El más famoso letrado de roedores en la historia opuso su ingenio procesal a la ridiculez del más célebre y descabellado de los casos. Por Luis R. Carranza Torres.
Los juicios contra animales fueron una constante durante la Edad Media europea. Dicha tendencia procesal reconoce su inicio en el siglo XIII. En la historia han quedado registrados múltiples procesos de este tipo. En 1338 se juzgó, siendo encontrados culpables y sentenciados, una especie de escarabajos que causó gran devastación en los campos cerca de Kaltern, en la región del Tirol.
En 1479, en Lausana, varias cochinillas fueron sometidas a juicio por dañar los cultivos en los campos. Cuarenta años más tarde, de nuevo en el Tirol, unos ratones de campo devoradores de grano fueron sentenciados al destierro eterno del territorio en cuestión. Por pedido de su defensor, se consiguió que las hembras preñadas y sus crías tuvieran dos semanas más de tiempo antes de ser echadas del lugar.
El 13 de abril del año 1587, en el distrito viñatero francés de Saint Julien, una especie de gorgojo verduzco llamado localmente “charançon” fue colectivamente emplazado a comparecer ante los tribunales para ser juzgado en conjunto por daño a los viñedos, por los síndicos y procuradores del lugar. El abogado Antoine Filliol fue escogido como su defensor, en tanto el fiscal competente en tal territorio, Petremand Bertrand, dirigió la acusación. El juicio se aplazó varias veces y, sobre su final, se propuso una suerte de “probation”, consistente en asignarles a los gorgojos una parcela de tierra donde no serían molestados por los humanos si abandonaban los viñedos. Si bien aún se conservan 29 folios de este proceso que abarcó unos ocho meses, se desconoce su resultado final ya que… ¡la última foja del expediente fue luego devorada por insectos!
Pero sin lugar a dudas, dentro de tal peculiar categoría procesal el juicio llevado a cabo contra unos roedores que arrasaban los cultivos en los campos de Autun, en Francia, ha sido de los más destacados. Ocurrió en agosto de 1487 y en tal proceso, el joven letrado Barthélémy de Chassanée, defensor de oficio de los acusados, llegó a convertirse en uno de los juristas más célebres de su tiempo, por el ingenio que demostró en tal pleito.
El esforzado defensor pidió primeramente un aplazamiento del proceso, pues sus clientes -los ratones- eran tan numerosos y vivían tan dispersos por todo el territorio, que un solo auto de emplazamiento clavado a la puerta de la catedral no servía para avisarles de la celebración de la vista.
Cupo a los notificadores de la época ir por los campos afectados, leyendo en voz alta el auto de comparecencia para poder dar a todos los roedores por citados. Cuando, un mes después, los ratones no se presentaron el día de la audiencia, su letrado solicitó un segundo aplazamiento, argumentando esta vez que los gatos sueltos por el territorio impedían que sus clientes salieran de sus escondites. Nuevamente, su petición fue aceptada. Chassanée logró retrasar el juicio en seis ocasiones con los pretextos más bizarros, hasta que las autoridades judiciales lo concluyeron sin haberlo iniciardo formalmente, en atención a que se había puesto en evidencia que no era más que un juicio traído de los pelos.
La hábil defensa de Chassanée atrajo el interés de sus superiores, experimentando a partir de ese día su carrera jurídica un ascenso meteórico que lo llevó a ser uno de los abogados de consulta de mayor prestigio en Francia.
El juicio no se menciona en los escritos del propio letrado, lo que ha llevado a algunos historiadores a poner en duda su participación en dicho proceso. Pero una autoridad en materia de historia judicial gala, como lo es el juez Auguste de Thou, lo señala en sus obras, si bien éstas fueron escritas recién en el siglo XVIII.
Chassanée intervino en un par más de casos de animales, pero el grueso de su atención profesional se la llevaron condes, marqueses y comerciantes ricos, con los que se hizo de una fortuna apreciable.
Además de exitoso letrado, se destacó igualmente como doctrinario, habiendo escrito diversas obras jurídicas de entre las que destacan sus Consilia, uno de los cuales se ocupa de los requisitos formales para llevar a cabo los juicios a los animales.
Entre muchos cargos en la época, llegó a ser presidente del parlamento de Provenza.
Se opuso a la persecución de los herejes waldenses en Merindol y no dio su consentimiento para su detención y ejecución sumaria. Sobre ello, dijo -palabra más o menos-: “Si hasta las ratas de Autun han tenido un juicio justo, ¿por qué negárselo a alguien por considerarlo hereje?”.
Se trataba de una pregunta con demasiada dosis de verdad como para ser aceptada en un tiempo de intolerancia. Nada saca más de las casillas a un fanático que ser puesto en evidencia. Y uno de ellos, a los que obstaculizaba Barthélémy de Chassanée, decidió remover el obstáculo por los peores medios.
Le envió entonces un ramo de flores que habían sido previamente empapadas en un fuerte veneno. Después de oler esas flores tan vistosas, el abogado cayó al suelo muerto.
A traición, moría en una forma por demás bizarra aquel que había hecho de la racionalización de lo ridículo la principal de sus armas como defensor en juicio.