Por Silverio E. Escudero
La campaña electoral por la Presidencia de la V República Francesa finaliza. Todos aguardan con ansiedad el resultado de la primera vuelta que se celebrará el próximo domingo 23.
De los 11 candidatos oficializados sólo cuatro aparecen –según los sondeos- con posibilidades de continuar su marcha hacia el Palais de l’Élysée, sede oficial de la Presidencia: el liberal –con pasado socialista- Emmanuel Macron y la ultraderechista Marine Le Pen, empatados con 22% de las intenciones de voto; el izquierdista Jean-Luc Mélenchon, con 20%, y el conservador François Fillon, con 19%.
Saben que, de resultar electos, deberán enfrentarse a un escenario político cambiante, profundamente hostil. Un mundo amenazado por el fantasma de una guerra global, en el que las tradicionales recetas de los partidos políticos no tendrían la efectividad de otrora, atento a las consecuencias del quiebre de la Unión Europea (EU) con la salida de Gran Bretaña y la desconcertante presencia de Donald Trump.
En lo domestico, según Gérard Courtois, periodista de Le Monde, esos partidos tienen mayores problemas por no haber sabido, en los últimos cuarenta años, resolver el problema del “desempleo, la deuda, la competitividad de la economía (…). No ha habido un sólo presupuesto francés sin déficit. Y el resultado son 2.000 millones de deuda. El pago de la deuda es el presupuesto más grande de ese país, más que la educación nacional. Los franceses lo saben y se dicen: la derecha ha gobernado, la izquierda ha gobernado, ninguno ha encontrado las buenas soluciones, probemos otra cosa”.
Esa búsqueda permitió la reaparición de fantasmas representantes de un pasado que aterra. Marine Le Pen –líder del Frente Nacional (FN)- ha reavivado esas fuerzas oscuras con su eterno discurso xenófobo y racista. El mismo que intentó maquillar siguiendo los consejos de sus agentes publicitarios. Razón por la cual no resultó sorpresivo que desempolvara sus viejas banderas y se abrazara a su versión más bárbara. Negó la responsabilidad de Francia en la deportación de miles de judíos parisinos tras la redada del 16 y del 17 de julio de 1942 y su internación en el campo de concentración de Auschwitz.
Discurso que culminó con un grueso insulto a Jacques Chirac por haber admitido que “la locura criminal de los ocupadores fue secundada por los franceses, por el Estado francés (…) Francia, patria de la Ilustración y de los derechos humanos, tierra de acogida, de asilo, cometió entonces algo irreparable: faltó a su palabra y entregó a los verdugos a sus protegidos. Con ellos mantenemos una deuda imprescriptible”.
La condena a las declaraciones de Marine Le Pen –anotó el diario El País- llegaron pronto y ocuparon las páginas principales de su edición del 10 de abril. A pesar de ello el Frente Nacional, “el viejo partido de la extrema derecha, el que nació a principios de los años 70 como una excéntrica coalición de colaboracionistas y excombatientes de Argelia, el que logró sus primeros éxitos electorales en los 80 cultivando la hostilidad abierta hacia los extranjeros, el que no ahorraba los ocasionales comentarios antisemitas, es un partido homologado. Es el partido de las clases medias empobrecidas. El de los que quieren hacer borrón y cuenta nueva con una clase política —un sistema— que sienten que se les ha traicionado”.
Si al final del día se alzan con el triunfo en la primera vuelta, lo celebrarán a los tiros. Así, al menos, lo acordaron grupos neonazis. Guerreros desencantados de la Legión Extranjera, euroescépticos que sueñan con la militarización de la sociedad y la reapertura de campos de concentración. También lo afirmó un grupo musulmán de extrema derecha que llena de pavor –en nombre de Alá- las barriadas pobres de Lión, Marsella, París y Estrasburgo.
Le Pen, en su discurso crítico de la UE, acusó al bloque, entre otras cosas, de organizar “la competencia más salvaje y desleal, sin control de fronteras”. De crear “las condiciones para una deslocalización” de la actividad hacia los países con menor costo laboral, al tiempo que subrayó que en su interior hay países como Bulgaria que abonan –en beneficio de los grandes consorcios internacionales – salarios inferiores a los de China.
También responsabilizó a la UE, con su “ideología librecambista” de amenazar las “identidades de los pueblos” porque para Bruselas esas identidades “son un freno a su lógica mercantilista”.
Marine Le Pen dijo que la situación de crisis social y económica que se vive en Grecia es el resultado de la UE y de sus políticas de austeridad y afirmó que, si gana las elecciones en el balotaje del próximo 7 de mayo, al día siguiente irá a Bruselas a comunicar su postura. Asimismo, señaló que negociará con determinación y que al final del proceso convocará a un referéndum para que los franceses se pronuncien directamente sobre las relaciones futuras de Francia con Europa. “Si las negociaciones son un éxito -precisó-, propondré a los franceses que nos quedemos en una Unión Europea totalmente reformada. Si han sido insuficientes, les propondré salir para crear otra forma de cooperación entre nacionales libres que puedan comerciar lealmente sin poner en peligro sus intereses vitales”.
La candidata de la extrema derecha criticó a sus dos principales rivales, el liberal Emmanuel Macron -que en su opinión esconde una realidad terrorífica de su programa detrás de una cortina de humo-, y al ex primer ministro conservador François Fillon, a quien le reprochó haber incumplido sus promesas electorales cuando llegó al poder.
El Estado francés en la posguerra estaba marcado por el dirigismo económico que le imprimieron Charles de Gaulle y sus herederos en la izquierda y la derecha. La tradición que se abandonó en 1983, cuando François Mitterrand adoptó una política socioliberal.
Desde 2010, la zona euro, coordinada desde Berlín, ha reforzado esta deriva neoliberal. La desigualdad, la desindustrialización y la precariedad han generado resentimiento hacia un establishment político endogámico, tanto entre las clases trabajadoras, cada vez más receptivas al discurso de Le Pen, como entre las comunidades inmigrantes, cuya exclusión se ha convertido en una receta para la radicalización y el terrorismo.
El FN obtiene su fuerza electoral de esta mezcla tóxica. Modificar tímidamente el status quo no detendrá su crecimiento. Por su peso en la UE y su posición económica, Francia está llamada a jugar un papel destacado en la reforma del proyecto europeo. Mientras no lo haga, la única alternativa al impasse actual será la agenda de Le Pen. Si las élites francesas insisten en no aprender nada, despejarán el camino al poder de la extrema derecha.
El Frente Nacional obtuvo en torno a 25% de votos en las últimas elecciones. Sin embargo, sigue siendo marginal. Gobierna 14 municipios de los cerca de 36.000 del país. Ocupa dos de los 577 escaños de la Asamblea Nacional y dos de los 348 escaños del Senado.
No gobierna ninguna de las 13 regiones, a pesar de ser el partido más votado en la primera vuelta de las elecciones de 2015 en seis de ellas. El sistema de elección con dos vueltas es precisamente la clave de la exclusión del FN del los distintos niveles de gobierno. Hasta ahora, el FN ya podía ganar en la primera vuelta y ser el partido más votado (en las circunscripciones que eligen a los diputados en las legislativas, en las municipales, o en las regionales). Era inútil.
En la segunda vuelta el resto de votantes, de izquierdas y derecha, votaban al rival del candidato del FN y le derrotaba, al sumar más de 50%.Y es así como el que quizá hoy sea el primer partido de Francia apenas “toca” los mandos del poder.