Por Luis Carranza Torres* y Carlos Krauth **
Estamos acostumbrados a escuchar quejas respecto al avance de la droga y alcohol; sobre todo, entre los jóvenes. Esas quejas se hacen más virulentas cuando alguno muere por algún exceso u ocasiona alguna tragedia similar.
Las reacciones cuando algo así ocurre son de lo más variadas: van desde pretender prohibiciones absolutas a desplazar toda la responsabilidad hacia el Estado. Incluso, hemos escuchado que los padres deben aconsejar a sus hijos a consumir drogas o bebidas de buena calidad, porque así no le van a hacer tanto daño.
Respuestas, para todos los gustos y colores que, en definitiva, muestran una sociedad que no tiene opinión formada ni sabe cómo enfrentar el problema. Los resultados de eso saltan a la vista cada vez que cae la noche o se aproxima un fin de semana.
Tal vez el origen de ello es que no tenemos completamente definido como sociedad si esto es un problema o no. Si no lo es, cerremos el tema y a otra cosa. Pero si lo es, como nosotros asumimos, es necesario tomar decisiones firmes que dejen de lado especulaciones irracionales y que apunten a solucionarlo, ya que este asunto está dañando seriamente a nuestros niños y jóvenes.
Eso es precisamente lo que hicieron en Islandia, uno de los países con mayor estándar de vida, en donde mediante la puesta en práctica de siete acciones han conseguido reducir el consumo de alcohol del 48 % al 5%, de tabaco del 23% al 3% y de marihuana del 17% al 7%.
No es que el gobierno de Islandia sea autoritario. Estamos hablando de una de las democracias de mejor calidad en el planeta. Pero han entendido que la libertad no pasa por el “vale todo” que pareciera imperar en tantas áreas sociales por este lado del mundo.
También se han dado cuenta de que los adolescentes están formando su identidad y que, en muchos casos, no conocen sus propios límites, por lo que el consumo temprano de cualquier sustancia adictiva puede desencadenar otras adicciones futuras, con los inconvenientes que ello apareja.
Por ello, a fines de los 90 implantaron un programa (“Youth in Iceland”) que tuvo como resultado que ese país nórdico tenga la juventud más saludable de Europa.
Además de acciones indirectas, como publicidad o propaganda, el plan incluyó una serie de prácticas directas a partir de investigaciones y encuestas, que les permitió con base en un mapeo sobre las pautas de consumo, relación con el entorno o problemas emocionales -entre otros factores- para determinar dónde intervenir, con la participación de toda la sociedad.
Entre las medidas figuran cursos gratuitos de prevención dados por especialistas en la materia, destinados no solo a los niños o jóvenes, sino también a padres, docentes y vecinos , quienes se comprometen a que sea eficaz.
Inversión
A su vez, se hizo una importante inversión en el desarrollo de actividades deportivas artísticas, de vida sana y afines, pero también se incluyeron medidas más “drásticas”, como la prohibición de toda publicidad de tabaco y alcohol y su venta a menores de 20 años; se estableció el toque de queda preventivo, tal vez la medida más polémica, por el que se obliga a los padres a buscar a sus hijos en fiestas o discotecas, y prohibir que los menores anden solos por las calles después de la medianoche.
La iniciativa fue tan efectiva que motivó la creación del programa “Youth in Europe”, cuyo fin es extender la metodología a otros lugares del continente, al que en 10 años se han sumado 30 municipios.
Como informa el portal español mundodiario.com, “en España sólo lo ha hecho el municipio catalán de Tarragona” y que “en la cara opuesta” se observa que en el centro de la capital de Islandia no hay jóvenes “practicando el botellón”, sino que “juegan al ping-pong, hacen skate o ensayan con su propio grupo de música”.
Como vemos, en Islandia vieron y reconocieron el problema y la solución, que ha sido exitosa, se está extendiendo por Europa.
¿Pasará algo similar por estos lares? Ojala sea así. Sin embargo, imaginamos voces en contra de las prohibiciones, a favor de la libertad de decidir de los menores, o clamores sobre la imposibilidad de llevarlo adelante porque tenemos otra cultura. Mientras tanto, el problema ya está instalado entre nosotros y afecta cada vez más la salud y el futuro de nuestros niños y jóvenes.
Para hacer algo en serio, debemos tomarnos las cosas en serio y empezar por ponernos de acuerdo en que es un problema de peso.