ESCUCHARPor Sergio Castelli* y Romina Decima Cánovas**
El mes pasado, la tercera oferta que Bayer le realizó a Monsanto fue finalmente aceptada por ésta. Con ello, 66 millones de dólares salieron de las arcas de la reconocida farmacéutica alemana para -como contrapartida- acrecerse en materia de propiedad intelectual y poderío económico. Es verdad que, como refirieron los CEO de ambas empresas, el objetivo de ellas no es colocarse en una posición dominante en el mercado de la propiedad intelectual sino propender a una mayor y mejor calidad de vida de la población mundial; aun así, no se conoce mecanismo más efectivo para este fin que la protección y proliferación de las derechos intelectuales.
En este escenario, Monsanto y Bayer no hacen más que replicar un concatenado de fusiones y/o adquisiciones que vinieron ocurriendo en el transcurso del año: Syngenta fue absorbida por la empresa estatal ChemChina; Dupont y Dow se unieron, a la par que Agrium y Potash Corp también lo hicieron. Todos ellos vinculados con el desarrollo de organismos genéticamente modificados y fertilizantes. Otros, mientras tanto, continúan a la cabeza de la industria que representan, sin que pueda hacerlos tambalear en demasía ningún otro competidor. Tal el caso de John Deere & Co., que produce maquinaria agrícola desde la más simple hasta la más especializada para la agricultora – entre ella, drones y GPS que indican áreas y estados de cultivo-.
Con todo, la pregunta se sigue manteniendo: ¿por qué las fusiones, absorciones, cesiones y ventas resultan necesarias? Resulta que el mismo mercado de los conocimientos farmacéuticos y agroquímicos se encuentra en busca de un paso superador que parecen no poder dar las compañías, no por lo menos de forma aislada. Habiéndose superado numerosas generaciones de malezas, la naturaleza parece no darnos un respiro y crea otras nuevas, aún más resistentes; las legislaciones nacionales comienzan en algunos casos a cerrarse respecto a que el control del empleo de las semillas de creación de estas compañías así como las nuevas obtenciones vinculadas, puedan ser controladas por agentes distintos al Estado mismo; el alto costo de producción de organismos genéticamente modificados que no se comparan, ni llegan -por su alta sustitución- a los ingresos esperados; y la nueva ola de agricultores que atienden a un mercado orgánico que prefiere alimentos cultivados bajo técnicas y sustancias naturales, son una de las tantas problemáticas que hacen mella en estos gigantes.
No es verdad que exista algún tipo de crisis en estos mercados, muy por el contrario. Pero sí es una realidad que los cambios de rumbos de la industria se están realizando antes de que sea necesario llevar adelante “timonazos”. En el caso de Bayer la ecuación es sencilla. Bayer se reivindica como nuevo titular y/o cotitular de un sinnúmero de patentes mientras que, en las que no se erige con ese dominio, por lo menos puede acceder a su conocimiento acabado para poder avanzar en el estudio de lo que está por venir. Asimismo, el nivel de inversión en investigación crecerá exponencialmente. Según mencionó la misma empresa suiza, la adquisición de Monsanto permitiría una inversión anual, sólo en investigación, que superará 2.500 millones de euros. Todo ello sin contar que las ganancias también se unificarán, con lo que el acceso a nuevos conocimientos también será de alguna manera más llano.
El analgésico de todos los días, los productos con los que limpiamos nuestro hogar, los alimentos que consumimos, todo comienza a unificarse en su dominio y especializarse cada vez más en su origen, y la propiedad intelectual una vez más ahí, como canal de aquello que en más o menos medida atraviesa nuestra salud, nuestra educación y en definitiva nuestra vida.
* Agente de la Propiedad Industrial. ** Abogada
