Por Luis R. Carranza Torres
En un mundo fanatizado, sus gestos y palabras han marcado el camino de la justicia por sobre
la violencia
Salim Joubran, nacido en 1947 en la ciudad norteña de Ako, la antigua San Juan de Acre, de religión cristiana, se convirtió en 2004 en el primer árabe-israelí designado en forma permanente como juez de la Corte Suprema de Israel.
Graduado en la Facultad de Derecho de la Universidad Hebrea, Joubran fue abogado, juez de primera instancia y de tribunal de distrito antes de ingresar a la Corte Suprema. Ha sido también profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad de Haifa y es fundador y miembro de varias organizaciones dedicadas a mejorar las relaciones entre judíos y árabes.
Durante su servicio en la Corte, ha participado en una serie de sentencias de gran importancia. En uno de sus veredictos más conocidos, confirmó la condena a prisión a siete años del ex presidente de Israel Moshe Katsav, luego de reafirmar su culpabilidad en los delitos de violación y abuso sexual imputados en el caso.
Joubran vive en la ciudad de Haifa, donde judíos, árabes, musulmanes y cristianos se llevan bien juntos. Ello es posible, según sus palabras, “porque se tratan con respeto y tolerancia”. Durante una conferencia en Estados Unidos, dada en la Thomas M. Cooley Law School en su campus de Auburn Hills, narró asimismo cómo él y sus vecinos a menudo se invitan a sus hogares para compartir sus tradiciones y hasta festividades religiosas.
En 2012, durante el la ceremonia de Estado en la residencia del presidente de Israel en Jerusalén con motivo del retiro de la jueza y presidenta de la Corte Suprema Dorit Beinisch, la primera mujer en ocupar ese puesto en Israel, al llegar el momento de cantar la canción Hatikva (esperanza, en castellano), himno de Israel, las cámaras de televisión captaron a Salim Joubran, el único árabe entre los 15 jueces de la corte, respetuosamente de pie pero sin cantar.
La controversia estalló de inmediato. Los sectores de la derecha más dura (y minoritaria) reclamaron su destitución. Entre ellos, el diputado David Rotem entendió que con tal actitud “escupió ante el estado de Israel” y que debía “encontrar un estado con un himno más apropiado y moverse allí”, y destacó que debía “hacer lo decente y renunciar”.
Otro exponente de esa corriente ideológica, también miembro del parlamento, Michael Ben-Ari, presentó un proyecto de ley la semana pasada para limitar la posibilidad de integrar como juez la Corte Suprema a quienes prestaran el servicio militar o nacional, lo que excluiría a una gran mayoría de árabes. De inmediato, la iniciativa se la denominó “ley Joubran”. No pasó del proyecto.
Por su parte, la izquierda aprovechó para instar un replanteo de las letras para hacerlas más inclusivas. Otro jurista árabe israelí, Abed al-Raham Zoabi, que precedió a Joubran como miembro de la Corte pero no con carácter permanente, expresó que la canción había sido escrita cuando la noción de una comunidad árabe israelí no existía, por lo que debería ser reescrito la parte que habla del “alma judía” como “alma israelí”.
El común de las gentes, la mayoría del país, entendió la actitud del magistrado que, inclusive, recibió apoyos de su colega más conservador en la Corte, el jurista Elyakim Rubinstein, quien públicamente afirmó que “Los ciudadanos árabes no deben ser obligados a cantar palabras que no hablan a sus corazones y que no reflejan sus raíces”, en una conferencia académica en Jerusalén. Y agregó que los ciudadanos árabes que cantaban Hatikva debían ser bienvenidos pero que la decisión era personal. Por ese tiempo vicepresidente de la Corte, Rubinstein posee una pasada carrera militar en la las Fuerzas de Defensa de Israel, a la vez que varios títulos y un cum laude de la Universidad Hebrea de Jerusalén, tanto en Derecho como también en Literatura Árabe.
Incluso el primer ministro Benjamin Netanyahu, para sorpresa de algunos, afirmó que él no esperaba que un árabe-israelí cantara el himno nacional, sobre todo porque incluye las palabras “anhelo de un alma judía”.
No ha sido la única ocasión en que el juez Joubran ha marcado su peculiar estilo. Sus posturas en un asunto tan crítico y ríspido sobre las acusaciones de discriminación a los árabes israelíes también has sido particulares. En 2014 expresó, durante una conferencia en Eilat, que el derecho a la igualdad establecido en la Declaración de Independencia del país para todos los ciudadanos en ocasiones no se materializaba.
Después de puntualizar que ese desbalance tenía lugar en campos como la educación y el empleo, la asignación de tierras y la falta de infraestructura en las ciudades y aldeas árabes, expresó que parte de esa culpa la tienen los dirigentes electos de la comunidad árabe, quienes “también deben asumir la responsabilidad y tratar los problemas. También deben involucrarse y exigir a reunirse con los ministros del gobierno para cerrar las brechas”.
Tampoco dejó de manifestar que la comunidad árabe ha conseguido algunos logros notables, en el establecimiento de buenas escuelas, mejor acceso en el campo de la medicina y una mejora significativa en la situación de la mujer.
Al siguiente año, en 2015, fue el juez encargado de supervisar las cruciales elecciones nacionales de Israel.
Próximo a su retiro, cuando le preguntan qué hará de su vida, Joubran espera poder tener más tiempo para estar con su familia, viajar más y conocer más “buenas personas”.
Por supuesto, no hay que esperar a esa fecha para entender que ya ha dejado su particular impronta en la historia israelí.