Ugarte va advertir en uno de sus cuatro ensayos políticos, El destino de un continente (1923), que en estas tierras latinoamericanas el desarrollo y el progreso económico no se alcanzaría de manera natural como fruto del lógico devenir de los Estados nacionales.
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El desarrollo habría que generarlo, gestionarlo y defenderlo a partir de un conjunto de decisiones coordinadas entre los diferentes países de la región de manera autónoma. El imperialismo y su política expansionista vendrían a bloquear esta posibilidad de sustentar decisiones políticas sobre bases autónomas para direccionar el desarrollo y progreso económico regional.
La originalidad del “fenómeno imperialista”, para Ugarte, se halla en que justamente se produce una nueva metodología sobre la cual se sustenta la expansión. El proceder de la política imperial es complejo y en muchos casos se camufla detrás de campañas morales y cruzadas civilizatorias. El expansionismo estadounidense, a pesar de no abandonar los clásicos procederes de todos los imperios de la historia, se complementa con metodologías nuevas de dominación económica y control político.
“Los métodos -escribe Ugarte- se han perfeccionado a lo largo de los siglos. El imperialismo se anexaba en las primeras épocas a los habitantes en forma de esclavos. Después se anexó la tierra sin los habitantes. Ahora se aclimata el procedimiento de anexar la riqueza sola, sin la tierra y sin los habientes, reduciendo al mínimo el desgaste de la fuerza dominadora.” (1962:71)
Cuando Ugarte habla de un “perfeccionamiento de métodos en las formas de ejercer este poder” está desentrañando -y en este sentido dando cuenta- una nueva metodología en el ejercicio de esta dominación, que opera directamente en la conciencia social de los sujetos y como tal de los pueblos. Este mecanismo es retroalimentado permanentemente por los medios de sociabilidad modernos, principalmente los vinculados con educación y comunicación. “Los Estados Unidos, como ya lo hemos insinuado en precedentes capítulos, han inaugurado el sistema de anexarse las riquezas sin los habitantes y sin los territorios, desdeñando las apariencias para llegar al hueso de la dominación sin el peso muerto de extensiones que administrar y muchedumbres que dirigir.“ (1962:178)
Para el escritor argentino el imperialismo, en tanto práctica política y económica de dominación sustentada en esta región por Estados Unidos, representa la posibilidad novedosa de ejercer el control político y la dominación económica sin la necesidad de soportar los costos militares y administrativos que históricamente requería sostener una política imperial. “Reinar sin corona” es para Ugarte una novedad que ofrece además de beneficios en términos de costos para el país imperialista, en este caso para Estados Unidos, la ventaja de modificar la percepción de que las sociedades objeto de esta política tienen respecto al accionar imperialista.
Este novedoso mecanismo ha logrado poner en funcionamiento nuevos dispositivos que, operando en el plano de la conciencia y de las “verdades” absolutas, logran configurar una política de dominación imperialista sin que ésta sea percibida como tal. “La magia de las palabras nos ha deslumbrado hasta ahora. Invocando la ‘libertad’, el ‘progreso’, la ‘civilización’, nos han hecho hacer o aceptar cuanto favorecía intereses extraños, el separatismo, el libre cambio, el panamericanismo, el monroísmo, y hemos sido los eternos creyentes que ansiando igualar a los grandes pueblos nos hemos supeditado a sus conveniencias.” (1962:81)
Para el literato, no habría posibilidades reales de levantar la “nación latinoamericana” de la mano de un desarrollo económico autónomo sin avanzar en generar fuentes propias de información que nos liberen de la dependencia y del control que representa no disponer de ellas, quedando así atados a las interpretaciones y decisiones de agencias de noticias externas a la región, pero con claros intereses puestos en la misma. Por ello, “enfocar los hechos desde el punto de vista de los intereses latinoamericanos” se constituye en uno de los motivos más importantes de la campaña que emprende Ugarte por América Latina.
Dentro de esta apuesta también está la de considerar necesaria una relectura de la historia nacional de cada país y de la región. Ugarte interpreta que las “direcciones educacionales impropias” han ayudado a esta situación en la que se encuentra la región, signada por la desunión y las mezquindades de cada terruño, negando la posibilidad a que florezca este “ideal supremo” representado en la unidad latinoamericana. Esta unidad además debe pensarse y plantearse en términos “morales”. América Latina debe construir, a la par de esta unidad regional, una moral que la distinga y sea fuente de un pensamiento propio y original.
“Para que la América Latina obtenga voz en las asambleas hay que empezar por restablecer, ante todo, la autoridad moral, mostrando que tiene un pensamiento político.” (1962:167) La edificación de un pensamiento propio devendría como consecuencia lógica del “desarrollo integral” que permanentemente Ugarte insta a emprender, pero que indudablemente debe ser ante todo un pensamiento que abandone la copia y el “lirismo”. La región demanda creatividad inventiva, ciencia aplicada y una reflexión puesta al servicio de lo “nuestro”.
(*) Licenciado en Historia, UNC. Adscripto a la cátedra Historia Americana II