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Twitter y los griegos

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En tiempos de redes sociales, de las emociones binarias, emoticones y “megustas”, una reflexión sobre la evolución o involución de la comunicación y un viaje al mundo helénico para rastrear a su gran precursor.

Por Armando S. Andruet (h)
Twitter: @armandosandruet
Exclusivo para Comercio y Justicia

Ciertamente para muchos de nosotros -que en ciertos temas y ocasiones opinamos sólo como meros lectores críticos de diarios- bien se puede entender como un estándar aceptable para quien no ejercita profesionalmente una temática determinada, que el tiempo presente es el que las redes sociales construyen, lo cual no parece ser una tesis del todo riesgosa. Si bien no la podemos afirmar científicamente, resulta ella desde la misma pragmática de lo real.

No parece en el aquí y ahora que se puedan prescindir o despreciar dicha redes sociales que, como tales, atrapan. Sin perjuicio de que no dudamos de la existencia de excéntricas personas que no utilizan nunca un teléfono móvil en su versión más primaria, o que nunca se han sentido tentadas, inspiradas o necesitadas de hacer alguna búsqueda o consulta mediante los grandes buscadores informáticos, esos que hurgan como salvajes hambrientos en todo el alimento cultural que se produce (más allá de su calidad real), y que van dejando a merced de la deglución en esos grandes repositorios que son las llamadas nubes informáticas. Allí donde los artefactos de búsqueda habrán de rastrear, localizar, seleccionar y en pocos segundos nos los pondrán a nuestra disposición.

Sólo aquellos que sean iniciados en la doble condición informática-cultural podrán hacer una disección adecuada de lo útil/inútil que la megadevolución realiza.

Habrá otras personas a quienes por diferentes razones (que van desde la negación obsesiva a la admisión fundada) no les atrae socializar en el inmenso mar donde los amigos -con licencia de Lisis en el diálogo socrático- no se conocen. Sólo se mantienen mediante una codificación binaria y primitiva en la cual muestran sus aprobaciones /desaprobaciones y que, sin duda, para cosas muy importantes como a veces son las que ininteligiblemente se ventilan en Facebook, los sintagmas ‘me gusta/no me gusta’ resultan insuficientes.

Habla ello de un reduccionismo interpersonal y cultural notorio y que, como tal, se ve acompañado de un lenguaje que cada vez resulta más apocopado y de una notable anorexia en creatividad y un debilitamiento severo de la sintaxis.

Los códigos escriturarios alfabéticos empiezan a ser hoy colonizados con prácticas ‘alfabeto-icónicas’, que no es tampoco regresividad tolteca, puesto que después de una palabra se coloca el dibujo de un rostro -face-, que revela alguna emoción que embarga o quiere trasmitir al interlocutor ocasional de la red social.

Sin ánimo de sumergirnos en una búsqueda por el paraíso perdido, no se puede dejar de señalar lo que significó como avance cultural la invención del alfabeto para la humanidad, y también lo que implicó el proceso de traducción a partir de la piedra de Rosetta de Champollion, el lenguaje jeroglífico egipcio, al griego. Quién sabe si los exploradores del universo en el siglo XXII, cuando busquen la piedra que será naturalmente informática, les permita ella hacer la decodificación del lenguaje ‘alfabeto-icónico’ al alfabeto occidental que todavía escribe con dolor la palabra ‘enfermedad’ y con alegría la palabra ‘felicidad’, y no una cara -ni siquiera un rostro- con su línea de boca para abajo o arriba, respectivamente.

Allí donde todo comenzó
Mas no era el objeto de esta contribución discutir sobre las redes sociales sino vincular una de ellas con los griegos. Y no con los que dos veces amenazaron en poner en crisis la economía de la eurozona, sino con aquellos griegos de los primeros siglos anteriores a la era cristiana, que corren entre Homero y Platón.

A esos griegos, la filosofía los conceptualiza como presocráticos, justamente porque son antecedentes al pensamiento refinado de Sócrates y quienes a éste le siguieron. Entre ellos encontramos uno que por muchas razones ha sobresalido y dejado su huella indeleble para las postrimerías. Se trata de Heráclito de Efeso, también conocido como ‘el Oscuro’, porque su pensamiento no era del todo asequible a cualquiera sino que -diríamos hoy- tenía las características de ser lacónico y taxativo.

Heráclito fue un pensador de culto que escribía sólo para que algunos lo entendieran. Si algo era propio de su pensamiento, eso era ser críptico. Allí la explicación de por qué ‘el Oscuro’. Su obra escrita está recogida en un corpus que se conoce bajo el nombre de Fragmentos, conservándose con aquellos dudosos un total de 139.

De los fragmentos existentes, los estudiosos no dicen que sean partes de textos mayores sino que cada uno tenía un valor y entidad unitaria, sin perjuicio de que se haya podido perder una gran parte. Mas lo cierto es que Heráclito escribía breve.

Sabemos que Twitter se originó al amparo de una suerte de pretensión de calidad en cuanto a su contenido: comunicar con un número acotado de caracteres para decir sintéticamente lo que haya que decir. Bajo el concepto de que lo bueno puede también ser breve, Twitter pudo hacer una apuesta por ello con su formato: si lo ha logrado o no, es una respuesta que cada usuario podrá recoger.

Lo cierto -hablando de nuevo sobre Heráclito- es que la mayoría de sus Fragmentos, si bien exceden en algunos casos los 140 caracteres, su métrica global está alrededor de dicho número. Y por ello creemos que se puede hacer la ucronía de que fue Heráclito un precursor en el uso del Twitter. Y quizás por ello también el segundo tuit que escribimos en el año 2012 en la cuenta @eticajudicial, lo dedicamos a quien con casi 140 Fragmentos de algo próximo a los 140 caracteres cada uno, atravesó 26 siglos de pensamiento.

Frente a esa circunstancia, reflexionamos sobre el inconmensurable volumen de tuits que atraviesan hoy el mundo y nuestras propias cuentas. Sobre cuántos de ellos superarán la línea de lo efímero y si podrán aportar una reflexión válida, no ya para el siglo sino sólo para el tiempo presente.

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