“¿Quién habla aún hoy del exterminio de los armenios?”, preguntó Adolf Hitler el 22 de agosto de 1939 mientras ponía en marcha la faceta genocida de su política de guerra. Esa lastimosa frase fue una de las que más ruido hizo en la conciencia de un niño de tercera generación de armenios en la ciudad de Córdoba.
Mi padre, hijo de armenios, me contó la historia de su padre, de cómo pudo sobrevivir a la matanza de una nación a la que sorprendió el inexplicable odio del gobierno nacionalista de los Jóvenes Turcos que pergeñaron un plan con el único objetivo de lograr el total exterminio de los “yaurs” –infieles, en idioma turco-. Su historia, que a duras penas y con voz quebrada mi abuelo podía contar, para el Estado turco eran inventos de un zapatero que deliraba y mentía a miles de kilómetros de su ciudad natal. Turquía es indiferente.
Como en todo intento de exterminio, los motivos fueron los de siempre: económicos, geográficos, religiosos, militares, políticos, etcétera. Empero, una de las razones que predomina en el corazón del xenófobo es el temor a no “prevalecer ante”, a tener que “convivir con” o a “perecer por” la existencia de otra raza; y esto no es más que la intolerancia llevada a su máxima expresión. Turquía es temerosa.
A 100 años del Primer Genocidio del Siglo XX perpetrado por el Estado turco, siguen impunes aquellos crímenes de lesa humanidad, que no prescriben y que tampoco reconocen el principio de la obediencia debida como atenuante o eximente de responsabilidad. Turquía es imputable.
Existen estudios, documentos, reportes periodísticos, investigaciones y testimonios que prueban la existencia del Genocidio Armenio. Sin embargo, en la actualidad Turquía intenta incansablemente negarlo mediante todos los recursos a su alcance. En una campaña negacionista, sin precedentes en la historia por su duración ininterrumpida de 100 años, el presidente turco Erdogan advirtió al Vaticano, ante el uso de la expresión “Genocidio Armenio” por el papa Francisco: “Condeno al Papa y quiero advertirle. Espero que no vuelva a cometer un error de ese tipo (…) Cuando los políticos y los religiosos asumen el trabajo de historiadores, no dicen verdades sino estupideces.” Turquía es temeraria.
En Inglaterra o EEUU el lobby turco presiona y hace imponer su posición geopolítica como aliado militar en una región convulsiva. Tanto es así que el presidente Obama no utiliza el término “Genocidio Armenio” desde su llegada a la Casa Blanca, a pesar de su ferviente defensa de la causa armenia durante su etapa de legislador.
El estallido de la Gran Guerra les había propiciado una oportunidad estratégica inigualable a los Jóvenes Turcos para poner en marcha el plan de exterminio. Les sirvió de excusa para alegar que hubo bajas de ambos lados con motivo de supuestos levantamientos armados de armenios. El embajador estadounidense ante el Imperio Otomano, Henry Morgenteau, en un cable al Departamento de Estado, informaba: “Es una campaña de exterminio racial so pretexto de reprimir la rebelión”. Turquía es mentirosa.
La campaña de Negacionismo es un plan sistemático de alcance mundial. El 14 de abril pasado realizó el “Centro de Diálogo” en Córdoba, una conferencia sobre ética y moral social, en una casona ubicada a metros de Plaza España. Se utilizaron películas de cine auspiciadas por el Estado o hasta telenovelas como Las mil y una noches que, “por casualidad”, se transmite en Argentina -uno de los países con más descendientes de armenios en el mundo-. Según el diccionario, fingir cualidades contrarias a las que se tienen es hipocresía, y ésta es una de las herramientas básicas para el Negacionismo. Turquía es hipócrita.
Utilizar todos los recursos disponibles significa que es una cuestión de agenda política, por consiguiente no se escatima si son públicos o privados, humanos, económicos, militares, políticos o de medios de comunicación. Es política de Estado tanto interna como externa, y se invierte mucho dinero para llevarla a cabo.
Turquía es un país donde es tabú revisar la historia negra, en donde los planes de estudio inferiores y superiores están diseñados para tergiversar los hechos de 1915, o donde se oculta y desaparece documentación incriminatoria de los archivos históricos oficiales, donde su código penal (art. 301) castiga el agravio a la identidad turca como lo es el reconocimiento del Genocidio Armenio. Turquía es encubridora.
No es inteligente creer que la sociedad turca es la que promueve el Negacionismo, pero sí que su mayoría -por un lado- se siente indiferente ante un tema que es del pasado, y por otro se encuentra inmersa en una ignorancia inducida por sus autoridades y grupos de poder. Algunos, por temor, prefieren callar sus ideas. Sin embargo, otros se animaron a hablar y criticaron constructivamente sobre la verdad histórica y sobre lo que está sucediendo, pero a un alto costo. El periodista turco Hrant Dink fue asesinado; Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura 2006, es perseguido y amenazado. Turquía censura.
¿Qué motiva la negación? ¿Será por la catarata de acciones de indemnización y reparación; será por el reclamo justo del territorio usurpado; será por la vergüenza de cómo fue el origen del Estado moderno por parte de sus “próceres patrióticos” de principio de siglo; será que tienen algo más para esconder a la comunidad global sobre la política de Estado en la actualidad; o simplemente, que así pueden olvidar y limpiar su conciencia colectiva?
Lo cierto es que el Estado turco sigue firme en proseguir con el Negacionismo. En consecuencia, si el autor material e intelectual del delito no lo reconoce, será deber de la Comunidad Universal y de los Estados que la componen hacer el reclamo de verdad y justicia para no ser cómplices del olvido. Turquía es genocida, y sólo podrá purgar su pena, reconciliarse con su propia nación y el mundo, reconociendo su delito, el Genocidio Armenio.
(*) Abogado. Miembro directivo de la Unión General Armenia de Beneficencia.