ESCUCHAR“El crecimiento económico de un país se considera importante porque está relacionado con el PIB per cápita de los individuos que lo habitan. Sin embargo, se ha suscitado una importante crítica hacia el PIB per cápita como medida de bienestar socioeconómico, incluso del bienestar puramente material, ya que el PIB per cápita puede estar aumentado cuando el bienestar total materialmente disfrutable se está reduciendo.”
Por Luis A. Esterlizi (*)
Se infiere que cuando sólo mencionamos el crecimiento económico de un país, es porque vemos la mitad de la película y la confusión se produce si en lo social la situación es extremadamente grave.
Hoy son pocos los funcionarios que hablan con claridad sobre qué significa desarrollo social, como también sucede con ciertos sectores que, obnubilados por la expansión inusitada de grandes e importantes obras públicas y del sector privado, se ilusionan creyendo que estamos superando situaciones impensadas de extrema necesidad económica y social, cuando el país no está social, económica y financieramente en condiciones de hacerlo.
Sin embargo, dentro del sector de la pequeña y mediana empresa se tiene una visión de la economía más integral por la madurez política y social alcanzada, al sostener que el crecimiento económico personal o sectorial, industrial o comercial, debe ir en paralelo con el desarrollo social y el bienestar de la sociedad en su conjunto.
Es que los criterios que se sustentan detrás de una visión exclusivamente materialista han ido perdiendo sentido, sobre todo en las pymes. Más cuando verifican que ciertas políticas públicas suelen favorecer a algunos segmentos y rubros del quehacer productivo, mientras los estamentos liderados por las pymes permanecen en zona de espera.
Es cuando comprenden que los que sólo hablan de crecimiento económico, sin su correlato con el desarrollo social, responden a un egocentrismo empresarial.
Por lo tanto, quienes consideran estratégico lograr la integración entre trabajadores y empresarios se saben partes esenciales de lo que se produce o del servicio que se presta; más aún cuando toman conciencia de que la integración de ambos sectores significa aumentar el poder de hacer y protagonizar el presente y futuro de la comunidad a la que pertenecen.
Mientras quienes mantienen una visión acotada y sesgada sobre el progreso de un país, y se concentran alrededor de las grandes corporaciones, conforman un club de empresas en el cual el crecimiento de sus emprendimientos les achica la mirada social y agiganta la ansiedad y perspectiva por incrementar en exclusiva sus propias pretensiones.
En las jornadas de responsabilidad social empresarial, la mayoría de las veces se tratan cuestiones de lealtad comercial, calidad de lo que se produce, cumplimiento de leyes de seguridad e higiene y normas para una mejor competitividad, cuidado del medio ambiente, pago de salarios dignos, etcétera, y muy livianamente se analiza la proyección de la empresa y por sobre todo la de las entidades que las representan en la solución de los problemas estructurales que tiene el país y la sociedad de la que forman parte.
Es que la responsabilidad social empresarial significa estar permanentemente resguardando la realización de la sociedad de la que se forma parte. Esto significa inexcusablemente tratar temas como educación, salud, vivienda, seguridad, servicios básicos, empleo digno, cultura del trabajo, escuelas de oficios, manejo de los presupuestos y administraciones públicas, etcétera, que deben atenderse directamente o participando en el diseño y ejecución de las políticas públicas como parte de la integración trascendente público-privado.
Es que históricamente en nuestra sociedad existieron posturas ideológicas disímiles. Por un lado, la proveniente de los sectores identificados como de izquierda y de derecha, coincidentes ambos en dividir la sociedad en estamentos estancos y enfrentados en una especie de ideologismo absurdo. Y por el otro lado, quienes promueven la integración social y sectorial, asumiendo que todos somos partes de una misma y gran familia.
Así lo dice José Nun: ”… el concepto de democracia posee una típica estructura de parecido de familia y de esa manera debe ser tratado”.
En su exposición en el Congreso de la Nación, el Presidente mencionó como una cuestión novedosa la existencia de un crecimiento “invisible”; esto debe ser porque todavía no comenzó el derrame. Lo que en verdad parece ser invisible es el desarrollo social que por insinuaciones del oficialismo se necesitarán de 5 a 10 años para recuperar a los sectores que subsisten por debajo de la línea de pobreza.
Si la dirigencia mayor del país decide contribuir a la construcción y consolidación de una democracia que sirva a la sociedad en su conjunto, debería empezar por aclarar estos conceptos, abandonar el materialismo absurdo de suponer que todo lo puede el crecimiento económico, sin entender que desarrollo social es sobre todo restituir la dignidad a todos que fueron expulsados de la educación, del trabajo y la producción, etcétera.
Por lo tanto, más allá de las reformas iniciadas, existe una transformación ética y moral que debe producirse no sólo en la dirigencia sino también en las instituciones que administra. Para ello es imprescindible que se produzca un cambio en la conciencia cívica, que promueva el ejercicio de una democracia de fuerte contenido social, en la cual la comunidad nacional ocupe el centro de las propuestas y soluciones al momento de desechar la influencia de formulismos sectarios provenientes de ideologías caducas y/o de corporaciones cuyo objetivo es servirse de los pueblos.
(*) Vicepresidente segundo del Foro Productivo Zona Norte
