ESCUCHARIncapaz de silenciar los efectos de antiguos actos aberrantes, Roman Polanski apuesta a volver al proceso del que se sustrajo. Por Luis R. Carranza Torres
Roman Polanski no puede librarse de sus propios e indefendibles actos aunque los haya cometido hace ya casi cuatro décadas. No pocos, más fuera que dentro del mundo del cine que integra, parecen estar totalmente de acuerdo con eso. Sobre todo cuando ha escapado, con distintos artilugios, de responder ante un tribunal de Santa Mónica por la violación de una menor de 13 años, en 1977. Entre sus recursos para sustraerse a la justicia californiana, el más común ha sido «refugiarse» en países que no aceptan la extradición con Estados Unidos. A principio de febrero de este año, la presión de los grupos sociales lo forzó a renunciar a la presidencia de los premios César, el equivalente francés del Oscar de Hollywood.
La ministra francesa de los Derechos de las Mujeres, Laurence Rossignol, ha ido mucho más allá de las críticas y puesto el dedo en donde más duele: sin anestesia, denunció que al director “lo protege una omertá corporativa que frivoliza el delito de violación». El palo, indudablemente, era para la comunidad artística y empresarial del cine, en la cual Roman se ha movido por décadas como pez en el agua sin que nadie le haga el menor reproche sobre su pasado.
Una muestra de ello son las declaraciones del actor y director George Clooney, activista de numerosas causas de todo tipo pero definitivamente “flojo de papeles” en lo relativo a entender por qué ciertos crímenes contra los niños son considerados por el común de los mortales como aberrantes. «Cuando pensamos en todo lo que ha vivido este hombre de 83 años es horrible imaginar que aún estén detrás de él. Creo que se necesita poner punto final a esta historia», fueron sus palabras. Peor, mucho peor, querido George, es lo que vivió su víctima desde sus 13 años al presente. Y te recuerdo, George, que el mismo Roman fue quien eligió llevar ese tipo de vida, «escapando» de presentarse ante un tribunal y, lamentablemente, no le ha ido para nada mal, merced a la desidia complice de muchos.
Claro que tampoco le es “tan gratis”. Una de las pocas cosas buenas del sistema penal en California, que deberíamos -entre tanta copia servil de lo estadounidense- pensar en establecer entre nosotros, es que el delito de violación o los abusos de menores no prescriben.
Cansado de lidiar con el tema, por primera vez en décadas el cineasta, considerado procesalmente «rebelde» ante el tribunal y prófugo judicial, busca retomar su participación en el proceso abierto en su contra en 1977, para alegar no tener cuentas pendientes y haber cumplido con los términos del acuerdo a que llegó en su oportunidad con la fiscalía. Claro que, para eso, quiere que se le otorguen «garantías legales» de parte de la justicia del condado de Los Angeles de que no irá a prisión si vuelve a ese país.
Harland W. Braun es el abogado elegido por Polanski para dejar sepultado el pasado de una buena vez. Caro, pero de los mejores, ejerce la profesión desde 1968. Graduado en la Escuela de Leyes de la Universidad de California, en Los Angeles, su especialidad son los casos de alto perfil. Al salir de las aulas trabajó por varios años en la oficina del fiscal de distrito antes de establecerse por su cuenta, en 1973. Sabe por ello cómo se manejan los bemoles de una acusación por la fiscalía y todos los «tips» para defenderse de ella.
Entre sus clientes más famosos se cuentan celebridades como Gary Busey, Chris Farley, Lane Garrison o Dennis Rodman. Pero no pocos de sus casos tienen relación con crímenes de «cuello blanco» y funcionarios públicos.
Es conocido por sus estrategias proactivas de defensa, que otros no dudan en definir como «agresivas». También tiene fama a causa de sus comentarios sarcásticos en las audiencias de juicio. Una vez, hablando de cómo alguien había golpeado a otro con una bota pesada con puntera de metal, se refirió en todo momento al calzado como «zapatilla de ballet».
Tampoco es muy contemplativo cuando sus defendidos no siguen sus instrucciones. Abandonó en 2002 la defensa del actor Robert Blake cuando dio una entrevista a la televisión en contra de su consejo.
«Cualquier cliente de alto perfil va a ser juzgado en la prensa. No defenderse en los medios es como no asistir a la primera audiencia en el tribunal, porque el juicio verdaderamente se inicia el día en que la noticia de la acusación se hace pública», ha dicho. Eso bien puede aplicarse al entuerto judicial de Polanski.
Las primeras jugadas de su ajedrez liberador han sido una presentación al nuevo juez del caso, Scott Gordon (quien lo juzgó originariamente ya falleció), para solicitar que se revele la transcripción secreta del testimonio del fiscal en el caso Polanski. Busca probar con ello que éste cumplió lo acordado. La pregunta que se impone es que, si esto era así, por qué tardó tanto en plantearlo.
«Los tribunales ordinarios han sido indulgentes con Roman Polanski -sólo expió 42 días de reclusión por la violación de una menor-, pero las leyes del karma van a acosarlo hasta la tumba, más o menos como si la peripecia emulara alegóricamente la obstinación con que el inspector Javert persigue a Jean Villejean durante años y años en la trama de Los miserables», escribió el periodista y escritor Rubén Amón para el diario español El País, bajo el título de El ‘maldito’ Polanski. Y no pocos, con la excepción del mundo del cine, piensan que ello no es acoso sino un acto de simple justicia. De esa que la vida depara cuando los tribunales no han cumplido con su trabajo.
