sábado 23, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Una revolución en el cine francés: la nouvelle vague

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Los sempiternos amantes del buen cine, hastiados de la pobreza del mercado cinematográfico, cuajado de mal gusto, torpeza y chabacanería, venimos a plantar bandera y reivindicar el derecho de los espectadores a gozar del más grande espectáculo del mundo y reclamar el acceso a una programación de calidad que incluya el extraordinario cine europeo.

Nuestra generación nació para el cine de la mano de un enorme concierto de directores franceses, italianos, británicos, suecos y norteamericanos que nos dejaron su marca indeleble. François Truffaut, Jean-Luc Godard, Jacques Rivette, Éric Rohmer, Claude Chabrol y Jean Pierre Melvillea fueron los sumos sacerdotes que se tomaron en serio la tarea de enseñar a miles de adolescentes la magia y misterio del cine, mientras conmocionaban la pantalla. Corriente a la que, más tarde, se sumaron Roger Vadim y la belga Agnès Varda, pionera del cine feminista.

La primera lección recibida fue simple: ver todo por el lado de la imagen, como indicaba Godard. Fue un salto cualitativo en la formación del espectador. Obligaba a superar comportamientos estancos y ejercer el duro oficio de la crítica. “Los europeos –decía nuestro director- sólo tienen la leyenda. Los norteamericanos, la foto. Pero el mismo mecanismo del cine es un truco que hace parecer una cosa algo que no es y del que se piensa que funciona a veinticuatro imágenes por segundo. Por último, da tal impresión de realidad que uno termina por pensar que es verdad. Pero uno podría pensar que la vida no siempre se desarrolla a veinticuatro imágenes por segundo, que hay momentos en que disminuye la velocidad, momentos de aturdimiento.”

La historia de la nouvelle vague tiene mucho de leyenda y contradicciones. Da comienzo a principios de la década de los cincuenta, cuando un grupo de críticos franceses se reúne en torno a André Bazin, aquel que había decidido cargar sobre sus hombros la reconstrucción del cine francés tras la Segunda Guerra Mundial. Bazin, junto a Jacques Doniol Valcroze, fundan, allá por 1947, la mítica Revue du Cinéma de la cual, por ventura, algún que otro número atesoramos en nuestra biblioteca.

Años más tarde, esa aventura editorial toma nuevas formas dando paso a Cahiers du Cinema –Cuadernos de Cine- que, pronto se transformó en un espacio de culto para un grupo de intelectuales y realizadores, entre los que se destacaba Truffaut. Inicialmente, los cuadernos tuvieron como editor general a Rohmer (Maurice Scherer) y se incluyeron entre sus colaboradores -gracias a la persistencia y empuje de André Bazin- a Luc Moullet, Jacques Rivette, Claude Chabrol y Truffaut.

Naturalmente surgió un poderoso vínculo ideológico con la nouvelle vague, que renovó por completo el cine francés, y por efecto de éste influyó en el cine europeo y una parte del estadounidense, en cuyos clásicos se había formado. Pero esa relación fue irregular. No surgió un apoyo decidido al nuevo cine en el primer momento, pese a los éxitos de público de Truffaut, Chabrol y Godard en 1959, que lograron cortar más de cuatrocientos mil entradas y, el aumento excepcional de la tirada que transformó la revista en un fenómeno editorial.

“Mis cóleras en la época de los cahiers y Art no eran fingidas –dirá Truffaut, director de Los 400 Golpes-. Pero era, como le diría, una desviación. Debía haber algo en mi historia particular que no encajaba. Es decir, habíamos tratado tanto, analizado tanto a los realizadores uno por uno que no se nos ocurrió la idea de un grupo. Es por eso que, en mi opinión, la nouvelle vague es algo falso. Había una solidaridad, por cierto. Pero no un complot para que algunos regresaran a su casa y abandonaran el oficio. Teníamos más bien la idea de hacer historias simples. Queríamos filmes que se parecieran a las primeras novelas. De hecho, al principio, no me veía tanto como director. Me veía más bien como guionista o colaborador de guiones. Pero hoy queda un punto sobre el que sigo siendo testarudo, a riesgo de que me acusen de mirar demasiado hacia el pasado: un filme debe poder ser visto por cualquiera. Por gente que no se ocupa del nombre del director, que sólo mira las fotos a la entrada de una sala para decidir si la película va a ser divertida o aburrida.”

La otra gran enseñanza de la nouvelle vague que recibimos fue la urgente necesidad de vencer nuestros propios límites. Fuimos capaces de cuestionar los propios convencimientos porque en ello se encontrarían las nuevas claves estéticas. Así nos apropiamos de Charles Pèguy, quien estampó en la primer página de L’Èxpress, del 3 de octubre de 1957: “Nosotros somos el centro y el corazón, el eje pasa por nosotros. La hora deberá leerse en nuestro reloj”.

Como antiguos habitantes de las butacas de los cines Sombras, Opera, Ángel Azul y Lumière, invitamos a redescubrir la nouvelle vague. No lo hacemos solos. Nos acompañan los rostros icónicos de Jeanne Moreau, de Jean-Pierre Leaud, de Jean-Paul Belmondo, de Jean-Louis Trintignant, de Françoise Fabian y de Michel Legrand, entre otros. Para que juntos compartamos, en la oscuridad cómplice –sin masticadores compulsivos- El Bello Sergio, Los 400 golpes, Hiroshima mon amour, Al final de la Escapada, Paris nous appartient, Jules et Jim, Le répos du guerrier, Cleo de 5 a 7, Fuego fatuo, La guerra ha terminado, Besos robados, Mi noche con Maud y Domicilio conyugal.

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