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Actuar por experiencia propia

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Por Luis R. Carranza Torres

Encarnó a una de las mejores abogadas de género a partir de un hecho ocurrido en su vida

Kelly Ann McGillis, nacida el mismo día de la independencia argentina, en 1957 saltó a la fama en la película Top Gun, de 1985. Antes, su actuación como una mujer “amish” en Testigo en Peligro, junto a Harrison Ford, le había valido una nominación al premio Globo de Oro y al Bafta.
Los ojos de los mandamases de Hollywood se habían posado en ella, por su actuación como la instructora civil del Departamento de Defensa, Charlotte “Charlie” Blackwood, que enseña en la “Navy Fighter Weapons School”, más conocida como “Top Gun”, y enamora al piloto Pete “Maverick” Mitchell, actuado por Tom Cruise.
Podía haber elegido casi cualquier papel para su destaque. Era por ese tiempo el equivalente, para las fantasías masculinas, de Cruise respecto de las femeninas.
En lugar de tomar el sendero fácil, sorprendió a todos, tres años después, encarnando a la asistente del fiscal de distrito Kathryn Murphy, que tenía por misión un complicado caso de violencia de género en la película Acusados.
Basado en hechos reales, en el clímax de esa época de filmes jurídicos que fue el final de la década de 1980 hasta mediados de la década de 1990, esta cinta de 1988 se destacó por varios motivos: nunca antes se trataron en la pantalla grande estadounidense, de un modo tan descarnado y profundo, las vicisitudes de una cuestión hasta entonces tabú en el cine: cómo una sociedad machista convertía a las víctimas de violación en culpables de su propio padecimiento, absolviendo o justificando a sus victimarios.
La víctima del caso, una joven y solitaria mujer llamada Sarah Tobias, encarnada por Jodie Foster, trabajaba como camarera en una cafetería típica de Estados Unidos, arrastrando varios problemas en su vida, tales como los fracasos en su vida sentimental y una tendencia a la bebida. Mucho de ello tiene que ver con no poder concluir una relación con un hombre golpeador y drogadicto, que entra y sale de su vida a intervalos.
Luego de una de esas peleas, va a beber una cerveza a un bar para olvidarse de sus problemas y termina coqueteando con unos jóvenes que están jugando al billar.
Bastante escorada por la bebida y habiendo bailado con muy poca inhibición ante todo el bar, al querer irse es agredida sexualmente ante casi todo el mundo por varios hombres, sin que ninguno de los otros asistentes saliera en su ayuda.
Tal y como pasó en el hecho real, al denunciarlo ante la policía nadie cree su relato. Deberá pasar por varias instancias burocráticas, todas las cuales piensan que ha sido ella quien ha provocado la violación. Sus antecedentes de consumo de drogas, de problemas con el alcohol, y hasta el haber tenido relaciones con varios hombres en el tiempo, todo es presentado para decir -sin decirlo- que ella se buscó lo que le pasó.
Sólo la abogada interpretada por Kelly McGillis acepta llevar el caso a juicio, remando contra la presión de la propia fiscalía a la que pertenece. Llega, en tal empresa, a chocar con su propio jefe, el fiscal Paul Rudolph, actuado por Carmen Argenziano. Es que, en ese tiempo como en el presente, abundan quienes se creen dueños de una verdad moral rebelada, pretendiendo juzgar a los demás sobre las base de sus prejuicios, sus temores o sus odios. Las más de las veces, escondiéndose detrás de otros.
Su rol, tan impecable como descarnado, le valió a McGillis ser considerada el equivalente femenino del abogado Atticus Finch, que Gregory Peck protagonizó en la película Para matar un ruiseñor, de 1962, en la que se denunciaba el racismo en el sur de Estados Unidos.
Un punto no menor del personaje es cuando demuestra en juicio que quien no denuncia, mira para otro lado o no impide que una violación se produzca, es tan culpable como los propios agresores. Una verdad por demás incómoda para cualquier sociedad.
La película fue un suceso en su tiempo, convirtiéndose en un filme de culto respecto de los delitos de género, a lo largo y ancho del mundo. También para el estudio que la realizó -Paramount-, se trató de un negocio redondo: rodada con un presupuesto de sólo 6 millones de dólares, recaudó en las taquillas más de 32 millones de verdes sólo en Estados Unidos.
Aclamado por la crítica, el personaje de McGillis fue eclipsado por la actuación de Jodie Foster, quien se llevó el primer Oscar a mejor actriz de su carrera por dicho papel.
Siempre se destacó el grado de compromiso y veracidad puesto por la actriz en el rol de la fiscal. Lo que no se supo hasta una entrevista en 2008 fue la causa por la cual llevó adelante de esa forma su rol. Fue allí donde, por primera vez, Kelly McGillis narró haber sido víctima de violación en la vida real, seis años antes del filme, en 1982. Había sido agredida sexualmente en su propio hogar después de regresar a casa del trabajo. Su ofensor nunca fue enjuiciado por ello, aunque dos años después de la confesión de McGillis fue sentenciado por otros delitos a 50 años en prisión.
¿Casualidad o no tanto?.. A veces, la justicia llega por los caminos y en los tiempos menos pensados.

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