<?xml version="1.0"?><doctrina> <intro></intro><body><page>El diecisiete de enero pasado falleció en nuestra ciudad el Dr. Daniel Pablo Carrera, hombre de derecho y de ideas claras si los hay. Docente por vocación y convicción en la Cátedra de Derecho Penal II de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UNC, ejerció su titularidad por concurso por muchos años, para luego ser designado Profesor Emérito. Tuve el privilegio de ser su alumno y si bien no era un brillante orador, sí fue un gran docente, un maestro con todas las letras, pequeño en su contextura física, pero grande en su saber y su enseñar. Porque no basta con conocer el derecho, también hay que saber enseñar el derecho. Discípulo de don Ricardo Núñez, al igual que su maestro, fue vocal del Tribunal Superior de Justicia, nombrado por sus propios méritos académicos y científicos, ya que no tenía vinculación política alguna con el gobierno que lo propuso. Pocas designaciones de vocales del Alto Tribunal han tenido tanta aceptación en la comunidad jurídica como la del Dr. Carrera. Fue también integrante de la Cámara Federal de Córdoba, a la que renunció por incompatibilidad moral con la última dictadura; se desempeñó además como miembro de número de la Academia Nacional de Derecho de Córdoba y permanente colaborador en <bold>Semanario Jurídico.</bold> Como los grandes maestros, fue una persona humilde y sencilla, quien a pesar de sus gestos amables y de su voz suave y pausada, imponía autoridad y respeto por la vastedad de sus conocimientos y la claridad con que los transmitía. Un hombre honesto y con un fino sentido del humor, que nos dejó un legado de innumerables trabajos doctrinarios, donde podemos todavía abrevar en su obra reflexiva y analítica, de prolija pluma y de formación enciclopédica que excede con creces el ámbito del derecho penal. Fue también juez de jueces, pues integró el Consejo de la Magistratura y como evaluador sabemos que sus preguntas apuntaban a conocer sobre la formación intelectual del aspirante y no únicamente a saber cuántos conocimientos jurídicos había acumulado el futuro juez. No sé si era creyente o agnóstico desde lo religioso, pero si sé que era un hombre justo, en el sentido que Ulpiano le dio al término, suum cuique tribuere, de inteligencia proverbial, de intensa actividad y de gran capacidad de trabajo (era el primero en llegar a Tribunales). Tuvo en su larga vida muchos premios, honores y reconocimientos, que no voy a enumerar aquí porque estoy seguro de que no le importaban; lo que sí importa es que se fue un Juez con todas las letras. Me parece verlo agitando su brazo derecho en señal de despedida, casi sonriendo y diciendo adiós o hasta luego. Y a pesar del dolor de la partida, nos consuela la certeza de saber que hoy está junto a Núñez y otros maestros, conversando sobre literatura y derecho e impartiendo justicia entre los justos... &#9632;</page></body></doctrina>