El 19 de noviembre de 2010 se llegó a la máxima cifra de reservas: US$52.373 millones. Desde entonces, el ininterrumpido “tobogán” las ha reducido en una medida tal que se ha convertido en el principal problema del momento.
Por Salvador Treber – Exclusivo para Comercio y Justicia
La experiencia en esta materia obliga a estudiar lo sucedido durante los últimos diez años, cuando se detectan dos períodos de diversa longitud temporal pero de tendencia inversa. Al momento de la asunción presidencial de fines de 2003, el balance semanal del Banco Central de la República Argentina (BCRA) acusaba la existencia en su activo de US$10.501 millones en concepto de reservas monetarias. Luego de transcurridos siete años y nueve días de marcado crecimiento, se elevan a nada menos que US$41.872 millones, lo cual inyectó a la economía interna una justificada sensación de gran seguridad y solvencia.
El proceso que lo viabilizó estuvo sustentado en los continuos superávit de los respectivos balances comerciales. Incluso permitieron, sin afrontar zozobras de ninguna especie, a comienzos de 2006, mediante un pago único de US$9.580 millones, abonar íntegramente el saldo que a ese momento se adeudaba al Fondo Monetario Internacional (FMI), dando prioridad absoluta a evitar la injerencia que pretendía tener dicho organismo en la política económica de nuestro país.
Por el contrario, a partir del 20 de noviembre de 2010 y hasta la fecha se ha venido verificando con gran celeridad una drástica reducción de dichas reservas pues esa merma superó US$20 mil millones a fines de noviembre ppdo. Es cierto que coincidió con la cancelación, en una muy alta proporción, de la deuda externa pública. Testimonio de ello es el hecho de que lo que resta depositar en moneda extranjera a terceros particulares del exterior registra actualmente una cifra equivalente a apenas 8,4% del Producto Interno Bruto (PIB); obviamente, al margen del 7,4% que no entró a la reconversión, los juicios pendientes que se dirimen en el Ciadi y la deuda con el llamado Club de París.
Surge con claridad del panorama descripto que sería muy arriesgado y peligroso que dicha tendencia descendente en materia de divisas se mantenga en el futuro. Muy por el contrario, debería operarse de forma tal que se logre acrecentarla sustancialmente. Dado que la principal, casi única, fuente de provisión son los saldos positivos que da la cuenta corriente de la actividad externa, deberán redoblar el esfuerzo destinado a recuperar lo perdido en los dos años previos.
Los “tornillos flojos” a ajustar con premura
La antes referida tarea no será nada fácil, pero bajo ningún concepto es imposible. Es una indiscutible prioridad salvar de inmediato crasos errores en los que se incurrió y, muy probablemente, apelar al concurso de funcionarios más calificados en la especialidad para que no los cometan con tanta frecuencia. Por otra parte, debe tenerse muy en cuenta que el mercado internacional, además de haberse contraído, se ha tornado mucho más competitivo
Hasta fines de 2011, el rubro combustibles y lubricantes aportaba un superávit que, aunque decreciente, tuvo su “pico” a nuestro favor en 2006 con US$6.030 millones, que para 2010 ya había caído a sólo US$2.384 millones. No obstante, lo más grave estaba por venir, pues desde comienzos de 2011 pasaron a ser negativos y crecientes a punto tal que superaron en los 12 meses del período octubre 2012-septiembre 2013 la cifra acumulada de US$7.000 millones.
Esa nueva realidad no tiene solución posible a corto plazo. Por el momento debe tratar de acotársela hasta que la producción interna de hidrocarburos, especialmente la gestión de YPF, se revierta totalmente y volvamos a reestablecer el autoabastecimiento. Lo descripto deviene, en primer término, de la mala y depredadora gestión de la firma española Repsol a la que, inexplicablemente, le permitieron extraer a mansalva sin hacer la cantidad de nuevas perforaciones para sustituir las fuentes que se fueron agotando o disminuyendo su volumen productivo. Pero esa forma de obrar no fue objetada por el Estado; por lo tanto, restaurar un funcionamiento normal llevará tiempo e importantes inversiones que no se hicieron cuando correspondía.
Si bien ello es muy delicado, lo que ha venido sucediendo con el manejo del rubro “turismo” resulta inaudito, pero lo que agudiza la gravedad se debe a que es adjudicable exclusivamente a la incapacidad y/o complicidad de los funcionarios que operan en ese campo. Para tener una rápida idea de ello, se puede mencionar que en el transcurso de solo nueve meses (enero-septiembre de 2013) hubo un saldo negativo récord ya que virtualmente “se fugaron” US$6.755 millones; que serán más de us$8.000 millones al cierre de este año. Dado que la generación de divisas no es nada abundante, para que esto se consume debe haber mediado una actitud contemplativa y mucha “buena voluntad” de quienes conducen el área en forma tan permisiva.
Es que la salida masiva de argentinos durante todo ese año con destino al exterior se ha convertido en un pingüe negocio. Se verifica sin que existan trabas y nadie razonablemente puede ser tan ciego de admitirlo impunemente. El titular de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), que debería ser un “lince”, por el contrario, ha exhibido muy corta visión sobre ello, ponderando insólitamente el hecho de que el monto recaudado en concepto de anticipos por el impuesto a las Ganancias, mediante el gasto de los viajeros, especialmente después de haberlo subido en marzo de 15% a 20% y ahora a 35%, haya crecido tanto. Confunde lo accesorio con lo que debe ser, sin duda, lo principal.
En efecto, durante enero de este año las compras externas mediante el uso de tarjetas de débito o crédito sumaron US$459 millones, pero cuatro meses después, en mayo, ya habían trepado a US$1.039 millones, importe que en medida muy aproximada se reiteró para cada uno de los meses subsiguientes, correspondiendo a septiembre un total de US$897 millones. Resulta obvio que el tipo de cambio que rige para ese tipo de transacciones constituye un a verdadera tentación y se ha convertido en un virtual “subsidio”.
La franja de argentinos que puede hacerlo con cierta frecuencia pertenece mayoritariamente a los estratos superiores de la pirámide distributiva, que ha detectado una fuente adicional para acrecer la renta con facilidad. En primer lugar, todo lo que adquieren en otros países les resulta muy “barato” y a ello se suma que no son pocos los que han logrado abultar las cifras haciendo figurar compras ficticias. Este tipo de “sangría” que se consuma constituye un delito deleznable que perjudica directamente al país y a la gran mayoría de sus habitantes, pues provoca en su beneficio personal un alto desperdicio de divisas, que no nos sobran.
Lo referido precedentemente sería inviable o tendría un mucho menor volumen sin que mediara una frecuente componenda con sus ocasionales “proveedores” que acceden, tras instrumentar una serie de subterfugios, a munirse de dólares-billetes a bastante menor precio que el de mercado. Cabe agregar que este tipo de maniobras debería ser encuadrado como “fugas y tráfico doloso y punible de capital hormiga”. El tema no es tan sofisticado para que los habituales protagonistas, incluso funcionarios de contralor, no lo adviertan. Surge de inmediato, ante una mera y superficial lectura de las estadísticas antes aludidas, que prima la connivencia.
¿Por qué en el Ministerio de Economía nadie hizo nada al respecto? El anuncio que habían dejado trascender extraoficialmente en el sentido de que aguardaban el reintegro de la señora Presidenta tras su período postoperatorio para que, con su aquiescencia, comenzar a operar sobre varias materias, entre ellas la antes mencionada, fue sólo un intento más para extender la vigencia de la impunidad. Tal justificativo es totalmente inaceptable; ¿acaso si se desata un foco de incendio también se esperaría para llamar los bomberos? Y la vertical baja de las divisas equivale, para el país y su economía, a una urgencia similar a un incendio pues puede llegar a ser preludio de tiempos muy difíciles.
¿Qué hacer?
Mientras la presidenta del BCRA ha tratado de despejar el clima de rumores sobre desdoblamiento del tipo de cambio, práctica que en el pasado se convirtió en prolegómeno para precipitar una macrodevaluación, en grandes titulares un destacado diario capitalino llamó, en su momento, la atención dando crédito a estas versiones que, obviamente, es lo que estaban buscando. Cabe advertir de que una decisión de esa naturaleza traería efectos catastróficos que deben y pueden ser evitados.
Argentina accede a un cierto stock anual de divisas que surge de su comercio exterior y se puede calcular con bastante aproximación cuál será el monto positivo de su balance comercial. Para este año se sabía con anticipación que estará entre US$10 y US$10,5 millones; mientras que las exportaciones rondarán US$84.000 millones y, por tanto, nuestras compras no pueden ser, en el mejor de los casos, mayores de US$73.500 millones. En consecuencia, resulta indispensable se asegure la adquisición de los bienes de producción, combustibles e insumos imprescindibles para alimentar un proceso productivo con aceptable ritmo de expansión, para sustentar los niveles de ocupación e ingreso.
En ese cuadro de prioridades no cabe el desperdicio de divisas que causa el turismo al exterior que, como ya se ha mencionado, supera las adquisiciones de petróleo y sus derivados. La modalidad de compras con tarjeta debe ser drásticamente limitada y esto no sería ninguna novedad para los argentinos con alguna dosis de memoria. Sin ir más lejos, hace 50 años y en un gobierno constitucional, el máximo que se otorgaba para ir a Europa eran US$2.000 por persona, de los cuales sólo 10% se proveía aquí 48 horas antes de viajar y el 90% restante mediante una transferencia a un banco a elección, ubicado en alguno de los países que se visitarían.
En la actualidad hay muchos dólares atesorados por los habituales viajeros y otros, no tan frecuentes pero igualmente potenciales, que prefieren guardarlos en alguna caja fuerte, una cuenta especial o, como lo definió metafóricamente la sabiduría popular, “debajo del colchón”
Lo que debe comprenderse es que los genuinos intereses del país deben prevalecer respecto del afán de neto corte individualista y egoísta que opta por delante la cobertura de satisfacción para atender apetencias personales. No hay que equivocarse, el nivel de nuestras reservas es bajo y no concede mucho tiempo ni admite vacilaciones pese a que las medidas “no sean populares”, pues si se explican bien, ello no sucederá en más de 90% de la población.
Por lo tanto, no se puede seguir perdiendo reservas y, por el contrario, hay que hacer todo lo posible por recuperarlas con la mayor premura.