Por Gustavo Orgaz (*)
Lisandro de la Torre fue sin dudas un gran argentino, nacido en Rosario el 6 de diciembre de 1868. Abogado a los 20 años de edad, autor de una brillante tesis doctoral sobre el régimen municipal autónomo, radical en su primera juventud luego alejado y enfrentado hasta el duelo mismo con Hipólito Yrigoyen, productor agropecuario en Barrancas de su provincia natal, presidente de la Sociedad Rural de Rosario, fundador de la llamada “Liga del Sur” contra el centralismo de la ciudad de Santa Fe, diputado provincial en 1911 y legislador nacional en 1912 por dicha agrupación política, todo lo cual llevó a cabo en su medio y en su ambiente original.
Al llegar el año 1916, tuvo lugar la primera elección presidencial amparada por la ley Sáenz Peña, acordada por aquel gran presidente con el mismo Yrigoyen, al cabo legítimo vencedor en aquellos comicios.
De la Torre fue uno de los candidatos derrotados por el caudillo radical.
A partir de allí impulsó el crecimiento del Partido Demócrata Progresista que tuvo fuerte influencia en la Constitución santafesina de 1921 que, entre otras resoluciones, consagró la neutralidad religiosa del Estado. Hay que acotar que esta Constitución fue inmediatamente vetada por el gobernador radical Enrique Mosca.
De la Torre fue diputado nacional entre 1922 y 1925, cuando renunció a la banca, se alejó de las luchas cívicas y se dedicó primordialmente a la explotación del campo de Pinas, situado en la provincia de Córdoba, del que había tomado posesión en 1916. Reanudó sus luchas políticas en 1931 como candidato a presidente por la Alianza Civil demócrata progresista-socialista, encabezando la fórmula De la Torre-Repetto. Se incorporó al Senado de la Nación en 1932, elegido por la Legislatura de la Provincia de Santa Fe. Éste fue el escenario final de su trajinada y a la vez brillante vida política. Su última actuación fue la tenaz defensa de los productores nacionales frente a las prácticas irregulares de los frigoríficos británicos.
En el contexto de aquel debate de las carnes, como se lo conoció periodísticamente, De la Torre fue agredido por la bancada oficialista con vituperios sistemáticos y cuando era inminente una agresión física, se interpuso en la batahola el joven y talentoso correligionario de Lisandro, Enzo Bordabehere, senador electo por la Provincia de Santa Fe. En tales circunstancias se escuchó un disparo y Bordabehere cayó herido de muerte. Este hecho afectó profundamente a De la Torre, quien tenía por su joven colega un afecto casi paternal.
Pero veamos ahora cuál ha sido el arraigo que Don Lisandro tuvo en la Provincia de Córdoba como productor agropecuario. Anticipemos que, al margen de algunas opiniones escépticas sobre sus condiciones, no fue un improvisado en la materia. Ya hemos visto que De la Torre había recibido de su padre un campo en Barrancas, no lejos de la ciudad de Rosario, que fue exitosamente explotado más allá de que luego redujo sustancialmente esa propiedad, obligado a vender gran parte de ella, por su temprana dedicación a la política.
El reconocimiento social de sus aptitudes posibilitó que entre 1907 y 1912 De la Torre fuera elegido, sucesiva o contemporáneamente, presidente de la Sociedad Rural de Rosario, de la Comisión de Defensa Agrícola y del Primer Directorio del Mercado de Hacienda (1).
Al parecer Lisandro comenzó a enamorarse del campo de Pinas, en uno de los viajes que hizo a Estados Unidos. En el barco que lo trasladaba, tuvo como compañero de viaje al inglés Santiago Lawry, quien había sido dueño de ese fundo hasta el año 1908.
Raúl Larra describe el enorme campo de Pinas ubicándolo en el departamento Minas de la provincia de Córdoba, extendiéndose desde la sierra de Guasapampa hasta los límites con La Rioja, abrazando hacia el sur el departamento Pocho. Agrega que “el casco se yergue próximo a la costa de Guasapampa, en medio de un panorama diverso y exuberante. Altos árboles bordean el perímetro de las casas. Un bosque tupido y virgen se prolonga en toda la línea del horizonte. Montes de jarilla y pencas, barbas de tigre y pichanilla crecen y se confunden con maderas útiles, pasta de carbón que infunde vida y color a máquinas y ambientes hasta disolverse en ceniza. Naturaleza altiva y áspera, comunión sagrada de la piedra y el árbol, de la sierra y el bosque, es Pinas singular retiro que ostenta una historia en la existencia de la región que ocupa” (2).
El mismo Larra refiere la historia del campo. En principio se trató de un “asilo de matreros y montoneras desde el colapso revolucionario de mayo”. Ya en épocas más pacíficas se asentó en el lugar “el sacerdote Juan Felipe Singuney, quien comenzó en 1883 la construcción de un oratorio que habría de inaugurarse cinco años después. Luego vino un período de “posesión promiscua de un pariente del cura, una vez fallecido éste, con algunos criollos que levantaron allí sus ranchos”. Santiago Lawry ocupó más tarde el campo transformándolo en estancia (3).
Luego del retiro de Lawry se sucedieron varios dueños hasta que por fin la propiedad fue adquirida por Don Lisandro en 1908, aunque la entrega de la posesión del campo recién se materializó en 1917. Es posible que la “compra” de 1908 haya consistido en un boleto de compraventa, ya que para Bernardo Gonzales Arrili, otro estudioso de esta historia, el negocio se perfeccionó en 1916, sobre una extensión de 68.216 hectáreas, actuando como vendedor el Banco Español, que debía recibir por todo concepto la suma de 970.000 pesos, lo que equivalía a un precio básico de 12 pesos la hectárea (4).
Asimismo, anota Larra que cuando De la Torre tomó posesión del campo, “el oratorio estaba abandonado y en decadencia, cuyo valor de monumento se aplicó en conservar”. Es la demostración cabal de que debajo de un carácter superficialmente árido y de una inteligencia claramente escéptica en materia religiosa, habitaba un alma sensible ante la presencia del arte y la espiritualidad ajena (5).
Los comienzos de la explotación fueron sumamente duros. Para la opinión generalizada, el campo carecía de aptitudes para la agricultura y la ganadería a las que apostaba Lisandro. En cambio, el aprovechamiento del bosque era un negocio seguro porque dentro de la propiedad había quebracho y algarrobo, que eran maderas excelentes.
En medio de estas dificultades que se manifestaron en los primeros años de la explotación, apareció el Dr. Aníbal I. Viale, médico de Rufino, quien puso capital y se asoció a De la Torre para el aprovechamiento del bosque de Pinas. Se armó un obraje consistente en un “buen aserradero con máquinas flamantes. Se hicieron allí postes, durmientes y varillas de quebracho que se vendían muy bien en toda la región cuyana. Con los desechos quedaba leña para quemar por toneladas”. La hacienda y la cultura de la tierra eran de exclusiva pertenencia de Don Lisandro (6).
(*) Profesor universitario