sábado 23, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

La fe, la ley y la espada… ¿y la palabra?

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Por Osvaldo Entre Ríos

En el libro El Galpón – Escenario de Conquista, Evangelización y Emancipación-, de Ramón Enrique Jáuregui, el autor cuenta en el capítulo referido a los Gorriti que ésa era una de las familias más adineradas de Salta en el siglo XVII. “Ignacio, de origen vasco, fundador de la familia, mandó a estudiar a sus tres hijos, según la costumbre de la época; el mayor fue destinado a ser sacerdote; el segundo se doctoró como abogado y el tercero se inició en la carrera de las armas. Toda familia patricia por ese entonces aspiraba a tener un sacerdote, un militar y un abogado en su seno, pues representaban los tres poderes: la fe, la ley y la espada”, relata.
En la Italia insular de 1891, precisamente en Cerdeña, poco más de un siglo después del escenario que narra Jáuregui, nació Antonio Gramsci en el seno de una familia con escasas similitudes con la situación que vivían los Gorriti.
Una de esas casi inexistentes similitudes era que su padre también había pensado en el Derecho como meta de profesión; sin embargo, quedó en sólo en expectativas. La educación de Antonio fue aciaga. La pobreza de su familia, la falta de oportunidades en la transición de siglos y tener que trabajar desde temprana edad para contribuir a la economía familiar, formaron una alquimia que le dificultó a Antonio su formación intelectual.
Sin embargo, terminó siendo uno de los grandes pensadores y columna fundamental de la doctrina socialista del siglo XX.
Es muy difícil que un ciudadano abrace la doctrina socialista desde un lugar que no sea común a los problemas que ésta trata de desarraigar de la sociedad. Se inclina el ciudadano por vivencias o por empatía y cuenta un amigo turinés, compañero de estudios de Gramsci que éste había sido muy golpeado por la transformación producida en aquel ambiente de la participación de las masas campesinas en las elecciones, aunque no supieran y no pudieran todavía servirse por su cuenta de esa nueva arma. “Fue este espectáculo, y la meditación sobre esto, lo que hizo definitivamente de Gramsci un socialista”, relató
Entrando al tema en cuestión, y rebobinando a Jáuregui con su teoría de la fe, la ley y la espada, veremos que Gramsci escribió en innumerables artículos su posición con respecto a la intelectualización de las masas, sobre su formación cultural.
Sostiene Antonio que toda corriente de pensamiento debe poseer un nivel de lenguaje que la identifique y, en el caso del Socialismo, plantea que la realidad de su época era que los cultores de la doctrina esgrimían un léxico que distaba del que podía llegar a entender el proletariado, el hombre común. Sin embargo, la solución no era tender a vulgarizar el lenguaje, sino a siempre mantenerlo a un nivel que -si bien no estuviera a años luz- siempre fuese más alto que la media. Las masas deben preocuparse en hacer el esfuerzo de elevar su sentido intelectual para comprender la doctrina.

“Al menos, un cierto número de trabajadores debe salir de la genética indistinción de los opúsculos reiteradamente rumiados y consolidar el espíritu en una superior visión crítica de la historia y del mundo en el que vive y lucha.”
La evolución intelectual y cultural del proletariado, para Gramsci, era fundamental. La punta de lanza en la lucha de clases. El concepto de endilgarles a las clases bajas la falta de formación como una característica más fue algo que el cerdeño intentó siempre desterrar. La formación intelectual, como una herramienta fundamental en la lucha bien entendida de clases, es una conditio sine qua non para revitalizar la doctrina socialista.
Siguiendo a Gramsci, podría decirse que todos los hombres son intelectuales, pero no todos los hombres tienen, en la sociedad, la función de intelectuales. Esto significa que en toda actividad, por más manual o física que sea, interviene el intelecto, hay una aunque sea mínima función técnica, intelectual.
Sin embargo, concebir ese hecho como un límite de formación, de acuerdo con la actividad que se realice, no es suficiente a la hora de defender y/o conquistar derechos.
El pensador no hace más que reafirmar su concepto de hegemonía, al desarrollar sus escritos sobre Educación y Formación. Si entendemos su hegemonía como el consenso o consentimiento desde las bases subalternas, como una pata más del poder, más allá de los instrumentos de coerción y dominación, no es difícil entender la preocupación de Gramsci porque esas bases subalternas estén formadas intelectual y culturalmente, más allá del intelecto que pudiesen desarrollar en una actividad específica.
El modo de ver al hombre en la teoría gramsciana fundamenta la concepción de la que hablamos. Para el italiano el hombre no es sólo una naturaleza universal, ni está preconstituido, sino que surge como creación histórica, como resultado de la dialéctica propia de las relaciones sociales y económicas.
Siguiendo este hilo, la interacción de las clases populares se hará posible de un modo positivo dentro de la sociedad, sólo si adquieren elementos intelectuales y culturales que les posibiliten observar la realidad de un modo acabado y transformarla.
El mero hecho de una formación específica, por más técnicamente elevada que sea, no alcanza para lograr una transformación social. Sin embargo, tiene muy en claro que la construcción intelectual de nada sirve si no hay una conexión entre la teoría y la práctica, un bajar al ruedo del intelectualizado. La abstracción del intelectual con respecto al medio donde se desarrolla no sirve.
La decisiva oposición entre la cultura general y la instrucción profesional es un escollo a vencer en la doctrina gramsciana, la obtención de un conocimiento limitado a la actividad social o económica es una de las causas que dificultan la actividad del ciudadano como sujeto de Derecho o como conquistador de derechos.
En su postura sobre la “Escuela Única”, dividida en dos, no escapa la visión sobre una universidad que provea un cúmulo de conocimientos mucho más amplio que la mera formación profesional. Los conocimientos intelectuales, atinentes en esa época a las clases de elite, deben universalizarse.
Ahora, haciendo un parangón entre el fin que perseguía don Gorriti, en la Salta colonial, con respecto a la educación de sus hijos, y el fin que pergeña Gramsci con respecto a la formación de las masas populares y al hombre como creación histórica, vemos que la similitud más acentuada es concebir la Educación como un instrumento de poder. En el primero de los casos, mantener el que ya se posee e incluso acentuarlo y, en el segundo, la conquista de aquél por parte de las clases dominadas. La diferencia más acérrima entre uno y otro es la puntualidad del modo educativo.
El salteño individualizaba cada uno de sus hijos, los tres pilares de formación. Contrario a éste, Gramsci sugiere un universo común de conocimiento, una formación integral del hombre para tener el poder de observar la realidad y ser capaz de transformarla.
Difíciles tiempos los nuestros en que ambas concepciones se entremezclan y nos debatimos entre alargar nuestros tiempos de claustros o comenzar cuanto antes a explotar económicamente la instrucción básica referente a una profesión en concreto.
Esto nos ha llevado a tener hombres económicamente productivos y ciudadanos cada vez más delegativos y sin conocimientos que ayuden a transformar la realidad que nos toca vivir.
En definitiva, nuestra hegemonía está vacía porque asentimos al Poder sin el conocimiento que deberíamos poseer para saber a qué estamos asintiendo. Muchos años han pasado y la Fe, la Ley y la Espada, e incluso la Palabra, sigue en manos de las clases dominantes.

(*) Ensayista. Autor de Carta de leones a corderos (Mención de honor del Fondo Nacional de Las Artes)

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