El voto británico en favor de la salida del Reino Unido de Gran Bretaña de la Unión Europea sigue generando temblores de inusitada intensidad. Al parecer, el cinturón de fuego del océano Pacífico se ha mudado a una de las costas del canal de la Mancha y altera la vida muelle de la burocracia internacional que debe, a matacaballos, encontrar soluciones políticas y económicas a un voto antisistema que sus propios electores no quieren, no desean que se ejecute jamás.
Decíamos hace una semana de la desesperación del día después. De los miles, millones de correos electrónicos dirigidos a los medios de comunicación y a los integrantes de la Cámara de los Comunes para que desconozcan el resultado del referéndum. Agregamos hoy las estadísticas de los buscadores de Internet. Veinticuatro horas después del día de la votación, seis millones de británicos, desorientados, hicieron dos preguntas que habría sido esencial responder antes de entrar al cuarto oscuro: ¿qué es la Unión Europea? y ¿qué significa salir de la Unión Europea?
La Marcha por Europa convocó multitudes en toda Gran Bretaña. Los manifestantes agitaban banderas y pancartas comunitarias haciendo saber urbi et orbi que “El Brexit es una es una estupidez” y que la campaña del leave (marcharse) se ha basado en el engaño y la mentira. Jamás explicaron –se lamentaban con un dejo de ingenuidad- a los medios de comunicación sobre las consecuencias políticas y económicas de la salida.
Barack Obama, el premio Nobel de la Guerra, es uno de lo más preocupado por el futuro de la antigua Britannia de los romanos, ya que altera el escudo defensivo de Estados Unidos. El Reino Unido era visto por Washington “como una especie de ancla en la relación por la perspectiva común en un amplio abanico de asuntos políticos, económicos y de seguridad.”
Frente a esa realidad –anotó Joan Faus – el gobierno de Obama “no (…) esperaba la victoria de la salida de la Unión Europea en el referéndum del pasado 23 de junio. El presidente había hecho campaña a favor de la permanencia. Su reacción ha combinado las llamadas a la calma con el realismo. Ha pedido a Europa y a Reino Unido que negocien una transición ordenada. Ha subrayado –curándose en salud- que la estrecha relación entre Estados Unidos y su antigua metrópolis no cambiará gracias a los lazos culturales y económicos y a la cooperación en asuntos mundiales como miembros de la OTAN y del Consejo de Seguridad de la ONU; pero ha admitido que la incertidumbre generada por el Brexit inquieta a la primera potencia mundial: ‘Estamos preocupados de que su ausencia de la Unión Europea y las potenciales alteraciones dentro de Europa dificulten’ solucionar algunos de los otros desafíos.”
De la lectura circunstanciada de todos los diarios y periódicos europeos y latinoamericanos surge una primera conclusión: todo es provisional. Hasta el futuro de quienes (¿aparentemente?) triunfaron en las elecciones del mes pasado. Nada es definitivo. Así lo indican las tensiones que vive hacia adentro el partido Conservador, que no ha decidido candidato para reemplazar a Cameron. Mucho más cuando su mejor opción es Teresa May, que apoyó la moción de Permanecer en la Unión Europea, mientras sus rivales apenas arañan un dígito en las encuestas independientes que hemos tenido a mano.
Igual situación se vive en el seno del Partido de la Independencia del Reino Unido (en inglés, United Kingdom Independence Party o UKIP) que, a pesar de su virulenta campaña antieuropea, no esperaba triunfar. Ahora se ve en figurillas porque la historia le exige propuestas. Propuestas serias para llevar adelante una salida ordenada de la Comunidad Europea y, eventualmente, administrar el Estado.
Es tanto el pavor que reina en sus filas que su líder –esgrimiendo excusas nimias, insignificantes y hasta infantiles- ha decidido renunciar. No quiere asumir responsabilidades mayores. Nigel Farage retrata la conducta de la mayoría los dirigentes políticos occidentales. En especial la de los euroescépticos y la de los movimientos contestatarios europeos que, muchas veces, se emparentan con nuevas versiones neofascistas, neonazis o neofalangistas.
Farage no dice toda la verdad cuando afirma que renunció porque no quiere hacer carrera política. Qué solo militó para sacar a Gran Bretaña de la Unión Europea.
Sólo basta cotejar sus discursos para saber que es mendaz en sus afirmaciones. Su discurso programa es clave para entender las razones de su defección de hoy. Es aquel que fundamentó su abandono del Partido Conservador en 1992, después de que Gran Bretaña firmara el Tratado de Maastricht, que dio lugar a la creación de la Unión Europea y su moneda común, el euro. El mismo que sirvió para convertirse en uno de los fundadores de UKIP, que se opuso a Maastricht y mover a Gran Bretaña fuera de Europa.
El hombre, sin embargo, es precavido. Sabe que la victoria en las elecciones tiene otros padres asociados. Muchos más fuertes que su agrupamiento político.
Vale mil maravedíes de oro saber retirarse en triunfo. El hombre pretende contar a sus nietos que alguna vez pasó por la política, ganó una elección y se retiró invicto.