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La “señora” y el “señor”: un caso de mediación con altibajos

Por Marta Belucci* -Exclusivo para Comercio y Justicia
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Por Marta Belucci**

A la primera audiencia el señor requerido no asistió, por no haberse diligenciado su notificación. La señora requirente dio el domicilio laboral, afirmando que seguro la recibiría. Efectivamente, a la segunda audiencia concurrieron ambos, ella antes de la hora indicada, él casi veinte minutos después.
Desde el primer momento el señor se manifestó a disgusto: lo demostró en su expresión corporal y verbal. La señora explicó que el hijo de ocho años quería ver a su papá con más frecuencia, que preguntaba el porqué de su ausencia, por qué prometía buscarlo y no lo hacía y que eso lo entristecía.
Era necesario organizar días y horas de comunicación. También fijar un monto de alimentos adecuado a las necesidades del niño, a abonar en fecha determinada para cubrir los gastos. La señora dijo que desde la separación el señor le daba cuánto y cuándo él quería. Que ganaba un buen sueldo. En fin, pidió que fuera un padre, que participe y comparta todo lo relativo a la vida del hijo en común, como lo hace con su otro hijo, “a quien le da todo y lo mejor, porque con el nuestro lo que le falta es voluntad y ganas”, manifestó.
Durante el relato, el señor miraba a la señora con una expresión medio sonriente. Le pedimos se expresara; nos miraba y decía en voz alta que en su trabajo tenía horarios irregulares, con horas de salida inciertas, que vivía muy lejos del niño y no tenía tiempo de llevarlo y regresarlo en la tarde. Por eso a veces prometía ir y no lo hacía. Respecto a los fines de semana manifestó: “Mire, tengo una familia, mi mujer y mi hijo, y compartimos esos días para estar y hacer cosas juntos”.
Preguntamos entonces si estaría dispuesto a pasar momentos con el niño: “Sí, es mi hijo también, pero él no vive conmigo, y usted me quiere decir qué quiere que haga, ya le dije cómo es mi vida”. Le solicitamos que pensara en la necesidad del niño de relacionarse con él, sobre qué podría ofrecerle y en la relación entre los dos hermanos. La señora asentía con la cabeza y se mostraba emocionada. El señor en todo momento hablaba como si estuviera defendiéndose, pero quedó pensativo luego de escuchar.

Inmediatamente pasamos al tema de los alimentos: la señora pidió un porcentaje alto de su sueldo, a lo que él se negó explicando sus gastos, pero dijo que lo pensaría, y hasta la próxima audiencia se comprometió a entregar una suma que por el momento conformaba a la señora. Le preguntamos al señor -que resoplaba y estaba inquieto en la silla- si podía comprometerse a buscar al niño; quedaron con la señora que él le avisaría un día antes.
A la nueva audiencia asistieron puntuales. Hubo un problema con el legajo de mediación, lo que ocasionó demoras y originó protestas a viva voz por parte del señor; él venía sólo por el acuerdo. Le explicamos el atraso. No escuchaba; le propusimos una nueva audiencia, que rechazó; le ofrecimos entregarle el certificado de asistencia, tampoco le satisfizo; le recordamos que era voluntaria su permanencia, seguía sin escuchar, hasta que se calló y escuchó, y cuando retomamos la mediación dijo que se quedaría.
Preguntamos acerca de lo acontecido luego de la audiencia anterior. La señora hizo un relato positivo, que el niño estuvo con su papá y su hermanito varias veces. Dijo que estaba contento y que hablaba con alegría de esos encuentros. “¿Cómo se sintió usted, señor?” preguntamos, y él respondió: “Mire, yo no tengo ganas de hablar más, no me pregunte nada, escriban el acuerdo y firmo”. Se levantó, sacó de su mochila los auriculares, llevó una silla a un rincón de la sala, se sentó y se conectó los dispositivos. Seguimos la conversación con la señora, quien nos hizo señas con las manos juntas en actitud de pedido desesperado. Al llegar al monto de la cuota, lo miré al señor para preguntarle y continuaba igual; entonces la señora reiteró su primer pedido. Al finalizar el acuerdo, me acerqué al señor y le pregunté si estaba dispuesto a escucharlo antes de imprimirlo; se acercó, dejó los auriculares y cuando llegué a los alimentos reaccionó desconociendo ese porcentaje: “Entonces, ahora que está participando: ¿cuál es su propuesta?” le pregunté. Ofertó otra suma que conformó a la señora; organizaron los contactos con el niño y se comprometió a asistir a los eventos importantes de la escuela y de fútbol, cuando el trabajo se lo permitiera. Firmaron el acuerdo, el señor esperó con tranquilidad el certificado de asistencia.
Realmente nos desorientamos y nos resultó extraño el hecho de conducir una mediación con tantos altibajos y más aún cuando una de las partes estaba físicamente pero separada del grupo, alejándose de la mesa. Continuar la conversación con la otra parte que se mostró muy voluntariosa nos hizo retomar el hilo de la mediación y fortalecer nuestra conexión. Invitar al señor a integrarse a la mesa como límite para continuar o cerrar la mediación nos hizo pensar que su apartamiento en realidad le sirvió para reflexionar y decidir concluir esta situación reconociéndose como padre de dos hijos.

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