Por Enrique Escudero.
Se ha recordado, con diversos actos, el 50º aniversario de la asunción de Dr. Arturo U. Íllia a la primera magistratura de la Nación. Los discursos de ocasión, más allá de lo emotivo, no aportaron nada nuevo a la imagen que se tiene de este hombre común, quien supo prestigiar el sitial que ocupó en breve mandato. Quizás con ingenuidad, aguardábamos informes, generados por la Unión Cívica Radical (UCR) que propusieran nuevos campos de indagación histórica sobre ese “tiempo radical”.
Ante ese cuadro de orfandad y convencido de que el gobierno que recordamos merece otro trato, venimos a rescatar la memoria. No lo haremos desde el campo militante, que es tarea de sus correligionarios. Lo hacemos desde el marco de la investigación histórica. No reiteraremos las causas del golpe de Estado ni sus fuentes de financiación; tampoco el comportamiento de la prensa que, desde el momento en que se conocieron los resultados de las elecciones, reclamaban que el Colegio Electoral desconociera la Constitución Nacional y consagrara presidente a Juan Carlos Onganía.
El problema educativo, que ha sido una constante preocupación de los gobiernos de América Latina (AL), fue una de las mayores inquietudes del presidente Íllia. Su solución ejercía un efecto estimulante en Don Arturo. Tenía vívidos en su recuerdo los trabajos que había emprendido Santiago H. del Castillo –de quien había sido vicegobernador- para revolucionar la educación de Córdoba, al crear la Escuela Normal de Córdoba (después Garzón Agulla) y el Instituto Pedagógico. Por ello convoca a los más importantes maestros y pedagogos de su tiempo para que dieran batalla al analfabetismo y derrotaran la repetición de grado y de la salida prematura de la escuela de los educando.
Luz Viera Méndez, como presidente del Consejo Nacional de Educación, fue la encargada de instrumentar sus anhelos. Al comienzo del ciclo educativo de 1964, la escuela comenzaba a notar los aires de cambio. Los maestros y profesores se sentían contenidos por las autoridades. Por primera vez hablaban un mismo idioma. Mientras esto sucedía, otros miles habían sido convocados a trabajar en un audaz plan de alfabetización, que sorprendió a la Unesco y a la Comisión Económica para América Latina (Cepal), que evaluaron los primeros resultados de las celebres Misiones Pedagógicas, que llevaron la tiza y el pizarrón a los más remotos rincones del país.
Promueve, desde el Consejo de Educación, la creación de una Comisión Nacional de Alfabetización y Edificación Escolar; desarrolla un Programa de Perfeccionamiento Masivo y Continuo del Personal Docente, con cabecera en el Instituto Bernasconi; crea un Centro Nacional de Investigaciones Pedagógicas y genera un Plan de Asistencia Integral al Escolar y otro, ejecutivo, de Construcciones Escolares que, con el advenimiento del gobierno militar, quedan desactivados.
Así fue como durante su gestión Argentina registró los presupuestos más altos de la historia dedicados a la educación y la cultura, invirtiendo alrededor de 25% del presupuesto anual. Acorde con la importancia que se le dio la enseñanza técnica vinculada con los requerimientos de los sectores productivos, en mayo de 1964 –cuando se realiza la primera evaluación- se habían implementado curso de mecánica agrícola en 17 establecimientos y destacado 20 misiones monotécnicas y de cultura rural en el norte del país, Cuyo y la Mesopotamia.
El gobierno, fiel a su preocupación por el desarrollo integral de la población, a partir del 12 de abril de 1965, puso en marcha el Plan Nacional de Alfabetización, contando el país para julio de ese año con 12.500 centros, con 350.000 alumnos de 16 a 85 años. Para completar la tarea de estos centros, crea el Centro Nacional de Desarrollo de Comunidades, destinado a atender pequeñas poblaciones y de frontera.
Estos avances extraordinarios tuvieron inmediato reconocimiento internacional. Expertos de todo el mundo, a instancias de la Unesco, vinieron a observar la experiencia argentina. El 20 de junio de 1966, el presidente inaugura en Buenos Aires la Conferencia de Ministros de Educación y Encargados del Planeamiento Económico en los Países de América Latina y el Caribe, a la que asisten 560 educadores, economistas y 16 ministros de Educación.
“El de la educación –afirmó Íllia en la ocasión- es un problema estimulante para el hombre de hoy (que) se enfrenta con una realidad que le exige una cultura creciente, actualización constante y una perspectiva cada vez más clara para orientarse en un panorama multiforme, cambiante, que compromete la ubicación del individuo en concepciones que lo empujan más y más a procesos masivos, sin originalidad y muchas veces sin autenticidad.
Estar al día requiere todo un proceso educativo adecuadamente planeado, que tome al niño para ayudarle en su propia creación y lo vayan formando –nunca deformando- en un hombre apto para su circunstancia y su tiempo, aprovechando sus naturales aptitudes, su vocación y modelando su capacitación para las necesidades de su propio país y de su desarrollo. Para ello debe tenerse en cuenta primordialmente el mundo de los niños, ‘su mundo’, el ingreso en la realidad que lo circunda para volcarse en la etapa de la juventud, plena de creación y asimilación de conocimientos, robusteciendo y formando su personalidad para culminar en los estudios superiores, ya sea técnicos o de nivel universitario.”