lunes 25, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Quiero que mi hijo trabaje en la empresa… ¡pero como yo digo!

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Las empresas familiares son un ámbito propicio para que los dueños incorporen a sus hijos al mundo del trabajo. Existe un deseo de los padres para que sus hijos “continúen su obra”, tanto para dejarles un legado que les permita subsistir, como para continuar con algo que tanto esfuerzo costó construir.

Por Sergio Gabriel Martínez * 

Hay diferentes situaciones: hijos que ni bien terminan el colegio secundario ingresan a la empresa; otros viajan, otros obtienen una titulación de grado o posgrado, algunos hacen una experiencia previa en otras compañías; o una combinación de todas estas posibilidades.

Al momento de ingresar a la organización familiar, su puesto es “hijo del dueño”, como usualmente se refieren los empleados. Las tareas y responsabilidades no suelen estar decididas en detalle. Además, es común que la remuneración no esté fijada ni tampoco existan horarios estrictos.

La falta de claridad respecto a estos aspectos hace que el aprendizaje sea lento e incompleto. El nuevo integrante tendrá dudas acerca de qué se hace y cuáles son los objetivos que se pretenden conseguir.

Esta primera aproximación del hijo a la empresa de los padres está cargada de expectativas, tanto de éstos como de aquél.

Con el paso del tiempo y con el aprendizaje acerca de los procesos organizacionales, los hijos comienzan a opinar, buscan ocupar espacios y aplican su impronta… hasta que los padres ponen el límite.

Resulta que los fundadores de la empresa aprendieron haciendo y el crecimiento ocurrió gracias a una manera de hacer las cosas…, ¿por qué cambiarlas? Los hijos tienen una visión diferente: el mundo es otro, la realidad es más compleja, existen clientes más exigentes y la competencia brota como el pasto en un jardín. El negocio puede seguir funcionando igual que antes pero sólo por un tiempo.

Estas dos visiones suelen enfrentarse y las expresiones de los padres, tales como “hacé las cosas como yo te digo”, se contraponen a la de los hijos, que expresan “¿por qué no aceptás que se pueden hacer mejor?

Los padres
¿Quién debe hacer el mayor esfuerzo para resolver la situación? Los padres. Están invitando a sus hijos a que se “sumen” a un proyecto o a que lo “hagan propio”. Sumarse implica aportar, agregar, pero no modificar. Incorporarlo significa fundirse con la organización, hacerse parte, sentirla y a partir de allí suceden los cambios, porque es natural modificar lo que es propio.

Los padres tendrán que aceptar las opiniones, debatir verdades que hasta ese momento era intocables, conceder cambios que se hayan demostrado como positivos y, en definitiva, permitir que otras personas que no son ellos marquen el rumbo de la organización.

De esta manera la empresa familiar se prepara para la continuidad, como un paso natural de crecimiento y evolución de un fundador a un continuador, pero no a un continuador de lo mismo sino a quien comandará la metamorfosis necesaria para avanzar.

* Docente. Universidad Blas Pascal (UBP), licenciado en Psicología y magister
en Administración de Empresas.

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