Por Gustavo Orgaz (*)
El empecinado Lisandro De La Torre subió la apuesta en el bosque de Pinas. Con más de cuatro mil metros de caño traídos de Alemania organizó un “sistema de regadío acoplado a la instalación de molinos de viento y tanques australianos”. Allí sí se alcanzó en cierto modo un milagro (7).
Se multiplicaron los árboles frutales alrededor del caserío: parrales, naranjos, higueras, palmeras de dátiles y hasta plantaciones de sandías.
Se trasplantaron vástagos de olivos y al cabo de algunos años llegaron las aceitunas. Se cultivó el trigo y el maíz pero sólo se consiguió la proporción necesaria para el consumo interno.
Tal vez el momento de mayor plenitud y desarrollo de la estancia ocurrió a partir de 1925, cuando Lisandro, cansado del ajetreo político, renunció a su banca de diputado nacional y se dedicó exclusivamente a la explotación hasta mediados de 1931, en que aceptó la candidatura presidencial de la alianza demócrata progresista-socialista.
Llegó a haber en el campo doce mil cabezas de ganado, maduraron las naranjas, los higos, las uvas y los dátiles, estallaron los olivares pródigos en aceitunas, que Lisandro mostró orgulloso a algún visitante descreído de la hazaña (8).
González Arrili coincide con la visión de este desarrollo: todos sabían que aquellas tierras no eran aptas para la uva; él probó que sí lo eran. Nadie sembraba trigo porque el lugar no servía: él cosechó espigas espléndidas, molió su grano y comió pan amasado con su harina. El maíz nacía triste y enfermo, apolillándose en la panoja; él trajo semilla de pedigree, cuidó personalmente de la plantación y obtuvo choclos que se hicieron famosos en muchas leguas alrededor.
Cosechó naranjas muy dulces y dátiles de carozos de fruta que él mismo llevó. Contra todos los pronósticos logró cosechar aceitunas.
En esos años, De La Torre pasaba mucho tiempo en la estancia, aunque también viajaba periódicamente a Rosario, su tierra natal y a Buenos Aires por asuntos relacionados con la marcha de sus negocios. El tren de regreso a Pinas lo dejaba en Serrezuela. Allí lo esperaba uno de sus colaboradores que inmediatamente lo llevaba en auto al campo atravesando “25 kilómetros de camino arenoso” situados en la punta de las salinas grandes (9).
En esos años felices para don Lisandro, más allá de la austeridad de sus exteriorizaciones, lo gratificaban las visitas de sus sobrinos de Rosario que venían al campo a pasar sus vacaciones, como así la presencia de sus amigos más dilectos, uno de ellos su discípulo y amigo, luego inmolado en su defensa, Enzo Bordabehere, recordado por Ernesto Castellano porque organizaba cacerías de jabalíes en el río Don Diego de Pinas (10).
La alegría serena y silenciosa de Lisandro lamentablemente no iba a durar mucho tiempo. Ya en 1929 había advertido algunas maniobras dolosas de su socio, tendientes a perjudicarlo. El socio, anticipándose a la reacción de De La Torre, ocultó bienes por medio de testaferros.
La ruptura definitiva con Aníbal I. Viale, médico de Rufino, se produjo en 1931 de manera que este hecho fue coincidente con el ofrecimiento de la candidatura presidencial que le comunicara por telegrama el Dr. Alfredo Palacios en nombre de los partidos involucrados en la entonces llamada “Alianza Civil” impulsora de la fórmula Lisandro De La Torre – Nicolás Repetto.
El gran tribuno santafesino, por su parte, respondió al ofrecimiento aceptándolo con otro telegrama, despachado desde el correo de la pequeña localidad de Ciénaga del Coro (11).
Entre tanto, su ex socio atacó a De La Torre por los diarios con acusaciones espectaculares aunque carentes de todo sustento, por lo que De La Torre debió responder en forma pública en un momento políticamente inoportuno, lo que fue explotado vanamente por sus adversarios políticos. El prestigio de De La Torre era muy grande y la Alianza Civil, acorralada por el fraude y sus propias limitaciones en casi todo el país, ganó -sin embargo- en la Capital Federal y Santa Fe e hizo una digna elección en Córdoba, es decir, en los tres distritos donde se votó con mayor normalidad.
En la prosecución del pleito con Viale, el fallo de un tribunal arbitral resultó favorable a De La Torre, ante lo cual aquél, vencido en el pleito, se quitó la vida (12).
Entre tanto, tras los comicios ya mencionados del 8 de noviembre de 1931, De La Torre fue elegido senador nacional por la legislatura de Santa Fe. Contemporáneamente la sequía comenzó a hacer estragos en la zona de Pinas, situación que se prolongó durante los años 1932, 1933 y 1934, de manera tal que, luego de visitar la estancia por última vez en agosto de 1934, De La Torre se dispuso, al menos íntimamente, a desprenderse de la propiedad que tanto amaba.
Nunca había cancelado la deuda con el banco que le vendió la estancia, la producción había cesado por completo y De La Torre, en medio de sus renovadas vicisitudes políticas, llegó a la conclusión de que correspondía entregar la propiedad en pago de la deuda.
Su noble capataz, el criollazo José Bustos, le ofreció los ahorros modestos de su familia, gesto que De La Torre rechazó, diciéndole a Bustos con tristeza: “Como no he de volver más a Pinas, todo lo que he dejado allí es inútil y se lo regalo: ropa de uso, ropa de cama, colchones, camas, etcétera. Deje en todo caso algo para el caso de que dos personas que puedan ir a recibirse del campo cuando quede por cuenta de otros. Las llaves de los roperos están en su poder. Si hay algo que puede servirles a Venancia o a los peones se los da”.
Venancia, a quien se refería De La Torre, fue la cocinera del establecimiento durante 13 años. A pesar de su carácter reservado y tal vez poco demostrativo con su personal, De La Torre tenía por sus colaboradores mucho afecto y hasta donde pudo trató de que nada les faltara.
En horas previas al 6 de enero de 1939, en el que puso fin a su vida en un acto de desolación absoluta, escribió una carta explicativa a sus numerosos amigos y otra para su capataz que decía así: “Mi estimado José: en el momento de poner fin a mi vida siento la necesidad de agradecerle los 22 años de servicios ejemplares, tanto por la honradez de su conducta como por su capacidad. Si mi desaparición no causa perjuicio a nadie, la muerte no me asusta y me será perfectamente grata. Usted continuará allí, seguramente con el que resulte nuevo propietario. Despídame de Valentino, Alberto y demás chicos, de Montoya y de Venancia y de los viejos puesteros de la que fue la gran estancia de Pinas que tuvo en el año 1930, once mil quinientas cabezas, grandes y chicas. Un abrazo de L. De La Torre”.
Don Lisandro, pues, no murió por ausencia de afectos, que bien los supo cosechar, tanto en el nivel político y cultural en que actuaba, como entre las personas humildes que trabajaban a sus órdenes. Su muerte respondió a la desilusión que le causaba el estado de la República, socavada en su soberanía y corroída por el fraude electoral, pero también al hecho de haber perdido el campo de Pinas.
Esa propiedad fue adquirida poco después por Juan Manubens Calvet, domiciliado en Villa Dolores, quien por su tenacidad y permanente presencia la hizo resurgir de tal manera que constituyó muy pronto uno de los bienes más importantes de su cuantiosa fortuna, cuyo destino después de su muerte acaecida en 1981, aún se discute en los estrados judiciales.
7. LARRA, Raúl. Ob. Cit. Págs. 227.
8. GONZALEZ ARRILI, Bernardo, ob. Cit., pág. 92.
9. CASTELLANO, Ernesto. “Tradiciones del Oeste cordobés – Segunda parte”. Editorial Gráfica Libaak, Villa Dolores, Córdoba, 1983, pág. 46.
10. GONZALEZ ARRILI, Bernardo, ob. Cit., págs.118/119.
11. GONZALEZ ARRILI, Bernardo, ob. Cit., pág. 183.
12. GONZALEZ ARRILI, Bernardo, ob. Cit., pág. 188.
(*) Profesor universitario
Lea también En la Estancia de Pinas (I)