 1947 y 1948 en el sillón que hoy ocupa Hugo Juri, y le sucedió nuevamente -pero esta vez por cuatro años como rector- el prestigioso profesor José Miguel Urrutia. Horacio Ahumada reemplazó a Urrutia, pero sólo por un año para dar paso a Fernando Ernesto Spagnuolo con el eufemístico cargo de “Encargado del Gobierno de la Universidad”.
Armando Bustos (vaya conjunción de nombre y apellido) estuvo entre 1953 y 1954, y como interventor Antonio C. Degeorgis duró tan sólo hasta el 1 de abril del mismo año. Próspero Francisco Luperi (quien luego regresaría con Cámpora en 1973) fue derrocado por el golpe denominado “Revolución Libertadora”.
Cuando el peronismo regresa al poder el 25 de mayo de 1973, mantiene los mismos principios y las mismas prácticas: el presidente nombra nuevamente a Luperi (cuya firma figura en mi diploma de Licenciatura en Psicología) y María Estela Martínez de Perón nombró a Mario Víctor Menso, quien fue derrocado por la dictadura de Videla, Massera y Agosti.
Pero el extremo máximo, que demuestra la poca simpatía que tenía el peronismo por la Reforma Universitaria, fue el nombramiento, en septiembre de 1974, de Alberto Ottalagano, un militante nazi-fascista, asesor privado de Perón e Isabel, como interventor de la Universidad de Buenos Aires (UBA), colocado también por el gobierno de Isabel Perón, por intermedio de su ministro de Educación, enrolado en la misma corriente de simpatía, Oscar Ivanissevich.
Ottalagano era militante de la Alianza Libertadora Nacionalista y admirador confeso de Mussolini, Hitler y Franco. Su mayor mérito al frente de la UBA fue quemar todos los libros que se consideraban subversivos y perseguir con amenazas de muerte a profesores y alumnos que no se correspondían con su pensamiento. Dejó cesantes a 15 mil docentes y se prohibió toda actividad política y gremial dentro de la universidad.
Dice Osvaldo Bayer al respecto: “Ottalagano se llamará quien transforme la universidad de un ágora de discusión y búsqueda en un cuartel de monjes y soldados obedientes al silencio y la disciplina del poder. Y comenzaron los asesinatos de intelectuales y estudiantes. Asesinos a sueldo pasaron a ser los dueños y señores de la vida y de la muerte. ¿Cómo fue posible eso? ¿Por qué nunca se habla de eso? ¿Por qué, y con toda justicia, se va a recordar el 24 de marzo las tres décadas de la iniciación de la dictadura de la desaparición de personas, pero no se dice que el período de Isabel Perón fue justo el prólogo de lo que iba a ser después?”
“¿Por qué el Partido Justicialista no hizo una severa y profunda crítica de ese período? Basta recorrer la documentación oficial de esa época. Los asesinatos políticos, la prohibición de libros, la censura de filmes, la cesantía de docentes y de otros cargos, la expulsión de estudiantes y… el libre albedrío de matar. Basta leer justo lo que ocurrió en esa época en las universidades nacionales. Nada se puede esconder, la verdad histórica tarda, pero sale a la luz. Muy pronto saldrá una investigación realizada con la honestidad de la verdad histórica. Se refiere a la Universidad de Buenos Aires, en el período de Puiggrós, en el de Ottalagano y en el de la dictadura de Videla. Sucintamente, en esos tres períodos están al desnudo las dos argentinas. La pregunta es ¿cómo se pudo llegar a eso? Los documentos oficiales hablan por si mismos. No son ni siquiera necesarias las interpretaciones. El idioma del peronismo de izquierda, luego el del peronismo de derecha. Y luego, ya, el paso directo a la dictadura. Apagar la luz para que vengan los reflectores a no dejar ninguna duda”, dice Bayer en Página 12 del sábado 18 de febrero de 2006, Reflejado en el libro Universidad y Dictadura y sus autores son los docentes de Derecho Pablo Perel, Eduardo Raíces y Martín Perel.”
Es decir, como puede verse, el peronismo jamás creyó en el autogobierno universitario y por ende en la reforma liderada por Deodoro Roca.
Es por lo menos oportunista que hoy, muchos de sus seguidores pretendan colgarse pergaminos con libros, documentales, discursos e intervenciones periodísticas. Eso sí, nadie les puede prohibir que participen de las elecciones -ahora generales- y sean electos rectores, vicerrectores, decanos y todos los cargos electivos.
(*) Periodista.