La mediación es una disciplina que se ha conformado por los saberes provenientes de otras ciencias. Así, ha tomado conceptos de la filosofía, de la comunicación, de la sicología y, por supuesto, del derecho.
Los mediadores usamos a menudo algunas herramientas como la legitimación de las partes, la escucha activa, separación de las personas del problema; otras herramientas las utilizamos a veces y las ponemos a funcionar en ciertos casos, en determinadas situaciones en las que nos brindan una gran ayuda.
Fue el caso de Anita y Mateo, una pareja de aproximadamente 45 años de edad, 20 de convivencia, con cuatro hijos de 18, 16, 14 y 10 años. Ella ingresó a nuestra sala con los ojos vidriosos y durante toda la primera reunión miró a través de la ventana con el rostro bañado en lágrimas. Fue él quien nos contó por qué estaban allí. Habían decidido divorciarse y hasta que concretaran este trámite querían acordar cómo manejarse con los hijos. Mientras Mateo hablaba, ella, en voz baja, casi susurrando, iba haciendo acotaciones. Así nos informaron que dos hijos habían decidido vivir con el padre y otros dos con la madre. Los que optaron por vivir con Mateo se mudaron a una casa, herencia de los abuelos paternos, mientras Anita y los otros dos hijos quedaron en la propiedad que alquilaban antes de la separación.
Lo que ella agregaba, por lo bajo, siempre aludía a su situación de desventaja económica. Habían arreglado al separarse que Mateo continuaría pagando el alquiler de la casa que habitaban, así como los impuestos y servicios, y les llevaría una compra de supermercado por el valor de tres mil pesos al mes. Ella reclamaba más pues decía que los hijos que vivían con él tenían acceso a mejores cosas. Entonces le pedimos a Anita que nos contara cómo era un día en su vida, a qué hora se levantaba, qué actividades hacía, si trabajaba, con lo que fuimos advirtiendo de que su anterior rol “sólo de ama de casa” había perdido sentido. Con dos hijos en la casa, uno de 16 y otro de 10 que ya se las arreglaban bastante bien solos, ella tenía tiempo de sobra para hacer otras tareas.
En su discurso sólo había lamentaciones y reclamos, aunque admitía que la decisión del divorcio había sido de ambos, que tanto uno como el otro sentían que ya no se amaban más como pareja. Todo el tiempo expresaba que ella no tenía dinero ni siquiera para un jugo, ni hablar de una fruta o de comer un bife.
Frente a este relato de tanta “victimización” y a este reclamo de que actuáramos para que Mateo le pasara más dinero, fue que recordamos esta gran herramienta de la mediación que es el empowerment (o empoderamiento, en castellano). El empowerment se utilizó principalmente en las áreas de administración, siendo tan significativos sus resultados que de allí pasó a otras disciplinas. Así, en el caso de Anita, nos enfocamos en mostrarle que “ella era capaz de producir los cambios positivos que necesitaba su nueva vida para abandonar la queja, las lamentaciones y focalizarse en un proyecto a futuro”.
El concepto de empoderamiento alude al proceso por el cual se aumenta la fortaleza espiritual, social o económica de un individuo para impulsar cambios positivos de las situaciones en las que vive. También trabajamos la idea de que buscara apoyo psicológico en el dispensario de su barrio, se uniera a otras mujeres en microemprendimientos, consultara en los CPC sobre talleres gratuitos, en fin, que se pusiera a funcionar y dejara de lamentarse. Hablamos de sus hijos, nos contó que eran buenos alumnos, que hacían deportes y gozaban de buena salud. Todo esto nos llevó a legitimar su rol como madre y que seguramente estos hijos iban a continuar necesitándola pero situada en otro lugar, apostando a crecer, a desarrollarse, a ser capaz de salir de ese espacio para mirar el mañana con otros ojos y coincidimos todos -las partes y los mediadores- en aquel viejo refrán que dice que se enseña más con el ejemplo que con la palabra.
En la última audiencia Mateo expresó que hasta que Anita pudiera producir algún ingreso iba a colaborar con una compra de mayor monto, pues él tampoco gozaba de tan buena situación económica pero sus padres habían ofrecido ayudarlo. Hicimos un acuerdo estableciendo con cuál progenitor vivía cada hijo y ellos arreglarían día a día como se encontraban unos y otros, pues los hijos ya decidían sobre estas cuestiones.
(*) Mediadora