Por Javier De Pascuale – [email protected]
China nos interpela a los argentinos, nos obliga a interrogarnos sobre el nosotros y los otros. Socio desconocido, prestamista comprensivo, imperio no imperialista. ¿Será así? ¿O será otro cuento chino? A juzgar por los 18 acuerdos firmados en la última visita del premier oriental al país y los 22 rubricados posteriormente y pasando por compromisos asumidos en Fortaleza (Brasil) frente a representantes de 33 naciones de la región, la potencia del Este está decidida a integrar a la región sudamericana a su programa de desarrollo de relaciones económicas, políticas, científicas y culturales globales. Más que chamuchina, los funcionarios del Oriente traen dólares, yuanes, inversiones y decisiones varias. La región es particularmente necesaria a la estrategia asiática de construir el orden global que va a emerger sobre las cenizas del que regía hasta fines del siglo 20. Es lo que vienen explicando las autoridades y los representantes de diversos organismos chinos en Argentina, Chile, Brasil y otros países donde han posado su interés.
Wu Baiyi, del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Academia China de Ciencias Sociales, lo dijo casi como al pasar en una conferencia pronunciada el año pasado en Chile: más que productos, el mundo demanda orden. Para los inventores de la pólvora, el planeta se encuentra coqueteando desde hace demasiado tiempo con la guerra y, ante un escenario bélico, su población (la friolera de 1.370 millones de personas) sufrirá sus consecuencias en forma directa o indirecta, principalmente hambre. Precisamente allí se encuentra la importancia de nuestro continente en el futuro chino: Sudamérica, y aquí particularmente Argentina y Brasil -aunque sin desdeñar a Chile y Uruguay- es la región que garantiza la seguridad alimentaria de su población.
En esa línea deben entenderse los acuerdos firmados, que para los chinos circulan por una autopista de dos carriles: alimentos y seguridad, ya no hemisférica sino global. Así como Brasil y Argentina garantizan lo primero, Cuba y Argentina ocupan posiciones territoriales claves para la estrategia oriental de seguridad global. Los países mencionados fueron el destino de la última visita al continente del presidente Xi Jinping, a la vez secretario General del Partido Comunista y presidente de la Comisión Militar Central.
Socio estratégico integral
Hasta hace dos años, Cuba era el único país americano considerado como “aliado estratégico integral” de los orientales, posición que ahora ocupa también Argentina. Como explicó Jorge Malena, director de Estudios de China Contemporánea en la Universidad del Salvador en una entrevista, “para ese país, los socios estratégicos comparten objetivos en el área económica y en el área política. Cuando Beijing habla de socio estratégico integral es porque le suma la rama científica, la tecnológica e incluso eventualmente la militar”. A eso se refirió Xi Jinping cuando expresó en julio de 2014: “Estamos en un punto de partida histórico” con Argentina. Y es el mismo motivo por el cual los chinos construyeron en Neuquén una importante base aeroespacial.
A diferencia de los japoneses, los chinos no vienen a nuestro país por turismo. Llegaron para quedarse y entre los acuerdos firmados con el país son varios los que buscan presencia y cooperación cultural. La inclusión de una señal oriental en la Televisión Digital Abierta, la creación de centros culturales argentino-chinos en algunas de las principales ciudades del país, la promoción de la enseñanza del idioma chino y la cooperación entre universidades de ambos costados del planeta ya son acuerdos binacionales.
Subiendo un escalón en la complementación, ambos países acordaron compartir el desarrollo de la tecnología nuclear, en un primer momento para la generación eléctrica, pero no deberían descartarse otros usos, particularmente biomédicos, en todo caso pacíficos.
Según el portal especializado EnergyPress, China cuenta con vasta experiencia en la generación a uranio enriquecido (su corporación dedicada a la Energía Nuclear se encuentra desarrollando 38 centrales en todo el mundo), pero en los últimos años logró la tecnología para desarrollar plantas a base de agua pesada. Desde Embalse, a fines de los años 70, los científicos argentinos lograron amplia experiencia en el manejo de esta tecnología de origen canadiense, que ha incorporado innovaciones y hoy están en manos chinas. Ésta es la razón por la cual dos convenios bilaterales firmados aluden al trabajo conjunto con ambas tecnologías, además del financiamiento chino para la construcción de la cuarta y la quinta centrales nucleares nacionales.
Debido a la bendita “restricción externa” que sufrimos en forma endémica, nuestro país buscó con esos acuerdos bajo la administración anterior diversificar la matriz energética nacional, para ampliarla y así dejar de importar energía. Con un puñado de centrales nucleares entregando 18 por ciento del consumo nacional, más el aporte de los parques de generación eólica (incluidos también en la agenda bilateral), la balanza comercial libera dólares para la importación de manufacturados internacionales, que es otro punto de interés chino. En esa sintonía debe interpretarse también el financiamiento chino a la construcción de las represas Jorge Cepernic y Néstor Kirchner, en conjunto la obra pública más grande de la historia nacional y que una vez en marcha, aportarían casi cinco por ciento de la energía que consume todo el sistema nacional, aunque hoy quedaron reducidas respecto del contrato original con los chinos.