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Simone, tan actual y contundente (II)

Por Alicia Migliore*
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Siempre existen ovejas negras, rebeldes, porque descubren una verdad revelada. Son poquitas, algunas. Que aparecen en algún momento de la historia (es probable que las otras se ocultaran para sobrevivir). Esas que descubrieron el engaño decidieron que las mujeres eran seres humanos que integraban la Humanidad: dijeron que las mujeres eran sujetos de derecho y a Olympe de Gouges la decapitaron. A Emmeline Pankurst la encarcelaron. A Julieta Lanteri la ridiculizaron. Y siempre Simone, la inefable Simone denunciando: “El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres” ¿Y cómo no habría de serlo con mujeres mutiladas, sordomudas, sin derechos, sin voz, sin existencia legal autónoma?
Este ejército atemporal de amazonas lideradas por Olympe, con un estado mayor integrado por Pankurst, Muzzilli, Rawson, Guiñazú, Moreau, Di Carlo, González, Eyle, López, Justo, Day, Griergson, Campoamor, Duarte, Ocampo, Merciadri, Gómez Miranda, Malharro, la mismísima Marie Curie y tantas otras, sostuvo por más de dos siglos la lucha ininterrumpida para que las mujeres fueran consideradas sujetos de derecho, por su condición de seres humanos.

¡Los hombres no se habían dado cuenta! ELLOS eran los seres humanos elevados sobre el tiempo y el ambiente. ELLAS lograron que recapacitaran parcialmente y a regañadientes: a su lucha respondieron- tardíamente- con algún derecho civil y, bastante más tarde, algún derecho político.
Y llegamos a la actualidad. Con igualdad en derechos civiles y en derechos políticos en la letra legal.
Con una práctica inveterada de un derecho no escrito de resolver todos y cada uno de los problemas políticos, incluidos los de las mujeres, en mesas integradas sólo por hombres.
A veces, excepcionalmente, una mujer, como cereza de torta, decorando y legitimando la masa masculina. Una mujer condicionada, acotada, consintiendo lo que desearía rechazar pero sin fuerza necesaria para hacerlo. El opresor muta los modos pero sigue oprimiendo, y coopta o somete a sus cómplices entre los propios oprimidos.
Las mujeres que integran un espacio de decisión o poder llegan, en muchos casos, despojadas y por permiso de los hombres que les abren la puerta y les “conceden el lugar y el permiso”. Sienten una doble e inconciliable fidelidad, con sus opresores que las distinguen y con su género que les reclama. Inevitablemente, en su desprotección se convertirán en cómplices de sus opresores aunque logren un espacio individual, intrascendente e inocuo para transformar la realidad.

Volviendo a Simone de Beauvoir y su incuestionable claridad: “El feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente”.
Cuando una mujer cree que su presencia o actuación individual tendrá tal trascendencia que modificará la historia de oprobio y postergación que somete a sus congéneres, se habrá transformado en cómplice de los opresores.
Cuando una mujer alcance la máxima autoridad y no abra paso al colectivo de las mujeres para que irrumpan en igualdad a definir la cosa pública y la cuestión política, se habrá convertido en traidora de su propio género y, superando la complicidad, será una más de los opresores.
Para revertir esta situación tan prolongada en años y siglos de la historia, que tiene a las mujeres oprimidas y presas de un silencio impuesto, es necesario romper con la complicidad que exigen los opresores y fortalecerse en un colectivo en el cual una represente a todas y todas se sientan una.
La paridad es un desafío que interpela a hombres y mujeres: ambos grupos seguirán manteniendo su propia identidad y enriqueciendo recíprocamente sus enfoques y visiones a partir del respeto como iguales, en tanto seres humanos.
Mientras subsista una diferencia en la representación, podremos citar a Simone y la opresión, mientras las mujeres permanezcamos divididas y enfrentadas, podremos citar a Simone y la complicidad; mientras desde el discurso patriarcal se exija capacidad a las mujeres, dando por descontada la capacidad de los hombres, veremos campear siglos de pensamiento masculino, independientemente de las voces que lo esgriman.

Apenas para no eludirlo debemos señalar la mayor paradoja: que las mujeres encargadas de criar, educar a los hijos y transmitirles valores no sean consideradas aptas para ocuparse de la cosa pública en igualdad con los varones desnuda la bochornosa hipocresía construida por la cultura patriarcal para disimular y sostener la opresión.
Las mujeres podremos revertirlo cuando abandonemos conductas complacientes y nos congreguemos en un gran cuerpo femenino que nos retroalimente, que trascienda los núcleos internos partidarios, las diferencias ideológicas, donde nos una y nos contenga nuestra condición de mujer.
Una visión transversal de género que atraviese todas las ideologías hará que conquistemos la libertad, sin que se nos atribuya complicidad, para que los opresores adviertan que el abuso injustificado y arbitrario de poder que han sostenido, negando nuestra condición de seres humanos para excluirnos, ha llegado a su fin. Resisten aún, impidiendo que conformemos el colectivo que nos fortalezca.
Las mujeres somos seres humanos con derecho a igualdad plena.
Reconocernos como iguales nos permitirá sostener una lucha colectiva, conquistando la plenitud de los derechos para cada una.

(*) Abogada-ensayista. Autora del libro Ser mujer en política.

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