sábado 23, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

El Tren de los Muertos (II)

Por Martín Horacio Delprato * - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Continuando la nota del miércoles pasado sobre El Tren de los Muertos, amplío el tema sobre el convoy que generó la construcción del cementerio de la Chacarita y de un ramal del Ferrocarril del Oeste a partir de los flagelos de la fiebre amarilla que asoló Buenos Aires a principios de 1871.

Para ver entrega anterior, clic aquí 

El ramal conocido como “El Tren de los Muertos” partía de la estación fúnebre Bermejo, también denominada “La Estación de los Muertos”, ubicada en la esquina de avenida Corrientes y Bermejo (hoy Jean Jaurés), subía por avenida Corrientes hasta Medrano, donde había una segunda estación y depósito de cadáveres denominada Estación Medrano, continuaba hasta avenida Corrientes y el Camino Ministro Inglés (hoy Scalabrini Ortiz), donde estaba el tercero y último depósito de cadáveres en la quinta de Alsina y finalmente continuaba hasta la estación terminal en el primitivo cementerio de la Chacarita. Éste no es el mismo que en la actualidad sino que estaba en el solar delimitado por las actuales calles Corrientes, Guzmán, Dorrego y Newbery.

El 30 de diciembre de 1896 se terminó la construcción del nuevo y actual cementerio, al oeste del cementerio de la Chacarita original, y se inauguró como el cementerio del Oeste (rebautizado como cementerio de la Chacarita el 5 de marzo de 1949) y se realizaron las inhumaciones de los cadáveres del viejo cementerio del Sur y del primitivo cementerio de la Chacarita para trasladarlos al nuevo. Se parquizó la zona y en 1896 se bautizó el espacio verde urbanizado como Plaza Rancagua, denominación que posteriormente cambió por Parque Los Andes.

Volviendo a este siniestro ramal, el Ferrocarril del Oeste puso un énfasis sin precedentes en la construcción de los seis kilómetros que separaban la estación Bermejo, ubicada en terrenos de “La Chacarita de los Colegiales”. Lo hizo de tal forma que en menos de dos meses este tramo ya estaba completamente construido y operable.

Se hizo cargo de esta obra poniéndose directamente al frente el mismo ingeniero jefe del ferrocarril, el ingeniero Augusto Ringuelet, quien con un patriotismo y entrega encomiables, pasando largas noches en vela y trabajando al lado de los peones como uno más, logró finalizar la obra en menos de la mitad del mínimo tiempo que las más optimistas de las predicciones podían vaticinar.

El 11 de abril, a apenas 30 días de iniciados los trabajos de la vía, Ringuelet entregó al directorio del Ferrocarril del Oeste la obra concluida. Ese mismo día, el director del ferrocarril, Francisco B. Madero, informó al ministro de Gobierno y presidente de la Comisión de Higiene, creada a los efectos de la epidemia: “El ramal «La Chacarita» se encuentra hoy terminado, por lo tanto, puede V. S. impartir instrucciones a fin de abrirlo al servicio para que está destinado. Igualmente están prontos los ómnibus según lo dispuesto por V. S. para el trasporte de cadáveres al nuevo cementerio «La Chacarita»”

La inauguración se realizó el 14 de abril de 1871, sin pompas ni actos oficiales, sólo atendiendo a la extrema necesidad de una epidemia como ninguna en toda la historia de la Nación. Ese mismo día se inauguraron tres obras fundamentales: el cementerio de la Chacarita, el ramal que debería llevar los cadáveres hasta su descanso final y el ramal del Muelle de Las Catalinas, fundamental para vincular el ferrocarril con los pasajeros inmigrantes que llegaban para poblar nuestro amplio territorio, a quienes por razones de salud fue necesario derivar con urgencia a los pueblos de la campaña, evitando así las muertes por este terrible flagelo.

La labor del ingeniero Ringuelet no pasó inadvertida para el gobernador, quien lo premió con una importante suma por el encomio y dedicación en la labor realizada en decreto del 22 de abril de 1871.

La formación estaba compuesta por la locomotora “La Porteña”, vagones chata con los ataúdes estibados tapados con una lona negra y cerraba el tren un coche de pasajeros donde iban los familiares y deudos de los fallecidos para darles su último adiós en el cementerio. Este cortejo iba conducido en horas de la noche por el maquinista John Allam, el mismo que condujo “La Porteña” en el viaje inaugural del ferrocarril 14 años antes, el 30 de agosto de 1857.

Allen, al tercer día de ejecutar tan valeroso servicio, se vio contagiado por la peste de fiebre amarilla que transportaba y falleció a la temprana edad de 36 años de esta terrible y mortal enfermedad, siendo él mismo uno de los tristes pasajeros de este funesto convoy.

Respecto a este luctuoso acontecimiento, no queda más que pensar en cuántos verdaderos patriotas han dado su vida silenciosamente, sin pedir nada a cambio y sin una clara visión de reconocimiento de parte de las autoridades.

Éstas muchas veces han ignorado (o no han mostrado un poco de humanidad o sensibilidad) un asunto de tanta gravedad como es la muerte de un operario que se sacrificó hasta las últimas consecuencias, realizando un trabajo de tan alto riesgo que no sólo nadie más lo deseaba realizar, sino que le costó literalmente la vida, dejando a sus hijos y viuda en la mas absoluta indefensión.

Por entonces no existían leyes laborales ni sociales que ampararan a la viuda e hijos de este valeroso maquinista. Lo máximo que el Estado de la Provincia de Buenos Aires llegó a hacer, a pedido del directorio del ferrocarril, fue prorrogarle unos meses de sueldo a la viuda quien, pasado este tiempo, debió arreglárselas con sus hijos a la buena de Dios y nunca más se supo qué fue de esa sacrificada familia.

(*) Autor de Los ferrocarriles argentinos, ramales, estaciones e historia postal

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