A contrapelo de la opinión de los académicos, una vez más recomendamos la lectura de las memorias, reportajes o diarios de vida de protagonistas esenciales de la historia. Develan detalles que los documentos no traslucen. Se dejan ver casi desnudos.
Mucho más ricas en revelaciones resultan las de los personajes que actuaron en las mismas circunstancias desde posiciones de supuestos segundos planos. Género en el que se destaca la enorme Autobiografía de Arthur Koestler, que abarca un importantísimo período del siglo XX.
Esta vez, nuestro pequeño ensayo semanal retorna a uno de los temas más apasionantes de la política internacional. Buceará en la vida de un personaje clave en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Se trata de la vida de aquel que fue considerado el espía más grande del siglo XX y que, bajo el nombre clave de Cícero, hizo temblar al alto mando aliado al entregar información “ultrasensible” a los alemanes.
Entre 1943 y 1944 los aliados tuvieron la certeza de que Berlín estaba al corriente de sus planes más secretos. La fuga de datos resulta inexplicable. Enigma que se devela cuando el embajador ingles en Turquía confiesa, azorado, que su colega alemán Franz von Papen conocía al detalle el “pensamiento más intimo” de sir Winston S. Churchill, el conductor de la resistencia británica ante el empuje de las legiones hitlerianas y los infernales ataques aéreos contra Londres y el resto de ciudades inglesas.
Lo que el embajador ignoraba es que las filtraciones sucedían en su alrededor. Su ayuda de cámara se introducía noche a noche en su dormitorio y le hurtaba los documentos secretos de un portafolios y volvía a colocarlos en su lugar, tras fotografiarlos. Historia que el cine supo recoger en un film dirigido por Joseph L. Mankiewicz, protagonizado por James Manson y la francesa Danielle Darrieux.
Terminada la guerra, Cícero permaneció en la sombras durante largos años, viviendo en la pobreza más absoluta. En la puerta de su departamento figura su nombre, el nombre del fantasma que desveló a todas las cancillerías europeas: Elieza Bazna. Este albanés nacido en Kosovo estaba convencido que salvó la civilización occidental gracias a su servicio.
La historia de este extraño personaje tiene visos de leyenda. La imaginación del narrador suele hacer alguna trapisonda. Esta aproximación, sin embargo, es la vera historia de nuestro personaje. Tal como se la contó a un periodista italiano a cambio de un jugoso estipendio. He aquí parte de sus recuerdos:
“Los alemanes, al principio, eran bastante estúpidos. Creían que yo era un charlatán. Pero cuando leyeron en los documentos que yo les daba que en Normandía habría una invasión y luego comprobaron que tal invasión se produjo, pudieron constatar que yo no era un bluff. Pero sobre todo comprendieron una cosa: que para ellos la guerra estaba terminada. Entonces abandonaron un frente; dejaron pasar a ingleses, franceses y americanos. En cambio cerraron la otra parte contra los rusos concentrando allí todas sus fuerzas. Porque si los rusos hubieran pasado primero e invadido toda Europa hubiera sido la gran catástrofe. Como los rusos son estúpidos hubieran provocado la barbarie”.
Cuando se le indaga sobre las razones por las que se transformó en espía y si fue por interés, la respuesta inquieta. Asevera que no lo hizo por dinero: “Los traicioné porque nosotros, los turcos, amamos a los alemanes. Yo nací en Pristina, en Yugoslavia, en 1904, cuando esos países formaban parte del Imperio Otomano y comencé a adorar a los alemanes antes de empezar la Primera Guerra Mundial. Los ingleses han hecho siempre mucho daño. Por eso traicioné al embajador. Y porque lo odiaba. Odiaba sus trajes, sus maneras de aristócratas. Durante tres meses entré en su dormitorio mientras dormía. Metía mi mano en su cartera y sacaba los documentos. Corría hacia abajo, hasta mi cuarto, los fotografiaba y volvía luego a reponerlos. Hacía falta un coraje de león para hacerlo. Yo soy un hombre de enorme coraje.
Repetí mi excursión cien veces y llegué a hacer unas cuatrocientas fotocopias. ¿No es eso heroísmo?”
Las revelaciones de Cícero son apasionantes. Se muestra como un hombre mundano, extremadamente culto. Hace gala de sus calidades de amante de la opera y de la filosofía. Había estudiado canto con los maestros Fracacelli y Denari. “Eres grande, me decían. Hubiera sido el más grande del mundo. Tenía voz y cerebro suficientes. Hubiera sido (Enrico) Caruso, (Mario) Del Mónaco, (Giussepe ) Di Stéfano, (Raffaele) Giglio, todos juntos en uno (…) Pero no hubiera sido Cícero.”
Sobre el origen de su seudónimo, afirma con orgullo que “Hitler, me dio ese nombre porque Cicerón fue el hombre más grande de Roma y Hitler sostenía yo que era el más inteligente de los hombres del Tercer Reich. No fui nazi. Yo amaba a Alemania. El nazismo era un gobierno. Los gobiernos pasan. Alemania queda. Yo serví a Alemania, no al nazismo. Y Alemania es hoy espantosamente ingrata con el mejor de sus hijos.”