ESCUCHAREducar hoy supone enfrentar una serie de desafíos, parte de los cuales remiten a la necesidad de preparar para un mundo futuro cuyo rasgos no se alcanzan a prever.
Un mundo que seguramente será diferente al presente, y que en relación con la presencia de las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) en los diferentes planos de la vida social, económica y cultural está signado por cambios cada vez más dinámicos y acelerados.
Quienes estamos comprometidos en la tarea educativa ¿cómo imaginamos este mundo de aquí a 10 ó 20 años? ¿Cómo preparar a adolescentes y jóvenes para vivir y construir en ese nuevo mundo?
No podemos anticipar certeramente cómo será ese mundo, aunque sí podemos y debemos pensar en la configuración ya iniciada de nuevas tramas sociales globales, propias de la sociedad digital (Levy, 2007).
En dichas tramas los intercambios entre sujetos y entre instituciones se ven modificados, prevaleciendo el establecimiento de redes, la centralidad de la información transformada en conocimiento y la mediación de las tecnologías en casi todos los procesos e intercambios humanos. Hay así un nuevo escenario en relación con el cual las mismas posibilidades y propósitos de la educación deben ser repensados.
Surge la pregunta ¿cómo educar hoy, entonces?; la cual exige considerar antes y con la misma relevancia ¿qué debe ser objeto de transmisión en los procesos educativos? y ¿cómo son aquellos a quienes la educación está destinada hoy?
El qué de la educación
Preguntarse por el qué de la educación implica reconocer que los modos en que se produce el conocimiento hoy se caracterizan por nuevos procesos, como la colaboración entre disciplinas, instituciones y actores; la coautoría y presencia de múltiples “voces”; así como el dinamismo y actualización constante.
A ello se suma lo que J. Martin Barbero (2003) denominó “deslocalización” de los saberes, para hacer referencia al hecho de que los saberes ya no están alojados en las instituciones que tradicionalmente los concentraban y distribuían: la escuela -sea del nivel educativo que fuere- y el docente. Hoy, los espacios sociales, los lugares de trabajos, las instituciones de educación no formal y las mismas redes y comunidades virtuales son espacios de producción y distribución de saberes en muchos casos más actualizados y con mayor reconocimiento social que la misma escuela.
La pregunta por quiénes son los aprendices, y cómo son, nos lleva a reconocer que los estudiantes de niveles secundario, terciario y universitario configuran un público con nuevas características.
Por un lado, las tasas de escolarización en Argentina han crecido en los últimos años y 40% de los estudiantes secundarios son la primera generación de sus familias en asistir a dicho nivel (1). Por otro, el uso frecuente de las nuevas tecnologías a través de celulares y redes sociales alcanza índices elevados, con fuerte presencia en los diversos sectores sociales y culturales.
Sin caer en visiones simplistas que adjudican a los más jóvenes la naturalización del uso y dominio de las TIC, es justo reconocer que la mayoría de ellos ha desarrollado nuevas habilidades y formas de acceder a la información y construir conocimientos. Tales formas son más horizontales, pragmáticas y regidas por intereses personales y generalmente inmediatos; y a su vez se expresan en diversos lenguajes. Formas que enfatizan el aprender haciendo, buscando y con otros.
Podemos pensar que estos cambios sólo deben exigir algunas actualizaciones y un mayor esfuerzo estudiantil para adaptarse al modelo escolar tradicional. No obstante, si miramos la cuestión con cierta sensibilidad, se hace necesario repensar prácticas y modelos educativos, que puedan considerar que la inclusión de las TIC en la educación vaya más allá de ofrecer propuestas de educación alternativas para algunos –como la educación a distancia– o dotar de equipamiento los espacios escolares.
En esa dirección, sería conveniente asumir responsablemente algunos riesgos que estas tecnologías pueden traer aparejados. Tales como el problema de la confiabilidad y credibilidad de las fuentes, exponencialmente incrementado; o la dificultad de que la información circulante sea traducida en conocimiento; o –por qué no- que no todos los alumnos dominen estas formas creativas y constructivas de trabajar con la información.
Sin embargo, como dos caras de una moneda, podemos hacer que esos riesgos se traduzcan en ventajas si aprovechamos las potencialidades de estas tecnologías. Las TIC, por ejemplo, permiten acceder a las fuentes para explorarlas y contrastarlas, incluir diferentes lenguajes (verbal, icónico, audiovisual) y referencias, acceder a los autores y sobre todo, poner esto al alcance de los estudiantes, quienes podrán aprender a valorar la confiablidad de la información y a ampliar las referencias, en diálogo con otros saberes propios, y reconstruirlo en relación con sus intereses.
Habilitaríamos así la posibilidad de construir experiencias de aprendizaje mucho más ricas, cercanas a la realidad en su complejidad, así como el desarrollo de capacidades para trabajar con el conocimiento y con otros. Algo que podemos anticipar será central para el desempeño laboral y el ejercicio ciudadano en las próximas décadas.
(1) Fuente: Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec).
* Licenciada y profesora en Ciencias de la Educación, UNC
