Por Elba Fernández Grillo *
¿Necesita una abuela solicitarle a su hijo/a un régimen de visitas para ver a sus nietos, usando una vía judicial? ¿Debe poder la justicia restablecer un vínculo familiar, cuando los propios integrantes de ese grupo no lo pudieron hacer? ¿Corresponde que un juez o un asesor, determinen cuándo y cómo se encontrarán abuelos con nietos, cuando los padres no lo creen conveniente? ¿Qué tiene más valor: la palabra de los padres o la de los abuelos? En fin, todas estas preguntas me invaden cuando comienzo con una mediación cuya carátula dice “régimen de visitas para abuelos” y aquí me encuentro con diferentes experiencias, todas con un denominador común: el primer vínculo, el de los padres con los hijos, está dañado, no hay buena comunicación entre ellos, no comparten tiempos ni espacios. ¿Pueden salvarse estas diferencias con la incorporación de los niños en esta relación? A veces sí, otras no. En general, cuando la que tiene la decisión es la nuera o el yerno es aún más difícil.
Recuerdo un caso en el cual el hijo, padre de los menores, estaba cumpliendo una condena de varios años y la mamá de los niños entendió que no estando el papá que los llevara y trajera a la casa de los abuelos, no aceptaba reemplazarlo ya que, según su entender, no eran saludables estos encuentros, pues siempre ellos culpaban a esta mamá de los ilícitos cometidos por el hijo.
Otro caso fue que los abuelos fomentaban en los nietos conductas alimentarias no compartidas por los padres; por ejemplo, “en la casa de mis abuelos se almuerza asado con gaseosas, se comen huevos y papas fritas, leche chocolatada, se merienda con chizitos”. Los papás eran veganos. Sin dudas, poner en los alimentos el rechazo de la visita de los nietos a los abuelos nos resultó simbólica ¿de qué alimentos hablaban aquellos padres y abuelos? ¿Qué cosa representaban para unos y otros la palabra “alimentos”? Nuestra percepción como mediadores fue que ese concepto era reemplazado por otras diferencias, más profundas, más significativas, pero que no pudimos salvar en un procedimiento de mediación.
En cambio, otra vivencia en cuanto a este tema fue realmente enriquecedora, una solicitud de “régimen de visitas para abuelos” que terminó muy bien sin haber visto nunca a la requerida, que era la mamá del nieto. Se trataba de un joven de unos 28 años que había tenido un hijo, en el pasado, con una novia que sus padres no conocían pero sí tenían un profundo vínculo con el nieto al que veían todos los fines de semana cuando el hijo lo llevaba. Este joven sufre un accidente y pierde la vida. Sus padres se presentan con esta solicitud en el Centro Judicial de Mediación, ya que soportaban dos dolores: la pérdida intempestiva del hijo y la ausencia del nieto. Trabajamos con los abuelos el hecho de hacerse presentes en la casa del nieto, en ofrecerle su ayuda y su cariño a la mamá del niño, en invitarla a participar de la vida familiar, ya que el niño era parte de esa familia y “ella”, su mamá.
En atreverse a golpear la puerta y decir “estamos aquí para ver cómo podemos ayudar”, en hacerle ver a esta mamá que los unía una coincidencia para toda la vida: el futuro de este niño. Antes que seguir enviando cédulas de notificación, ya que la primera había sido recibida y la nuera no había concurrido a esta audiencia, decidimos usar la palabra, el afecto, la empatía, la humildad, en fin, valores a los cuales puede que aún el otro nos siga diciendo que “no”, pero al menos nosotros habremos intentado modificar el sistema. También fue muy importante “empoderarlos” a ellos, a los abuelos, hacerles sentir que eran capaces de hacer esto y mucho más, si la motivación era recuperar al nieto.
Juntos reflexionamos sobre creencias y prejuicios acerca de los vínculos, lazos familiares, hijos no planificados, etcétera. Felizmente la mamá del niño aceptó esta invitación de los abuelos y comenzó a visitarlos los fines de semana, recuperaron la alegría de la presencia del nieto y en la audiencia siguiente no necesitaron la asistencia de la requerida: ellos habían podido solucionarlo.
A veces no realizamos una mediación, en el sentido estricto de la palabra, pero estas intervenciones, que son simples, porque a veces las personas sienten la justicia debe solucionarles todo, constituyen en sus vidas un aprendizaje, un revalorizar sus posibilidades para encontrar el camino perdido.