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Lo que no se dice sobre Ulpiano

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Es el jurista romano más citado. Célebre por sus definiciones del derecho, conocemos poco sobre su vida.

Por Luis R. Carranza Torres

¿Quién, en el ámbito jurídico, no ha dicho o escuchado alguna vez que «la justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo que le corresponde»? ¿O bien que los preceptos o mandatos del derecho son: “vivir honestamente, no hacer daño a nadie y dar a cada uno lo suyo»? Ambas pertenecen a Domicio Ulpiano.

Más analizado en sus obras que respecto de su vida, la reconstrucción histórica de ésta presenta numerosas dudas y lagunas de datos no menores.

A su vasta obra jurídica, de alrededor de 287 libros, la conocemos, en lo esencial, a partir de su referencia o transcripción en otras posteriores.

En su trabajo Ulpiano. Esperienze e responsabilitá del giurista, publicado en esa genial colección de escritos científicos romanos que es el Aufstieg und Niedergang der römischen Welt, Grifò observa que de acuerdo con las diversas posturas y fuentes, la fecha de nacimiento de Ulpiano oscila entre los años 163 y 170 d. C., en tanto su muerte es situada entre 223 y 228 d. C. Esta amplitud de posibilidades, nacida de la carencia de acreditaciones firmes, se repetirá en muchos otros aspectos de su vida.

Vivió en la época de los Severos y a nadie le caben dudas de que se trató del más famoso e influyente jurista y abogado en su época, recibiendo además los calificativos de «altísimo funcionario» y «tutor del joven emperador Alejandro», de cuyo gobierno fue luego una figura clave, al punto que se lo cita en algunas fuentes como imperii quasi collega. Un cuasi-emperador.

Es por eso que Grifò reproduce la opinión de quienes califican el reinado de Alejandro Severo como un período en que el poder estuvo «dominado por la prefectura de Ulpiano hasta el año 228».

Es que tal gobernante, adoptado por el emperador Heliogábalo y designado como su César y sucesor un año antes de su asesinato, contaba sólo con 13 años al momento de ser proclamado Emperador de los Romanos. Provenía, como Ulpiano mismo, de la provincia romana de Siria.

Previo a ascender al trono, el futuro emperador se refiere en un escrito a Ulpiano como «prefecto de la anona, jurisconsulto y amigo». Hasta entonces sus cargos en el Estado habían sido como asistente de Papiniano en una de las secretarías de la cancillería imperial dedicada a los asuntos jurídicos. Compartía tal puesto junto a su contemporáneo Paulo, de acuerdo con lo narrado por la Historia Augusta. Pero Ulpiano fue quien, en definitiva, sucedió a su jefe en dicha secretaría. Eso le permitió formar parte del «consilium principi», entrar en contacto con la familia imperial y educar al futuro emperador.

Durante el reinado de Caracalla se retiró de la vida pública, sin resentirse su influencia en la administración imperial en la cual dejó gente de confianza, lo que le permitió contar con un amplio acceso a los documentos oficiales. Eso fue determinante para poder realizar, durante dicho período, la mayor parte de su obra.

El estilo simple de sus escritos y lo completo de su documentación de las diversas fuentes legales -las cuales sistematizó ampliamente, abarcando todos los aspectos del derecho romano de entonces- lo ubicaron como el autor de referencia a la hora de litigar o resolver litigios por todo el imperio. También fue uno de los autores más prolíficos de todos los tiempos romanos. Por eso, tanto en acogida como en cantidad, le ganó a las obras de Paulo.

Con base en idéntica causa, resulta el jurisconsulto más nombrado en el Digesto. Entre 14 juristas, es mencionado en cuatro de cada diez veces que se cita a uno de ellos.

Siempre tuvo un pie en cada mundo: el jurídico y el político. No guiaba su conducta por una escuela filosófica determinada, aunque sí por valores. En su obra La cultura di Ulpiano, Frezza lo encuadra como un neoplatónico antes que un estoico.

Con el emperador Heliogabalo empezó todo bien, siendo nombrado prefecto de la anona, pero terminó todo mal, al punto de tener que irse de Roma por motivos de salud política. Ella implicaba, en tales tiempos y en primer término, poder conservar la propia existencia física.

Con la llegada del nuevo emperador Alejandro, Domicio pasó de exiliado a Prefecto del Pretorio. Si bien en el presente puede resultarnos una extraña magistratura -que ponía sobre una persona tanto la máxima autoridad judicial imperial como el mando militar de la Guardia Pretoriana, la fuerza de élite que custodiaba al emperador-, por entonces se trataba del cargo más poderoso y de mayor confianza en el imperio.

Coinciden los autores en que fue el artífice en el nuevo emperador de la nueva política, conciliadora y humanitaria, basada en gobernar desde la justicia y el sentido común. Se apoyó para ello en el viejo pero aún respetable Senado, que había perdido ya gran parte de su influencia política. Buscaba un poder civil que contrapesara la fuerza de las cada vez más díscolas legiones.

Esto causó el descontento, en particular, de la Guardia Pretoriana, remisa a dejar de poner y deponer emperadores a su antojo. Por ello asesinaron a Domicio, degollándolo ante el propio emperador.

De tal forma, Ulpiano merece sobradamente ser recordado, más allá de su genio sistematizador del derecho, como uno de quienes dieron los primeros pasos que nos llevaron a eso que hoy llamamos Estado de Derecho.

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