En su huida del desastre que dejó la Segunda Guerra Mundial, llegó en 1948 a Argentina luego de haber vivido varios años como refugiado. En el país prosperó, pero tres décadas más tarde fue víctima de la dictadura cívico-militar y debió exiliarse nuevamente. Hoy tiene 79 años y vitalidad para contarlo. Por Adolfo Ruíz / [email protected]
“El Húngaro” espera tranquilo. Lo que dirá en la mañana de hoy en la audiencia por la megacausa de La Perla es parte de su tragedia personal. Pero la tiene bien asumida. Andrés Sombory es el protagonista de esta historia que aún no llegó a su epílogo. Nació en Hungría hace 79 años, creció en la Europa de la Segunda Guerra; deambuló durante cuatro años junto a su familia por el viejo continente como refugiado, huyendo de la destrucción; y el 14 de abril de 1948 arribó a Argentina exiliado, con el sueño de iniciar una nueva vida.
“Nos fuimos de nuestra patria el 18 de agosto de 1944, cuando los rusos avanzaron y tomaron Budapest. Toda la población huyó hacia Alemania pero ahí no había ninguna vivienda en pie, porque estaba bombardeada por todos lados”, recuerda.
Una vez en nuestro país, la familia supo prosperar. Vivieron en Buenos Aires, en San Luis y en Jujuy. Allí conoció a Ana Rosa Llewelyn, quien sería su esposa y madre de sus hijos. Con ella se afincó en Córdoba junto al resto de su familia, luego de recibir la concesión para explotar dos cantinas en cercanías del paredón del dique San Roque.
Eran años de bonanza para los Sombory, y de disfrutar la tranquilidad que habían venido a buscar a un lugar tan alejado de la convulsionada Europa. La década de los 70 lo encontraba a Sombory como dueño de un importante comercio en barrio San Vicente y como titular de una licencia de taxi que le daba sus dividendos. Con esos ingresos pudo adquirir una vivienda en barrio Alto Alberdi, que para ese entonces era lujosa, con pileta de natación y algunas otras “comodidades”.
Fue esa misma casa el escenario de algunas reuniones de la organización expulsada por Perón de la Plaza de Mayo, en 1974. “Yo apoyaba a Montoneros porque tenía el convencimiento de que era necesario que el pueblo resistiera el modelo represivo que querían imponer”, recuerda.
Su participación -que reconoce- fue siempre en calidad de apoyo. “Yo estaba presente y escuchaba las reuniones, pero no opinaba, porque el concepto que ellos tenían era distinto del mío”, cuenta acerca de los cónclaves que ocurrían en el living de la casona de la calle Santa Rosa al 2600. Y aunque se le insiste, no puede aportar identidades de los que ahí se hacían presentes con regular frecuencia: “Uno de los principios de seguridad era no saber los nombres reales de los compañeros”, explica.
En retirada
La actividad política fue reduciéndose al ritmo del avance de la represión ilegal desatada por la intervención de Córdoba y agudizada al extremo con el golpe de Estado. El hombre era consciente de la peligrosidad de la represión y empezó a agudizar los recaudos. Sin embargo, una mañana de abril de 1977 se encontró con toda la manzana de su domicilio rodeada por la policía y el Ejército. Sabía que era él a quien buscaban.
El derrotero que siguió fue similar al de centenares de presos políticos: La Perla, Campo de la Ribera, la cárcel de barrio San Martín (UP1). Allí fue donde se hizo conocido como “el Húngaro”, y así lo recuerdan muchos de los que compartieron con él cautiverio, entre otros Raúl Sánchez, quien fue secretario de Derechos Humanos durante la gestión de Juan Schiaretti.
Pero su historia se diferencia de la de muchos debido a que durante el cautiverio, que también sufrió su esposa, a ella le hicieron firmar bajo tortura la cesión completa de todos sus bienes. Del negocio en San Vicente, del taxi, y de la casa de Alto Alberdi. Todo fue enajenado de manera ilegal.
“Durante los años en prisión siempre tuve la esperanza de reunir nuevamente a mi familia. Pensaba en mi mujer, en mis hijos, y sabía que tenía que salir vivo para volver a juntarlos”. Nada de eso se cumpliría. Cuando Sombory recuperó la libertad, el 6 de diciembre de 1983 (pese a haber recibido una condena a cadena perpetua de un tribunal militar, que no tuvo reparo en juzgarlo amordazado y sin defensor), se dio con que ya no tenía ninguno de esos bienes. Y aún peor: su mujer estaba conviviendo con un militar y lo culpaba de todas las desgracias que habían padecido.
Con la familia destruida y las ilusiones rotas, Sombory se volvió a exiliar, esta vez con el camino inverso: Alemania, donde vivió y trabajó 20 años, y luego Hungría, donde se radicó tras jubilarse.
Volver para contar
Su regreso a Argentina coincidió con el juicio que investiga los crímenes de La Perla. No lo trajo la Justicia sino que vino para intentar tramitar una jubilación en el país. Pero al conocer su presencia en Córdoba, la Fiscalía lo convocó a aportar su testimonio, que se escuchará hoy.
“Es muy emocionante para mí buscar y encontrar justicia, después de tantos años de silencio sobre lo que nos pasó a todos”, le respondió Sombory a Comercio y Justicia, el día antes de declarar. “Estoy un poco nervioso porque ha pasado mucho tiempo, y es una gran responsabilidad contar todo lo que sucedió en esos años”, admitió, señalando que sentía ansiedad “por el momento de verles las caras” a las personas que arrasaron con parte de su historia. “Sólo me recomendaron que mantenga la calma y que despacito cuente todo lo que me acuerdo”, concluyó.