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La sociedad argentina, jaqueada por la desocupación

Por Salvador Treber. Exclusivo para Comercio y Justicia
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Por Salvador Treber

Al darse a publicidad, con bastante atraso, la información oficial correspondiente al primer trimestre del corriente año, se tomó conciencia del grado de agravamiento habido en cuanto al mercado laboral, pues el desempleo alcanza a nada menos que 1,7 millón de personas que no logran acceder a un puesto estable y, muy especialmente, afecta a los denominados “trabajadores en negro”. Esa cifra equivale a 9,2% del total general y es consecuencia de la recesión que afecta el mercado. La evaluación del Indec abarcó los 31 centros urbanos más importantes del país y es llamativo el ritmo que ha tenido desde el tercer trimestre de 2015, cuando había llegado a su mínima expresión: 5,9%.
Lo referido se supone que está afectado por causas estacionales pues en la segunda mitad de 2016, para fines de septiembre, era de 8,5% y registró un moderado descenso a fines de diciembre. En ese entonces el desempleo se situó en 7,6%, pero tres meses después había trepado al antes mencionado, y muy preocupante, 9,2%. Se considera que han influido razones transitorias pero aun así, evidencian una grave realidad. La región más castigada es la identificada como Pampeana, con la particularidad que dentro de ella la provincia de Santa Fe sólo tiene 5,2% de su población en esa situación extrema, pero en Córdoba se eleva a 9,6% y en Buenos Aires a 10%, con un “pico” en el conurbano bonaerense de 11,8%, lo cual marca significativa diferencia con el 7,9% que exhibe la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, capital del país.
Si se comparan con indicadores de otras regiones, como la Noreste, donde el desempleo apenas abarca a 3,1% de la población económica activa; Cuyo, donde llega a 4,7%; Patagónica, con 5,6%, y el Noroeste, en el que representa 6,5%, puede observarse que todas estas presentan cuadros notoriamente mejores que el área considerada la “más rica de la República”. Cabe recordar que la actual administración nacional intervino el Indec, desconfía de la certeza en materia de datos y no los reelaboró para el primer trimestre de 2016. Por lo cual, no existen.
De todos modos, cualquiera sea el criterio evaluativo, la penosa realidad es que casi 4,5 millones de hogares sufren angustiantes situaciones de desempleo o subempleo. Este último, en cuanto trabajan menos horas de las que están dispuestos a cumplir y no consiguen mejores condiciones.
La búsqueda de empleo no creció casi nada (de 45,3% a 45,5%) quizá por el desaliento evidente que ha cundido en el colectivo respectivo, pero los que buscan un segundo trabajo ascendieron notoriamente a 14,1%. Entre las áreas donde la desocupación ha dado un virtual “salto”, llaman la atención lugares que no se caracterizaban por ello, como es el caso de la ciudad de Catamarca, que aparece con un insólito índice de 10,8%, y se advierten marcas semejantes en Mar del Plata (10,4%), Gran Rosario (10,3%) y nuestra Gran Córdoba, algo detrás, con 9,6%. Estos indicadores ratifican que en casi toda la extensión territorial del país la baja laboral ha asumido la dramática restricción en las actividades productivas.
El conurbano porteño merece un párrafo aparte. Además de ser, en su reducido territorio, el área más poblada del país, 11,8% de desocupados significan 639 mil personas (a quienes deben agregarse 7,4% de subocupados que suman otros 400 mil) no cubren sus expectativas. También el trabajo precario, la extrema pobreza y la indigencia superaban holgadamente la media nacional. Los técnicos del Observatorio Social de la UCA subrayan que los ocupados ascienden a 4.781.000, pero sólo 32,4% de ellos tiene un puesto en que se cumplen todas las normas legales.

Aspectos controvertidos
Los especialistas privados más respetados no aceptan como ciertos estos datos y arguyen que, en realidad, también ahora se ha manipulado la información para atenuar visualmente el tema. Se debe tener en cuenta que la población económicamente activa crece al ritmo de 1% anual, por lo tanto, actualmente se requerirían no menos de 230 mil nuevos empleos. Pero en el primer trimestre del corriente año sólo sumaron 27.000, los que anualizados implican apenas 108 mil. Ello marca con toda crudeza el difícil trance que se vive pues los desocupados suman en el año alrededor de 120 mil, sin que se advierta para fecha muy próxima una reversión sólida de esa problemática circunstancia.
Por otra parte, si se pretendiere reducir en un punto el nivel actual de desocupación, sería indispensable pensar en cubrir satisfactoriamente los precitados 230 mil puestos, lo cual en la actualidad es un verdadero imposible pues implicaría mantener un ritmo sostenido de crecimiento anual de, por lo menos, 4%. Por supuesto, la carencia de nuevos puestos en esa medida no sólo deteriora las perspectivas de producción sino que otras 81 mil personas, que por primera vez ingresaron al mercado en búsqueda de trabajo, se sienten defraudadas. Es que la destrucción alcanzó otros 124 mil puestos y todo ello sucedió sólo en el primer trimestre, según lo difundió oficialmente el Indec.
El vocero del Observatorio Social de la UCA subrayó que el incremento que hubo de la desocupación golpea con mayor rigor a los jóvenes menores de 34 años y a las mujeres en general, lo cual se verifica porque el problema en estas franjas duplica la tasa promedio general. Los factores más gravitantes de la fuerte caída son la concurrencia de la tendencia declinante de la inversión y del consumo, así como la opción empresarial de “esperar”. Que se ratifica con su cada vez más generalizada actitud de sólo tomar algún personal por tiempo determinado para evitar todo tipo de gastos adicionales al momento de prescindir, cuando lo considere oportuno, sin pago de indemnizaciones.
Obviamente, en ese ámbito con disminución de demanda y de márgenes gananciales se explica por sí sólo que se haya impulsado la modalidad del trabajo “en negro” y con remuneraciones muy mermadas cuando se plantea cumplimentar una necesidad sobreviniente y transitoria. Resulta paradójico que mientras en los ámbitos oficiales se anuncia que ya ha “comenzado el despegue”, también se haya admitido que más de 200 mil trabajadores ocupados han perdido sus trabajos. Es que se teme que, en alguna medida, ciertos empleadores que disponen de medios hayan decidido mecanizar y hasta automatizar ciertas partes de los procesos de elaboración con el objeto de reducir la dimensión del rubro salarial.

Consecuencias y expectativas
En los casos mencionados no se podrá volver atrás y ello, sin dudas, incide enrareciendo el mercado de trabajo e incidirá negativamente en los años inmediatos posteriores a los de la actual recesión. Esto, por lo menos en alguna medida, se suponía sucedería en el quinquenio 2003-07, según había informado entonces el Indec, pero la mejora habida en el ámbito internacional y una oportuna conducción supo revertir la tendencia negativa, logrando un impulso históricamente incomparable.
No obstante, sería inadecuado hacer comparaciones con los tiempos actuales pues dentro de ese período se verificaron índices internacionales de crecimientos continuos de un nivel pocas veces visto, que permitieron a nuestro país un acelerada expansión en cada uno de dichos años superando holgadamente 8% de crecimiento. Mientras que el acumulado en ese quinquenio llegó a nada menos que +44,5%. No sólo eso, en los seis años subsiguientes (2008-13), pese a que tanto en 2009 como en 2012 el crecimiento fue nulo, el respectivo acumulado sumó +32,1%. En ambos casos, los índices mencionados, que no tienen referentes anteriores, tampoco se reiteraron pues las marcas posteriores fueron equivalentes a no más de un quinto de aquéllas y culminaron con el índice negativo de 2016.
Sobre los datos del primer trimestre 2017, la consultora Ecolatina subrayó enfáticamente que “la suba de la tasa de desempleo entre el cuarto trimestre de 2016 y el primero de 2017 es mayor que la observada en el pasado”. La voz oficial del Indec al respecto calificó de “significativa” la suba del desempleo y estimó en 3,5 millones de personas activas las que tienen “problemas de ocupación”, tanto por los despidos habidos como los que logran sólo “changas”, sin ninguna continuidad. Esa situación ha acentuado la falta de aportes a los regímenes de seguridad social y se estima que superan 60% del total los que carecen de todo tipo de cobertura, que debería ser universal. Además, esa muy escasa proporción debilita al máximo los regímenes vigentes poniendo en serio peligro la estabilidad y permanencia de los regímenes de jubilaciones y pensiones.
A ello se agrega un manejo inadecuado que pretende, por medio de “recortes” a los beneficiarios, frenar el natural incremento que deben tener dichas pasividades para adecuarse a las exigencias del costo de vida. No debe olvidarse que la tasa de pobreza se ubica en 38%, mientras que la que corresponde a niños y jóvenes hasta 16 años trepa a nada menos que 54,1%. Los hogares que no cubren las necesidades primarias trepan a un inusitado 59,8% aun cuando 36,9% de ellos percibe una ayuda de programas asistenciales. Estos datos y proporciones revelan con toda crudeza la durísima problemática que condena a tan elevada franja de población a vivir en condiciones de miseria, que anula todo motivo fundado para albergar mejores expectativas.

Resulta obvio que a tales carencias se suman, en alta proporción, las relativas a disponer una “vivienda digna”, así como a lograr un acceso pleno a la red de agua potable y la incorporación a una red domiciliaria de gas natural. Todo lo cual precariza al máximo las condiciones de vida a un muy considerable porcentaje de la población general. Por supuesto, la suba habida recientemente en la tasa de desocupación ahonda tal problemática y genera desesperación y desasosiego en sus cada vez más numerosas víctimas.
Parece que los gobiernos de las tres jurisdicciones no afrontaron debidamente ni han estado a la altura de tales desafíos, exhibiendo una gran falta de sensibilidad y capacidad suficientes no sólo para evaluar sino para enfrentar tales desafíos con acciones positivas y dinamizadoras.

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