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Quemar combustibles fósiles es quemar el futuro

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 Por Fabián Ruocco (*)

Desde el Centro de Desarrollo y Asistencia Tecnológica (CEDyAT) divisamos que en los últimos meses se ha instalado mediáticamente una discusión acerca del rol de la energía nuclear en la matriz energética en la Argentina, que ha dependido históricamente de los hidrocarburos, tanto para la producción de combustibles y gases para el consumo como para la generación de energía eléctrica.
En ese sentido, el Ministerio de Energía y Minería de la Nación (Minem) estimó que en los últimos diez años (2006-2016) han contribuido en un 86% promedio a la producción de recursos destinados a la generación de energía, aunque con una tendencia decreciente en los últimos años explicada por el impulso que están tomando tanto las inversiones públicas como privadas hacia fuentes de generación más limpias, entre ellas la nuclear con la puesta en marcha de Atucha II, la Extensión de Vida de la Central Nuclear de Embalse y las renovables (eólica y solar).
En muchas ocasiones, se intentó caracterizar a la energía nuclear como poco segura, contaminante y obsoleta. Presentándola como un enemigo del desarrollo y la sociedad en su conjunto. Similar al discurso que tenían los comerciantes de carros y caballos cuando hizo su aparición el invento del automóvil por motor de combustión interna con nafta.
Hay que tomar conciencia de que el principal enemigo de la sociedad del siglo XXI son los combustibles fósiles – gas, petróleo, carbón-, que fueron el gran motor del siglo XX. Tal es su importancia que, al día de hoy, todavía son el pilar de la producción de energía eléctrica mundial. Ése es el verdadero problema. Esta quema de restos fósiles son los principales responsables de las emisiones contaminantes de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera.

Una realidad que amenaza con causar desequilibrios enormes en nuestro planeta. Esto incluye destrucción completa de ecosistemas, acidificación de los océanos, derretimiento de los casquetes polares y aumento del nivel del mar. Es como si estuviéramos dictando la sentencia de muerte a nuestra propia especie humana.
El consenso científico sobre el cambio climático aporta además otro dato: disponemos de poco tiempo para efectuar ajustes antes de que las consecuencias sean irreversibles.
La energía nuclear, en cambio, ofrece una alternativa que permite fabricar energía de forma sistemática con un nivel bajísimo de emisiones de CO2 a la atmósfera. Además, es compatible con otras energías renovables en una matriz diversificada y limpia.

Actualmente, la energía eólica cuenta con una serie de dificultades recurrentes a la hora de la generación que se suplen con turbinas a gas de respaldo.
Por lo tanto, la energía eólica limpia en cierto punto es apoyada por la matriz gasífera que produce serias emisiones contaminantes. Por su parte, la energía solar, que se abarató en la última década, es un complemento excelente para la energía nuclear.
El problema de hoy con las energías renovables es que dependen de factores climáticos, es decir, resultan «intermitentes». Mientras los sistemas de almacenamiento no se puedan mejorar y sean ambientalmente limpios, la energía nuclear sigue siendo la opción firme para el futuro sostenible.
En un mundo donde los Estados cuentan con recursos limitados, una demanda por más y mejores servicios eléctricos y expectativas crecientes de los ciudadanos, la opción es seguir innovando.

Por ello, aprovechar los conocimientos adquiridos en tecnología de punta es clave para el desarrollo del país, dado que este tipo de conocimientos son los responsables en generar ciclos virtuosos en las cadenas de valor. Crean trabajo genuino, desarrollo tecnológico, científico, industrial y, sobre todo, son exportadores de conocimiento, el intangible más codiciado del mercado. Vale como muestra, que por medio del Invap, se exportó a Australia uno de los reactores de investigación más complejos del mundo y representa la mayor exportación de tecnología llave en mano de la historia argentina.
El desarrollo nuclear es un estratégico polo de desenvolvimiento industrial, científico y tecnológico de invalorable impacto y efecto multiplicador en la actividad económica y el empleo, por un lado, así como a nivel de un sistema energético seguro, moderno, accesible y asequible, por el otro.
Las decisiones acordadas en la Cumbre de Cambio Climático «Acuerdo de París», en 2015, han aportado un torrente de luz al futuro de las nuevas generaciones. La comunidad internacional ha entendido la obligación de robustecer la transición hacia una economía baja en carbono por el futuro sostenible del planeta.

Así lo entienden cada vez más gobiernos de distintos signos que apuestan por el mantenimiento de las centrales nucleares en sus países y la construcción de nuevas plantas. Actualmente están construyendo 60 reactores en países como Suiza, Suecia, España, Estados Unidos, Francia, Finlandia, China, India, Pakistán, Rusia, Reino Unido, Japón, Corea del Sur, Turquía, Vietnam y Brasil.
La transición hacia un sistema energético basado en tecnologías totalmente limpias en el futuro requiere utilizar las más limpias que tenemos hoy a mano y la nuclear está entre ellas.

(*) Director Ejecutivo del Centro de Desarrollo y Asistencia Tecnológica (CEDyAT).

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