viernes 22, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Doscientos años de independencia jurídica

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Por Luis R. Carranza Torres

Fue un proceso de declaración complejo, aguijoneado por unos, rechazado por otros y hasta atravesado por las pasiones del corazón

Este año de 2016 se cumplen dos siglos de la declaración de independencia argentina.
Ese 9 de julio primigenio cayó martes, estuvo soleado y la sesión del congreso dio inicio a las dos de la tarde. Fue entonces cuando, a pedido del diputado por Jujuy, Sánchez de Bustamante, se trató el “proyecto de deliberación sobre la libertad e independencia del país”. El pedido fue una formalidad pues la voluntad ya estaba “hecha” de antemano. Es por eso que todos los presentes estuvieron de acuerdo en proclamar la independencia de “Las Provincias Unidas de Sudamérica”. Para nuestra denominación actual, aún faltaba un tiempo.
Si bien ya lo he dicho en otras oportunidades, los 200 años no pueden dejarse pasar sin recordarlo: proclamar la independencia en ese momento fue un acto tanto de valentía cívica como de compromiso hacia el futuro. Todo parecía andar mal pero no cabía otra forma de asegurar en ese presente lo conseguido, así como de consolidar un futuro posible pero que debía todavía ser ganado. Se trata, pues, de uno de los hechos históricos que más demuestran la perseverancia y el coraje del colectivo que somos.
Y si bien la sesión en sí fue una mera formalidad, llegar a ese consenso costó, y bastante. Días antes el Congreso había recibido, en sesión secreta, el informe de Rivadavia y Belgrano sobre sus gestiones en Europa a fin de procurar ayuda al movimiento emancipador. Los resultados no podían ser más desoladores. Como suele pasar, a nadie importábamos en el viejo continente y estábamos librados a nuestros propios medios.

De los 33 congresales electos, 18 eran abogados. Gentes de muy distintas opiniones en casi todo, salvo por el aspecto de generar una nación independiente. La proclama de emancipación fue lo menos dificultoso de su tarea, a diferencia del pomposo “Congreso Continental” que sólo reunía 13 colonias británicas de parte de la costa este de Norteamérica, que declaró la independencia de Estados Unidos en julio de 1776.
En nuestro caso, las mayores diferencias tenían relación con la forma de organizar el Estado. La división de opiniones entre unitarios y federales ya se vislumbraba. Pero la discusión central ocurría entre monárquicos y republicanos, en la cual los primeros ganaban por goleada. Personalidades como Belgrano, San Martín, Pueyrredón, al igual que la mayoría de los diputados, se inclinaban por esa forma de gobierno. Claro que en tal sector había una diferencia sobre a quién entronizar. Una parte buscaba a un príncipe de una casa europea, en tanto otros, como el creador de nuestra bandera, preferían a un monarca autóctono, puntualmente un descendiente de los emperadores incas.
José Severo Malabia, diputado por Charcas, participó de la mesa directiva del Congreso y pronunció uno de los discursos más recordados sobre la adopción de la monarquía para regir el nuevo país independiente. Pedro Ignacio Rivera, conocido como el “abogado de los pobres”, vicepresidente del Congreso y uno de los principales apoyos de una monarquía indígena. Juan Agustín Maza, diputado por Mendoza, recibido de abogado en la Universidad de San Felipe en Chile, fue uno de los que apoyó la propuesta de la creación de una república para el nuevo Estado independiente.

La representación cordobesa, compuesta por los doctores José Antonio Cabrera y Cabrera, Miguel Calixto de Corro, el licenciado Jerónimo Salguero de Cabrera y Eduardo Pérez Bulnes, se encontraba en la minoría republicana, partidaria de una organización de tipo federal. De ellos, el más combativo era José Antonio Cabrera, descendiente del propio fundador de la ciudad de Córdoba y sobrino del Deán Funes. Se había licenciado en jurisprudencia en la Universidad Mayor de San Carlos, en Córdoba, desempeñado como asesor letrado de los gobernadores del último período virreinal y alcalde de primer voto del Cabildo de nuestra ciudad, en 1811.
Como nos dice Prudencio Bustos Argañaraz en un trabajo sobre la participación cordobesa en el Congreso, abierto el debate sobre la forma de gobierno que se adoptaría los cuatro cordobeses se manifestaron en favor de la republicana, en particular José Antonio Cabrera.

Ambrosio Funes, en la vereda de enfrente, en carta a su hermano, el famoso deán, le contaba: “Cabrerita anda siempre gritando y porfiando por la república democrática”, como si eso fuera una barbaridad. La frase habla a las claras de la predilección por la monarquía que se tenía por entonces en los estratos políticos, sobre todos los ligados a Buenos Aires.
Proclamada la independencia, los congresales hicieron a un lado sus diferencias en todo lo demás para festejar el acontecimiento como se merecía. Al siguiente día, miércoles 10 de julio, se ofició una misa a las nueve de la mañana, dada por el congresal por La Rioja y sacerdote Pedro Ignacio de Castro Barros, doctor en teología y, en su tiempo, profesor de filosofía en la Universidad de Córdoba.
No era poco lo que se había logrado pero, como la historia lo demostraría, quedaba aún mucho por hacer.

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