sábado 23, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

¿El fin del dominio Occidental en el mundo?

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Hay preguntas que no tienen respuestas. No, ciertamente, por lo complejo de su planteo ni porque desafían las leyes de la naturaleza. Algunas de ellas sean, quizás, las formas y los métodos que adopta el capitalismo para mutar, superar sus propias crisis y reinventarse.
Traemos a la mesa del debate esta cuestión que está siendo meneada por algunas usinas del pensamiento.

Especialmente aquellas que sueñan con un posible recambio geopolítico con efectos benéficos para las naciones en vías de desarrollo o, mejor sea dicho, para las naciones del Tercer Mundo.
La historia nos provee de algunos elementos para el análisis. ¿Occidente está dispuesto a ceder su hegemonía mundial, que viene ejerciendo desde hace más de 500 años cuando España y Portugal pasaron a dominar el mundo, en desmedro de sociedades aparentemente más poderosas en Eurasia oriental? ¿Éste es realmente el fin del mundo Occidental y el advenimiento de una nueva era? ¿Por qué quienes creen que eso sucederá para explicar las nuevas circunstancias apelan a meros catálogos de frases más o menos felices en vez de proponer exámenes exhaustivos que necesita el tema?

Jaime Culleré, uno de los profesores más lúcidos que tuvo la Universidad Nacional de Córdoba, quien seguía con atención la evolución de las relaciones entre Asia y Occidente, se preguntaba desde su cátedra de Historia de la Cultura si estábamos presenciando la decadencia cultural y política de un modelo de civilización nacida a la sombra del Renacimiento y la Reforma, tras la firma de las Capitulaciones de Santa Fe. El capitalismo -reflexionaba nuestro antiguo maestro- “corre la misma suerte que las religiones. Integra su imaginario, conforma el mágico colectivo, porque ambos defienden con uñas y dientes el valor de la propiedad privada.”
¿Por qué, entonces, fracasó Asia en su intento de liberación tras la retirada de las fuerzas británicas de la India y Pakistán, en 1947, y de los navíos en China, en 1949? Aunque parezca anacrónico nuestro interrogante, sirve para perfilar la identidad de las distintas naciones. Si bien los objetivos primarios pueden haber cambiado en lo inmediato, subyace una idea vital: derrotar al Islam “y rodear estratégicamente el poder musulmán que alguna vez se creyó conjurado tras la batalla de Lepanto.”

Más allá de esas contingencias, nos encontramos frente a episodios de una guerra comercial continua. Nació cuando se procuraba lograr el monopolio del tráfico de especies. Un siglo después se transformó, en tiempos de la Revolución Industrial inglesa, “en la urgencia por hallar mercados para los artículos europeos -apunta el historiador indio Kavalam Madhava Panikkar- manufacturados y, finalmente, en la de realizar nuevas inversiones de capital. Limitados originalmente al comercio, en el siglo XIX los intereses europeos se dirigieron principalmente a los aspectos políticos, que fueron luego durante mucho tiempo los fundamentales. El liderazgo de los pueblos europeos también sufrió cambios en ese período. Holanda arrancó de manos de los portugueses la superioridad comercial. A mediados del siglo XVIII, se lo disputaron durante breve tiempo Gran Bretaña y Francia. Desde ese entonces, la autoridad de Gran Bretaña nunca fue discutida seriamente hasta comienzos de la II Guerra Mundial.”

La rendición de Japón y Alemania deja el dominio de los mares a Estados Unidos. Sus bases militares y aeronavales pueblan los océanos Índico y Pacífico asegurando su presencia en todas las mesas de negociaciones. Las guerras de Corea y de Vietnam sirvieron para notificar al mundo -más allá de su resultado- que allí estaba para no irse jamás. Sin embargo,, Afganistán empantanó -como le sucedió otrora a la Unión Soviética- sus ambiciones hegemónicas.
No pueden dejarse de lado en este análisis histórico político las consecuencias de la quiebra de la banca de Lehman Brothers, la mendacidad de las cláusulas del Consenso de Washington y la Gran Moderación, que llevaron a la humanidad al umbral de una nueva Gran Depresión. China sufrió, anota Neil Ferguson, titular de la cátedra Lawrence A. Tisch de Historia, de la Universidad de Harvard, y de la cátedra William Zeigler en la Escuela de Negocios de Harvard, sólo “una relentización del crecimiento. Fue una hazaña notable, que pocos expertos habían previsto. Pese a la manifiesta dificultad de controlar una economía continental de 1.300 millones de personas como si fuera una gigantesca Singapur, en el momento de redactar estas líneas -diciembre de 2010- sigue siendo mayor que nunca la probabilidad que China continúe avanzando en la senda de su revolución industrial, y de que en el plazo de una década llegue a adelantarse a Estados Unidos en términos de producto nacional bruto, tal como -en 1963- Japón se adelantó al Reino Unido.

Más adelante se pregunta si Occidente está en condiciones de sostener “su auténtica y sostenida ventaja sobre el resto del mundo” tras cinco siglos de hegemonía. La brecha entre las rentas occidental y china -se responde- había empezado a abrirse en la década de 1600, y había seguido ensanchándose hasta una fecha tan reciente como finales de la de 1970. “Desde ese momento había pasado a estrecharse con rapidez. La crisis financiera venía a cristalizar la siguiente cuestión histórica que yo deseaba plantear: ¿Había desaparecido aquella ventaja occidental? Solo determinando en qué había consistido esta podría tener la esperanza de obtener una respuesta.”

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