Por Luis Carranza Torres* y Carlos Krauth **
Cada tanto, más habitualmente de lo que deseamos, nos despertamos con la noticia de algún ataque terrorista, que nos conmueve por su violencia, número de muertos e irracionalidad. El hecho de que se produzcan en ciudades populosas y afecten directamente a un sinnúmero de personas ajenas -por lo general- al conflicto que los motiva, es también un elemento que colabora a aumentar la alarma.
Hace pocos días ocurrió un par de atentados de esta naturaleza en Barcelona y Cambrils, que son considerados el mayor ataque yihadista sufrido por Cataluña y que tuvo un saldo de 15 muertos y más de un centenar de heridos. Lo que no deja de alarmarnos es que, en lo que va del 2017, ha habido en el planeta unos 388 ataques terroristas en 52 países, que les costaron la vida a unas 3.205 personas, de acuerdo con los datos aportados en un informe divulgado por la Universidad Austral.
Pero si hay algo que nos sorprende es la celeridad con la que las autoridades identifican o descubren a sus autores. Vaya como ejemplo lo ocurrido con los terroristas que perpetraron el atentado mencionado. En la mayoría de los casos, a las pocas horas, a lo sumo en pocos días, ya se tiene en claro quiénes actuaron y las motivaciones que los llevaron a hacerlo de semejante manera.
Dentro de esa celeridad, particularmente hay que subrayar que se lleva a cabo dentro de la ley y con los organismos encargados de encarar ese tipo de hechos. Es que hay una única forma de responder a esta clase de barbarie y es desde el derecho.
También, tal celeridad en el esclarecimiento de tales hechos prueba que el Estado de derecho y una sociedad democrática pueden perfectamente defenderse de este tipo de amenazas. Quizás cambiar un tanto los hábitos de vida, sobre todo en sitios públicos, sea inevitable pero ello ocurre sin resignar ninguna de las libertades, cuyo resguardo resulta la razón de ser de los organismos del Estado.
Otro punto a resaltar es que en Barcelona ahora, o antes en Madrid en los atentados del 11 de marzo de 2004, se pudo establecer lo ocurrido y dar con los responsables sin mediar estado de sito o situación de excepción alguna.
Claro que esa agilidad y eficiencia no es por arte de magia. Resulta, fundamentalmente, de tener organismos especializados en la materia, adecuadamente capacitados, provistos del material necesario para cumplir sus tareas y adecuadamente consustanciados con la importante misión que deben cumplir.
Las nuevas amenazas a la libertad y a la democracia suponen, de forma inexorable, nuevas estructuras de control, vigilancia y prevención, en el antes, y de investigación, aplicación de la fuerza pública y juzgamiento en el después.
Poco de eso existe en nuestro país y, menos aún, en nuestra provincia. Seguimos con nuestra usual postura pasiva de ver lo que pasa en el mundo como si no fuéramos parte de ese mundo. Como si eso, aquí, nunca podría suceder.
Más allá de lo ilógico de tal postura, resulta una ceguera por demás peligrosa. Argentina fue, en el pasado reciente, blanco de atentados terroristas de magnitud en los que murieron decenas de ciudadanos argentinos. Primero con la embajada de Israel y luego con el atentado a la AMIA.
En su época, entre uno y otro hecho, nada se hizo en materia de seguridad, en el ámbito judicial, en los procedimientos, etcétera. Hoy no estamos mucho mejor que entonces. Lo que pasa en el mundo puede perfectamente pasar entre nosotros. Existe un dato que nos coloca en la lista de lugares posibles. Con todos nuestros defectos como sociedad, Argentina es un país donde conviven en paz múltiples culturas. Con sus cosas, obviamente, como en toda familia diversa. La convivencia, la tolerancia y la interacción entre distintos ha sido uno de los principales capitales de nuestro país. Y eso es precisamente lo que este tipo de actos bestiales, con perdón de las bestias, buscan destruir.
Razón de más para empezar a hacer algo y no lamentarse luego.
* Abogado, doctor en Ciencias Jurídicas ** Abogado, magister en Derecho y Argumentación Jurídica