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Los secretos del primer gobierno patrio

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Luis R. Carranza Torres  / Ilustración Luis Yong

Primeras luces del 25 de Mayo de 1810. El cielo de Buenos Aires seguía tan opaco y lluvioso como en el día anterior. El punto de reunión de los patriotas era una posada situada sobre la misma vereda, donde los ciudadanos se guarecían de la lluvia, con French y Beruti a la cabeza.

El Cabildo se reunió temprano en su planta alta para tomar en consideración la renuncia del virrey y la representación del pueblo. Al mismo tiempo, en la plaza French imaginó la adopción de un distintivo para los patriotas. Entró en una de las tiendas de la Recova y tomó varias piezas de tela para hacer distintivos. Algunos dicen que se trataba de cintas blancas y celestes, colores popularizados por los Patricios en sus uniformes desde las invasiones inglesas, y que había adoptado el pueblo como divisa de partido en los días anteriores. Otros hablan de rojas y blancas.
Como fuere, el color no es lo importante, sino la conciencia de grupo que se había adquirido, al punto de necesitar un símbolo de diferenciación. Aunque fuere para no pegarle a la persona equivocada en una posible gresca.

Apostando enseguida piquetes en las avenidas de la plaza, French los armó de tijeras y de las cintas, con orden de no dejar penetrar sino a los patriotas y de hacerles poner el distintivo. Beruti fue el primero en colocársela.

«Teníamos en la plaza más de cuatrocientos vecinos, y todos los comandantes y principales patriotas estaban reunidos en lo de Miguel Azcuénaga», relatará un testigo del bando patriota de ese día.

Y como el cabildo otra vez estaba dándole largas al asunto, Beruti directamente irrumpió en la sala, seguido de Chiclana, French y del doctor Grela. Nada de hablar con el alcade de primer o segundo voto. Se fueron derechito a Leyva, que sabían que era quien movía los hilos. El síndico procurador, ante la perspectiva de que a la noche le fueran a buscar nuevamente a la casa, dijo que antes de decidir el cabildo quería escuchar la opinión de los jefes militares.

Decía el recado enviado al efecto: «Ofreciéndose tratar asunto muy urgente é interesante al bien común en este Cabildo, suplica á V. S. con el mayor encarecimiento se digne concurrir á su Sala Capitular, hoy 25 á las 9 y media de la mañana precisamente: á lo que quedará reconocido.»

En el momento de ser avisados, los comandantes se dirigieron al Cabildo; allí Leyva predicó largo rato sobre el lamentable conflicto en que se hallaba el Ayuntamiento y los instó a «…leal y honradamente apoyar la autoridad legítima y prudente con que se había satisfecho a las exigencias del pueblo». Seguía pues insistiendo con la junta de Cisneros. Y concluyó pidiéndoles «… se expliquen francamente si se puede contar con las armas de su mando para sostener el gobierno establecido».

Estaba convenido de que contestara por los patriotas el comandante Romero, atento sus formas moderadas y firme al mismo tiempo; se quería evitar, por sobre todo, que don Martín Rodríguez estallase en una de esas explosiones suyas demasiado crudas.

Romero dijo entonces que no era posible sostener la elección del virrey como presidente de la Junta pues las tropas y el pueblo estaban indignados, y que ellos no volverían sus armas en contra del pueblo, a más de no querer hacerlo, pues estaban seguros de que no serían obedecidos.

Hallábase el síndico Leyva insistiendo en sus observaciones cuando el tropel de las galerías comenzó a levantar gritos y a golpear ruidosamente las puertas con el ánimo evidente de echarlas abajo. El síndico le rogó a Rodríguez que apaciguase el tumulto por creerlo el único lo suficientemente osado como plantarse ante una multitud y pararla. El aludido prometió calmar los ánimos pero dijo que para ello debía ir con la noticia de que la junta de Cisneros pasaba a la historia. Y como el tumulto crecía y crecía Leyva accedió junto a los demás cabildantes.

El húsar salió al corredor y les habló a los exaltados: «Paisanos, queda separado el virrey Cisneros; tengan un rato de paciencia, que se va a tratar de lo demás», con lo cual las cosas volvieron a la calma.

Como dice la propia acta del cabildo: «En este estado ocurrieron otras novedades. Algunos individuos del pueblo, á nombre de este, se personaron en la Sala, exponiendo que para su quietud y tranquilidad y para evitar cualesquiera resultas en lo futuro, no tenia por bastante el que el Exmo. Sr. Presidente se separase del mando; sino que habiendo formado idea de que el Exmo. Cabildo en la elección de la Junta se había excedido de sus facultades, y teniendo noticia cierta de que todos los Señores Vocales habian hecho renuncia de sus respectivos cargos, habia el pueblo reasumido la autoridad que depositó en el Exmo. Cabildo, y no quería existiese la Junta nombrada, sino que se procediese á constituir otra, eligiendo para Presidente Vocal, y Comandante General de Armas, al Sr. D. Cornelio de Saavedra; para Vocales, á los Señores, Dr. D. Juan José Castelli, Licenciado D. Manuel Belgrano, D. Miguel de Azcuenaga, Dr. D. Manuel Alberti, D. Domingo Mateu y D. Juan de Larrea; y para Secretarios, á los Doctores D. Juan José de Passo y D. Mariano Moreno».

Eran French, Beruti y los suyos, que agregaban a su solicitud que ella era presentada: «En la inteligencia de que esta era la voluntad decidida del pueblo, y que con nada se conformaria que saliese de esta propuesta; debiéndose temer en caso contrario resultados muy fatales.»

Leyva quiso ensayar un acto de resistencia más, y saliendo al balcón del edificio y viendo congregado un corto número de gentes con respecto al que se esperaba, inquirió que ¿dónde estaba el pueblo?

Beruti le contestó entonces que «esto ya pasa de juguete y no estamos en circunstancias de que ustedes se burlen de nosotros con sandeces», que las gentes, por ser hora inoportuna, se habian retirado á sus casas; que se tocase la campana de Cabildo, y que el pueblo se congregase en aquel lugar para satisfacción del Ayuntamiento. Y que se seguían por ese camino, iba a sufrirse los males que con su prudencia los patriotas habían procurado evitar.

El cabildo acepta, «viéndose conminados de esta suerte, y con el fin de evitar la menor efusion de sangre, que seria una nota irreparable para un pueblo que tenia dadas tan incontrastables pruebas de su lealtad, nobleza y generosidad», tal y como asentaron en el acta.

Juraron ese mismo día los miembros de Primer Gobierno Patrio. Declararon formalmente gobernar a nombre de Fernando VII. El rey estaba demasiado lejos, preso y aislado como para siquiera llegar a opinar del asunto.  El resto, es historia conocida.

Un oficial español diría de ellos: «Desde dicho día 25 de mayo, somos regidos en esta capital por tal Junta, formada por abogados, frailes y otros integrantes, hijos todos del país, y enemigos declarados de los españoles europeos, y levantada sobre y por medio de las bayonetas que tienen a su devoción.»

Los ingleses, siempre prestos a aprovechar cualquier ocasión que pudiere redundar en beneficio de sus intereses, conocida la noticia de la conformación de la Primera Junta, saludaron el acontecimiento con salvas de homenaje de sus buques anclados en el puerto. En la tarde, el capitán Ramsay junto a sus oficiales desembarcó para ir a la fortaleza a presentar saludos al nuevo gobierno a nombre de su majestad británica. Se cruzaron en tal acto las acostumbradas frases de cortesía, consignando luego en su diario que le había sorprendido sobremanera que Saavedra contestó a sus expresiones en perfecto inglés, algo que no había supuesto encontrar en esta parte del mundo.

La «Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata a nombre del Señor Don Fernando VII», tan buscada por tantos, tuvo corta vida. Sólo existió como tal hasta el 18 de diciembre de ese mismo año de 1810, en que, con la incorporación de diputados del interior, se transformó en la «Junta Grande».

Hubo desavenencias entre sus miembros y no todas sus medidas fueron apropiadas. Pero como ha podido verse en estas páginas, fue la primera manifestación de un sentir popular, marcando un antes y después en materia de gobierno. Por eso, con sus idas y vueltas, con las grandezas de algunos y las miserias de otros, la Revolución de Mayo no deja de ser un acto que nos refleja como argentinos, aunque en ese entonces no se supiera, por muchos, que ya lo éramos.

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