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“Solo si emociona, la arquitectura es un arte”

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Un breve repaso por lo que se conoce como arquitectura emocional, en honor al Museo Reina Sofía, ubicado en Madrid, España, que revive las obras del alemán Mathias Goeritz, padre de la arquitectura emocional.

El museo Reina Sofía en España reconstruye, por medio de más de 200 obras, los procesos artísticos de Mathias Goeritz, el alemán que cambió el diseño de edificios y promovió en España la Escuela de Altamira.

Con la colosal Serpiente de El Eco se inicia el recorrido por la gran retrospectiva con la que el Museo Reina Sofía reconstruye los diferentes procesos artísticos del arquitecto y artista, padre de la arquitectura emocional.

De origen alemán, Goeritz (Danzig, hoy Gdansk (Polonia), 1915-México DF, 1990) planteó el concepto de la arquitectura emocional, en el que se fundamenta toda la teoría y estética de su trabajo, tanto en el diseño de edificios como en pintura, escultura, grafismo o en la poesía visual.

En torno a su afirmación de que “sólo si emociona, la arquitectura puede considerarse un arte”, más de 200 obras entre dibujos, bocetos, maquetas, fotografías, esculturas y cuadros sobre tabla reflejan la necesidad del artista de idear espacios, obras y objetos que causaran al hombre moderno una máxima emoción, frente al funcionalismo, al esteticismo y a la autoría individual.

Considerado como una figura clave para entender el arte del siglo XX y lo que se está haciendo en la actualidad, participó en la revolución del arte moderno en la segunda mitad del pasado siglo.

Nacido en la Alemania de la Primera Guerra Mundial, vivió en España y en el norte de África antes de viajar a México. Durante su estancia en España promovió la Escuela de Altamira, un movimiento que surgió en Santillana del Mar en 1948, acompañado por Pablo Beltrán de Heredia, Ángel Ferrant, Ricardo Gullón y Rafael Santos Torroella.

Entre 1949 y 1950, esa escuela celebró dos encuentros en los que los asistentes discutieron sobre el arte no figurativo y reivindicaron a Altamira como la máxima expresión de creación artística, por su pureza creativa y el tratamiento de la línea y el color, al tiempo que señalaron sus vínculos con el arte moderno.

La exposición con la que el Reina Sofía reivindica a este artista fundamental en la escena mexicana, pero poco recordado, plantea un recorrido por sus trabajos cruciales y más emblemáticos.

Además, pone de manifiesto cómo el conjunto de su obra y actividad surgen de la asunción del arte como proyecto metaartístico, extendiéndose al ámbito de lo social, lo político y lo público.

Su biografía muestra a “un superviviente nato” que se adaptó a los lugares donde vivió, “estableciendo un dialogo con éstos”. Así lo consideró Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, para quien Goeritz es “absolutamente esencial” para entender que no hay sólo una sino muchas modernidades.

Además de defender el trabajo artístico como fruto de empresas colectivas y colaborativas, “propuso algo tan revolucionario como es la arquitectura emocional, donde lo importante son los sentimientos, la emoción, la experiencia; el cómo experimenta el espectador las formas abstractas”.

Su biografía, punto por punto
Mathias Goeritz (1915-1990), arquitecto, escultor, pintor, poeta e historiador del arte de origen alemán afincado en México, es considerado el impulsor de la “arquitectura emocional” y uno de los protagonistas de la modernización plástica mexicana.

Nació en Danzig (actual Gdansk) y pasó su infancia y juventud en Berlín, donde realizó estudios de pintura, historia del arte y filosofía. Tras la implantación del nacionalsocialismo, en 1936 abandona Alemania e inicia un viaje por Europa y el norte de África. La pintura de su primera etapa está marcada por la guerra y en ella se acusa la influencia de los grupos expresionistas alemanes Die Brücke y Der blaue Reiter. En 1941 viaja por Marruecos y en 1946 expone en Madrid junto con Joan Miró, Ángel Ferrant y otros artistas vanguardistas. En 1949 crea la Escuela de Altamira, en Santillana del Mar (Santander); su estilo evoluciona entonces hacia la abstracción, marcada por su relación con Miró y las pinturas rupestres de Altamira.

Después de tres años, al no renovarle el Estado español el permiso de residencia, marcha a México, donde es contratado como profesor de historia del arte por la Escuela de Arquitectura de Guadalajara. En esa universidad crea un taller de diseño en el que difunde las enseñanzas de la Bauhaus. Pasados cinco años, es contratado por la Universidad Nacional Autónoma de México para dirigir un Taller de Educación Visual, y más tarde la Universidad Iberoamericana le encomienda la creación de la Escuela de Artes Plásticas.

Desde entonces su influencia fue notable en la plástica contemporánea. México se abría a la modernidad y gracias a él se exponía por primera vez la obra de Paul Klee y Henry Moore. Es ahora cuando Goeritz alterna la pintura con la escultura, que se convierte en el fundamento de su creación. En este campo evoluciona desde el expresionismo a la abstracción (La mujer de cinco caras, 1950; Animales heridos, 1951; La serpiente, 1953).

A partir de la creación del Museo Experimental El Eco (México DF, 1953), desarrolla lo que llama la “arquitectura emocional”, que se caracteriza por la utilización de un diseño limpio y la construcción de torres, en las que prima el sentido escultórico sobre el funcional (Torres sin función en la Ciudad Satélite de México DF, 1957-1958). Para los Juegos Olímpicos de 1968 levantó La Osa Mayor (conjunto de columnas-torres de hormigón frente al Palacio de los Deportes) y dirigió la Ruta de la Amistad (especie de museo de escultura al aire libre que, a lo largo de 17 kilómetros, muestra la obra de 16 artistas internacionales). En los años que preceden a las olimpiadas y en colaboración con el arquitecto Luis Barragán, realiza una serie de ambientes luminosos con vitrales (catedrales de México DF y Cuernavaca, iglesias de San Lorenzo en México y de Santiago de Tlatelolco); también colabora con el arquitecto Ricardo Legorreta en las Torres de Automex (1963) y los murales del hotel Camino Real (1968). En 1975 funda el grupo Cadigoguse con Germán Cabrera, J. L. Díaz, Sebastián y Ángela Gurría, con los que lleva a cabo cinco plazas escultóricas en Villahermosa. Con la intención de integrar el arte y la naturaleza participa en otro proyecto colectivo: el espacio escultórico de la UNAM (1979, cerca de la pirámide de Cuicuilco); aquí contó con la colaboración de los escultores: Hersúa, Sebastián, Escobedo, Felguérez y Silva. A esta obra seguirían también en la ciudad de México, los Prismas incrustados (parque de Chapultepec) y la Corona de Bambi (1979, Centro Cultural Universitario), en la que consigue además ilusiones ópticas.

De toda su obra arquitectónica quizás la más compleja e interesante, como califica el propio artista, sea El laberinto (1980, Centro Comunitario Alejandro y Lily Saltiel de Jerusalén), edificio carente de ventanas, de gran fortaleza y cuya luz se introduce a través de amplias terrazas. Si en pintura está influenciado por el expresionismo alemán, en escultura y arquitectura desarrolla un estilo marcado por la pureza de diseño y la integración plástica espacial, como medio de elevar el nivel espiritual de la sociedad. Murió en 1990 en la ciudad de México.

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