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Los sonidos del silencio

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Algunos casos en que a los mediadores nos toca intervenir conmueven especialmente nuestras emociones, aunque el profesionalismo nos lleve a no involucrarnos con la distinta casuística que, de por sí, ya es bastante movilizadora.

Por María José Oliva * – Exclusivo para Comercio y Justicia

Se trata de una mediación de lo que se ha dado en llamar Unidad Ejecutora Ley 9150, llevada a cabo en la Dirección de Métodos Alternativos de Resolución de Conflictos (Dimarc), del Ministerio de Justicia de Córdoba, a la que usualmente son convocados los propietarios de inmuebles y los ocupantes que demandan se les reconozca su posesión y, previo los trámites legales correspondientes, la propiedad y dominio absolutos.

En el caso real del cual nos ocuparemos, se presentan por la parte requirente Juan, quien residía en un lote de algún lugar de las sierras de Córdoba, un señor de campo que se mostraba asustado y desconfiando de este trámite, de edad muy difícil de calcular –le faltaba la mayoría de sus piezas dentales- muy delgado, denotando carecer de la alimentación suficiente, con un aspecto terriblemente pobre (económicamente hablando), acompañado por Luis, vecino de Juan, que lo acompañaba ya que éste era totalmente analfabeto. Luis tenía completados los estudios primarios, lo que lo habilitaba “para leer y escribir”. Nos solicitaron a las mediadoras que preferían concluir con el trámite ese mismo día, ya que no tenían recursos para solventar los gastos de transporte para concurrir a otra reunión.

Por la parte requerida, se hace presente Silvia, la propietaria del inmueble ocupado por Juan, una señora de la ciudad de Córdoba de muy buen nivel adquisitivo.

Silvia llegó media hora antes de la fijada para la iniciación de la audiencia y pidió entrevistarse con las mediadoras. Nos manifestó que era la décima vez que concurría a mediaciones por causa de la ocupación de muchos de sus lotes en las sierras, que estaba cansada de “lidiar” con “esta gente” que la perjudicaba tanto y que no pensaba ceder absolutamente en nada, y que si Juan quería quedarse con el lote, debía pagárselo al precio de mercado.

Se inicia la reunión conjunta y luego del discurso inicial le concedemos la palabra a Juan, quien con vocablos y léxico muy básicos narra que es albañil, que hace “changas”, que se radicó en ese lugar ocho años atrás, que limpió el terreno y entusiastamente nos comenta que construyó una habitación y una cocina de escasas dimensiones, que aún no cuenta con baño (pero que estima edificarlo a la brevedad), y que vive ahí con su esposa y con diez de sus once hijos. Aclara orgullosamente que la más grande, de 17 años de edad, ya formó su familia y reside en otro lugar, cercano, y que él ya tiene dos nietos.

Mientras Silvia permanecía en silencio, Juan reconoce que el terreno no es de él, que en su momento, como lo encontró vacío y advirtió que nadie a él concurría, decidió instalarse allí, pero que de ninguna manera deseaba apropiarse de un bien ajeno, que no quería causarle ningún daño a Silvia, que si la señora se oponía, no iba a tener otra solución que abandonar el lugar con su familia y buscar otro para comenzar nuevamente, concluyendo que es “muy buen albañil”.

Luego de que Juan efectuó su relato, Silvia, mediante un ademán, nos pide una reunión privada con las mediadoras.

Es en ese momento cuando Silvia, quien había cambiado radicalmente su actitud sin que las mediadoras pronunciáramos una palabra, nos pide expresamente que olvidáramos todo lo que nos había dicho previamente porque Juan la había conmovido profundamente; que su pobreza y su honesta exposición de los hechos la habían movilizado enormemente; que todas las necesidades por las que atravesaba Juan y su familia le impedían, moralmente, requerirle un solo peso y que iba a renunciar a la oposición de la ocupación que había formulado oportunamente.

Fue así como se confeccionó y suscribió el correspondiente acuerdo, con la expresa renuncia de Silvia a la oposición efectuada y, como contraprestación, por iniciativa de Juan, éste se comprometió a efectuarle a Silvia -sin costo de mano de obra- alguna tarea de albañilería que necesitara ella en su casa, siempre que le abonara sus gastos de traslado a Córdoba.

Con el pasar de los días y reflexionando acerca de lo que había sucedido, llegué a la conclusión de que el resultado obtenido fue en gran medida a causa del beneficio de la proximidad de las partes en la mediación, que busca básicamente un acuerdo entre ellas; que el hecho de que las partes concurran personalmente y se escuchen mutuamente favorece claramente el acuerdo.

Debo reconocer que en este caso fue la mediación -con su necesaria presencia, inmediatez y proximidad de las partes- la que creó ese valioso clima de conexión, de comunicación sin interferencias y que favoreció el resultado obtenido. No fueron precisamente las intervenciones, o las manifestaciones de las mediadoras sino, muy por el contrario, lo que claramente ayudó fueron los silencios de las conductoras del proceso, ya que era imprescindible -y así lo percibimos desde el inicio- que Silvia escuchara atentamente la simple y veraz -pero al mismo tiempo contundente- argumentación de Juan, que significó el rotundo cambio de opinión de su contraparte.

Son muchas las maneras de comunicarse…y la mediación es el lugar propicio para ello. Aprovechémoslo.

(*) Mediadora, abogada

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