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Reflexiones sobre mediación y poder

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Por  Graciela Calvi de Barcellona / Mediadora

Un tema delicado y al cual los mediadores deberíamos darle un pensamiento con cierta asiduidad es el poder en nuestra profesión. Cuando hablamos de poder nos estamos refiriendo a los espacios de manipulación que se dan en el transcurso de las relaciones con las personas con quienes estamos trabajando. En el marco del proceso, volviendo a las fuentes, dejamos en claro que el poder de decisión, de continuar o no en mediación, de abrir ventanas que muestren otros horizontes para acuerdos posibles, etc., es de las partes. Esto requiere de un trabajo en equipo en que mediadores, abogados, y clientes podamos unir esfuerzos en pro de una solución consensuada. De las partes demanda muchas veces un proceso de asimilación de lo que significa ordenar pensamientos y ponerlos en acción de tal forma que el poder de la palabra, de la inducción y de las actitudes que pueden surgir durante las conversaciones, es de una importancia extrema.

Básicamente, la profesión del mediador debería ir unida a la honestidad, a la limpieza de prejuicios y sobre todo al respeto de las habilidades de las personas a las cuales pretendemos ayudar. Muchas veces los mediadores olvidamos que basta con tirar de un hilo para que la madeja se desenrede, porque al poner en marcha los mecanismos de autoestima de las personas y trabajar con el empowerment, nos sorprenden los resultados. Como todos los procesos, requiere un tiempo de maduración y es importante darse cuenta cual sería el acompañamiento correcto que debería hacer el mediador. Cuando nuestras herramientas son utilizadas acertadamente, el proceso fluye; cuando son empleadas desacertadamente, se torna peligroso el uso del poder del cual nos invisten las personas. Es importante entonces manejar con cuidado la multiparcialidad, repetir si fue entendido que la decisión es patrimonio de las partes y que en última instancia los ciudadanos tienen a su disposición otros medios de llegar a una solución.

El uso del poder viene de la mano de la frustración, a veces de la impotencia, muchas veces del voluntarismo, como forma de esquivar los tiempos del proceso. También viene de la mano de la omnipotencia, de la soberbia en la pretensión última de cerrar tratos de acuerdo con lo que los mediadores pensamos o creemos es lo adecuado. En los inicios del ejercicio de la mediación, una importante cantidad de profesionales del derecho y de otras disciplinas encontramos un camino que para muchos fue de ensayo, de prueba-error, de alternativas a los caminos tradicionales. Para otros muchos fue un camino sin retorno, donde cada mediación se torna un desafío por la complejidad, por la humanidad, por todo lo que implica ser un refugio y una esperanza en medio de las tormentas ajenas. Y también aquí hay una puesta en valor de esta profesión. A medida que pasa el tiempo y que nuevas preguntas van buscando respuestas, los mediadores empezamos a actuar sistémicamente, con menos “ajenidad” para poder ser partes integrantes y necesarias del proceso. Pero las alertas se prenden; hasta dónde, cuál es la línea imaginaria, cuál es el momento en que lo ético se diluye en un comentario, una palabra desacertada, una opinión no solicitada, un tinte de nuestra propia ideología, una intromisión en la psicología de los seres humanos.

Atendiendo a que cada día hay más y variados sistemas, nuevas ópticas desde donde analizar estos complejos procesos, es que los mediadores estamos siempre en la búsqueda permanente de mejorar y perfeccionar nuestra profesión. También es por eso que abordamos los conflictos desde diferentes perspectivas. Para algunos, la ayuda de los conocimientos del lenguaje del conflicto serán útiles. Para otros sólo será cuestión de tocar la cuerda justa, luego de una escucha muy fina, para encontrar el comienzo de la solución. Todas son respetables, todas valen en tanto y en cuanto no olvidemos la premisa: somos personas que pretendemos estar capacitadas para ayudar a comunicarse, a organizarse, a ser agentes de una realidad que los individuos, envueltos en el conflicto, no pueden visualizar. La enorme responsabilidad que significa sentarse a una mesa de mediación y ser cada día mejores, redunda en beneficio de un fin último: el bien común.

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